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FÚTBOL | 21ª jornada de Liga
Columna
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El revulsivo se llama Guardiola

Ramon Besa

El Barça solo ha perdido un partido de Liga y, sin embargo, está a siete puntos de Madrid, que cuenta dos derrotas, una contra el propio Barcelona. La diferencia la marcan los empates (seis contra uno), un resultado que penaliza, tanto a efectos contables como de juego, porque ayuda a contemporizar y no exige medidas sino que favorece la parálisis. El único equipo que ha ganado a los azulgrana ha sido el Getafe. Los barcelonistas, por el contrario, no han podido vencer en sus salidas a Anoeta, Mestalla, San Mamés, Cornellà y El Madrigal. Exceso de sedentarismo o de narcisismo.

Fiable en los partidos decisivos, ganador de los tres títulos en disputa -las dos Supercopas y el Mundial de clubes-, el Barça ha descontado 13 puntos sobre 30. Le cuesta tanto ganar como que le ganen fuera de su estadio, un mal asunto, porque la leyenda asegura que de empate en empate se llega fácilmente a la derrota final. Analizados por separado, la mayoría de los encuentros tienen su explicación, y muy bien se podría convenir que si el equipo no cantó victoria fue por detalles como el azar o el arbitraje, factores que por el contrario juegan a favor cuando la dinámica es positiva. El mejor ejemplo sería el gol de Iniesta en Stamford Bridge.

Al Barça le ha costado tener continuidad. Le ha podido el estrés y la fatiga física y mental
Solo el técnico pudo levantar el ánimo del equipo tras perder la Copa en Mestalla
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Ocurre que no todas las circunstancias son coyunturales sino que las hay también estructurales. Los rivales, por ejemplo, le defienden mejor y de manera más agresiva y permisiva que en temporadas pasadas, sobre todo en la Liga. La exigencia del calendario, sobrecargado desde el verano y puñetero por los esfuerzos cortos a que obliga cuando se tercia de por medio un título, ha desgastado tanto como las lesiones musculares, que se han cebado en delanteros como Villa, Pedro, Alexis y también Iniesta.

Al Barça le ha costado tener continuidad y a veces le ha podido el estrés y la fatiga, física y mental. Nada sorprendente si se tiene en cuenta, además, que sus recursos son limitados, porque Guardiola prefiere una plantilla corta para su mejor gestión y, en caso de necesidad, recurre al filial, como ocurrió en Vila-real: el único jugador capaz de reactivar al equipo en su tramo final fue Tello. La entrada del extremo del filial contrastó con las sustituciones de Piqué y Xavi, síntoma de que no funcionaba la mecánica de juego, y más en ausencia de Iniesta. No fue una imagen inédita sino que se ha repetido durante el presente curso futbolístico.

Piqué, competitivo por naturaleza, resulta decisivo para dar salida al balón. Xavi es el metrónomo, marca el estilo, sabe cuándo se impone la pausa y filtra pases estupendos. E Iniesta marca las diferencias con su regate, al igual que Messi. Explosivo en La Rosaleda, La Pulga recuperó su imagen tristona y enfurruñada en El Madrigal. A veces da la sensación de que no está a gusto en la cancha ni consigo mismo. No es casualidad que solo haya marcado en Bilbao y Málaga cuando cuenta hasta 36 tantos. Messi compite ahora con Messi porque se quedó sin rival desde la salida de Ronaldinho, Eto'o e Ibrahimovic.

La Pulga se ha asociado muy bien con Cesc y congenia con Alexis. Los números de los tres son muy buenos. A cambio, sin embargo, ha bajado el flujo de fútbol coral. A más vértigo, a más llegadas y a más goles, menos gobierno y control. El campo se ha alargado a veces con exceso y menguaron los ataques cortos, porque ya no se presiona de forma colectiva en campo rival. Messi se apartó de la portería y al Barça le queda más lejos la Liga.

