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JUEGOS FATUOS | SUDÁFRICA 2010 | Octavos de final: España-Portugal
Columna
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Nuestra roja esperanza blanca

Desde tiempos de Pétain, la palabra armisticio tiene, para mí, sospechosas connotaciones. En el España-Chile la he oído pronunciar dos veces, sin pudor ni reticencia, en boca del comentarista de turno.

Estando clasificados ambos equipos en virtud de un resultado ajeno, ¿para qué seguir jugando al fútbol? Bastaba sestear, sin pasar de medio campo, con la complicidad del adversario. "Los italianos juzgarían encomiable el comportamiento", aduce el comentarista. No soy ingenuo. Comprendo que, si las piernas pesan, se recurra al cerebro, aunque a veces sea en detrimento de un tercero en danza y de un público (algunos venidos de muy lejos para ver goles y juego) que podría confundir un pacto entre caballeros con lo que antaño se llamaba tongo.

Tenemos en el banquillo al más serio, sinónimo de mejor, seleccionador que nunca ha tenido España
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Dicho esto, la selección española, tras el tropiezo suizo, ha colgado en el perchero su irrenunciable estilo a ultranza y también sabe jugar a cara de perro si la ocasión lo requiere. Sacando, eso sí, fuerzas de flaqueza. Porque, todo hay que decirlo, han llegado exhaustos a un Mundial donde el césped no es precisamente un tapete de billar. Mientras la Francia de Domenech se autosuicida, valga la flagrante redundancia, la Italia de Lippi se muerde la cola y muere al probar su propia medicina; la Inglaterra de Capello se derrumba patas arriba ante el más descomunal exabrupto arbitral; la Alemania de Löw y la Argentina de Maradona se disponen a chocar como trenes en dirección contraria que, por designios del guardagujas, ruedan sobre los raíles de la misma vía; la Ghana del serbio Rajevac nos trae, por fin, un atisbo de alegría africana, y nuestro adusto Del Bosque se convierte por arte de birlibirloque en nuestra roja esperanza blanca.

Nunca ponderaremos demasiado a un entrenador que ejerce su sabiduría profesional (y personal) con tan imperturbable modestia y sensatez. En mi opinión, tenemos en el banquillo al más serio, sinónimo de mejor, seleccionador nacional que nunca ha tenido España. Y, con idéntica rotundidad, me atrevería a afirmar que los árbitros mundialistas, en cuanto los sueltan en la hierba, suelen erigirse en los más obtusos mamíferos del mundo, como tan escandalosamente nos están dando ocasión de comprobar. No solo por errores más o menos intencionados, sino, y sobre todo, por su desmedido orgullo, que no les permite rectificar ante la evidencia y los equipara a esos jueces que confunden toga con autoridad y criterio con ordeno y mando militar. Pero, una vez más, vayamos a Soweto como inoportuno contrapunto.

A través de una polvorienta extensión de sepulcros protegidos con barrotes, como cunas de niño, para que las alimañas no escarben la tierra, Thulami me llevó a visitar la tumba del líder blanco Joe Slovo en la que el viento agitaba cintas de papel de colores que su segunda mujer y su hija reponían cada domingo. Al volver, nos perdimos y se nos hizo de noche. Un caballo macilento comía en bolsas de basura destripadas y, a la parpadeante luz de una hoguera de llamas abatidas por el viento, una mujer bailaba sola y sin más música que el crepitar del fuego. Se llamaba Thando, aunque prefería que la llamaran Lorato.

Me dijo que conocía a Winnie Mandela y que era "simpática por fuera pero bruja por dentro" y que convertía a los hombres en perros basenjis después de acostarse con ellos. Thando le había robado, al parecer, un tarro de la mágica poción. Pero solo pensaba usarla con violadores, advirtió. Ni me di por aludido ni soy partidario de convertir a árbitros o jueces en rabiosos basenjis. A su biliosa manera, algunos (y sin brebaje) ya lo son. Los árbitros y los jueces, valga otra vez la redundancia, son tal para cual y, según razas o querencias, en cuanto se les deja pensar, habiendo estudiado lo mismo, nunca opinan igual. Por ello, para avalar sus incompetencias, siempre requerirán un organismo superior todavía más incompetente. ¿Por qué no equiparar un error arbitral que condiciona o decide un resultado a un botellazo que noquea al portero? ¿Por qué los jueces de línea no consultan el monitor que todos estamos viendo? ¿Por qué no reparar el daño infligido con la repetición del partido o con una rectificación a tiempo? Por cierto, aunque no venga a cuento, hay una cosa que me intriga, ¿en qué tintorería africana se tiñe el pelo Rajoy?

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