La revolución de Epaminondas

Los espartanos disponían de la mejor infantería de la antigua Grecia. Sus soldados eran valientes, austeros y disciplinados y dejaron en la memoria el sacrificio de las Termópilas. Tenían un defecto, sin embargo: cargaban con un tradicionalismo casi congénito que les impedía innovar sus tácticas. Lo hacían todo como siempre. Sus propios orígenes míticos establecían un orden eterno: decían haber sido un pueblo levantisco y caótico hasta que el rey Licurgo les dio unas leyes inmutables. Según Plutarco, Licurgo adivinó el punto débil de Esparta y "prohibió que se realizaran frecuentes campañas militares contra un mismo enemigo para evitar que éste aprendiera el arte del combate".
Spalletti se ha convertido en el Roma en el técnico del año, la alternativa a Capello-Licurgo
Tebas fue enemiga de Esparta. En 371 ya había aprendido todo lo necesario de los espartanos y, bajo el mando de un genio llamado Epaminondas, realizó sus propias invenciones: creó una unidad de élite compuesta por 150 parejas homosexuales, la colocó a la izquierda de la formación de falanges -el flanco derecho era hasta entonces el más fuerte- y se habituó a atacar con columnas de 50 filas de profundidad. En la batalla de Leuctra, Tebas acabó con Esparta.
El ejemplo de Esparta ha sido siempre tenido en cuenta por los estrategas. Fabio Capello, leído e informado, sabe que la mayor flaqueza de su Juventus, una máquina de guerra que juega de memoria y ataca sin respiro, es la previsibilidad. Tiene grandes dificultades cuando el contrario lo imita y añade un poco de imaginación.
Cuando Capello abandonó el Roma para mudarse a Turín, hace casi dos años, dejó un equipo espartano. Estaba lleno de genios, pero se había habituado a moverse de manera determinada. Ni el efímero Prandelli, ni Voeller, ni Del Neri ni Conti hallaron el truco para reordenar una herencia envenenada: el Roma era una peña de tipos locos que podían cometer cualquier disparate, pero no imaginar un juego sin tres puntas y medio centro, el que, con Capello, les había dado su único scudetto contemporáneo. Hasta cierto punto, la suya fue una crisis espartana.
Hasta que llegó Luciano Spalletti para ejercer de Epaminondas. La primera mitad del curso presentó las mismas dificultades, agravadas por la ruptura con Cassano, que añoraba la tradición capellista. Cuando se fue, sólo quedó un delantero decente en la plantilla, Montella. Pero Montella se rompió. La crisis era tan grave que cualquier experimento, por peligroso que fuera, estaba justificado. En su revolución, Spalletti no echó mano de parejas homosexuales, sino de centrocampistas. ¿Había dejado Capello la herencia de las tres puntas? Pues se acabaron: portero, cuatro defensas y seis medios. En la pizarra, la posición teórica de ariete le tocó al gran Totti. En la realidad, el Roma adoptó el mecanismo de un motor de seis cilindros, con los pistones subiendo y bajando continuamente y sin dar al contrario puntos de referencia.
El fantasma de Capello quedó olvidado, el juego volvió a embelesar y el Roma encadenó once victorias ligueras consecutivas, batiendo las marcas del calcio. La última, la mejor: a domicilio, en el derby contra el Lazio, pese a la ausencia de Totti. La Gazzetta dello Sport decía ayer que el prodigioso magma centrocampístico de Spalletti disponía de un precedente en el mítico Honved, húngaro, de los 50. Nada más y nada menos.
Este texto fue cerrado antes de que se disputara el Roma-Inter de anoche. Fuera cual fuese el resultado, Spalletti-Epaminondas se había convertido ya en el entrenador del año y en la única alternativa auténtica a Capello-Licurgo.
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