Ha habido partidos en que Cesc y Alexis han condicionado el juego en lugar de adaptarse al equipo. Aunque Guardiola sintió la necesidad de evolucionar el fútbol para que ningún rival diera con el antídoto, su nueva propuesta ha afectado a la sala de máquinas. Los partidos no se mastican tanto, el juego de posición ha empeorado y el efecto del pase multiplicador se sustituye a menudo por las paredes. No es bueno que Xavi se sienta sobrepasado ni que se pierda la paciencia, sobre todo cuando tanta tralla como la acumulada perjudica la velocidad de ejecución y la precisión. El Barça nunca tuvo un plan B sino que perseveró en su ideario.

Así que, al margen de Messi, no queda más remedio que aguardar a quien mejor la interpreta, que es Guardiola. Aparentemente, las dudas que tiene el técnico por renovar serían extensibles a las que rodean al equipo para medir su capacidad de reacción. Aunque el club ha edificado un discurso deportivo sobre la filosofía de La Masia, habrá que convenir que no hay más líder que Guardiola mientras el director deportivo, Andoni Zubizarreta, no ilustre un manual del Barça capaz de sobrevivir al mejor de sus filósofos. Avalado por la conquista de 13 títulos sobre 16, el técnico insiste en su idea y nadie le lleva la contraria.

No se discute el programa ni la bandera de Guardiola sino sus decisiones puntuales, como poner a Mascherano en lugar de Thiago ante el Villarreal o alinear a dos laterales en calidad de extremos mientras en el banquillo se sientan Cuenca y Tello, cuestiones que ayudan a discutir a diario y por el contrario no resuelven los problemas de fondo. Al técnico le gustaría conseguir que su equipo obligara al Madrid a jugarse la Liga en el Camp Nou de la misma manera que el Barça ha tenido que ganarse cada año el título en el Bernabéu. Así que al Barça le toca ahora hacer de Madrid: ser un perseguidor implacable en lugar de un gobernador admirable para cumplimentar al campeón.

A diferencia de Mourinho, Guardiola no ensuciará los partidos, despotricará sobre el adversario y mucho menos murmurará sobre sus futbolistas. El técnico del Barça está dispuesto a claudicar con su estilo en lugar de vender su marca como universal. Guardiola jamás se volverá contra Xavi, Piqué o Iniesta, y menos contra Messi, y el núcleo de poder que generó, sino que atemperará su caída con el mismo savoir faire que alimentó su auge. La incógnita está en descubrir el momento del punto de inflexión, más que nada porque el técnico insinuó que los ciclos no duran más de cinco años y que cuanto pasa ahora pudo ocurrir hace dos años.

La duda radica en saber si el Barça, equipo solidario por excelencia y por tanto igualmente vencedor que derrotado, ha empezado a descontar y aspira a retrasar el alirón del Madrid, o tiene aún entereza suficiente para un remonte en la Liga, al tiempo que compite por la Copa y la Champions. A gusto con el ruido, la grandeza del Madrid ha estado en su capacidad para generar y solucionar crisis propias, nada que ver con la actitud del Barça, normalmente más acomplejado. No hay que olvidar que solo Guardiola fue capaz de levantar el ánimo después de la final de Mestalla.

Expectante como está el presidente Rosell, no queda más alternativa que competir y aguardar a los resultados. Guardiola felicitará al Madrid si entiende que ha sido mejor equipo que su Barça al final de la Liga. Y si así ocurre puede que se pregunte si no ha sido capaz de motivar suficientemente a sus futbolistas para ganar la Liga. Una cuestión de fe y si se quiere de ética. No hay más revulsivo que el suyo y el de Messi.

Guardiola, ante el Villarreal.
Guardiola, ante el Villarreal.MANUEL QUEIMADELOS (GETTY)

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Sobre la firma

Ramon Besa
Redactor jefe de deportes en Barcelona. Licenciado en periodismo, doctor honoris causa por la Universitat de Vic y profesor de Blanquerna. Colaborador de la Cadena Ser y de Catalunya Ràdio. Anteriormente trabajó en El 9 Nou y el diari Avui. Medalla de bronce al mérito deportivo junto con José Sámano en 2013. Premio Vázquez Montalbán.

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