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Crónica:TOUR 2002 | Cuarta etapa
Crónica
Texto informativo con interpretación

El sueño amarillo de Igor González

El ONCE-Eroski gana la contrarreloj por equipos y el ciclista vitoriano alcanza el liderato

Carlos Arribas

Ocaña, Delgado, Indurain y ahora, siete años después del gigante navarro, Igor González de Galdeano. El Tour, por fin, tiene a otro español de amarillo, y si esto fuera cuestión de estadística, o de tendencias, no habría duda de que la victoria le espera en París dentro de dos semanas al ciclista vitoriano, de 28 años. Pero la estadística del ciclismo, la historia, se escribe a posteriori. El ciclismo se escribe día a día, cotidianamente, con hechos, tácticas, fuerzas, técnica e inteligencia, con las armas que utilizó ayer el equipo ONCE-Eroski para imponerse en la contrarreloj por equipos y colocar al pequeño de los Galdeano de líder del Tour. Fue una victoria que tiene más de simbólica que de realmente significativa (la distancia con el US Postal de Armstrong, la referencia, se quedó en 16 segundos, inferior a la de 2000, cuando Saiz colocó a Jalabert de líder, 46s, e inferior, incluso, a la de 2001, 23s: ambos Tours los ganó, finalmente, Armstrong), pero como dijo el feliz Igor, el hombre que no se bajaba de su nube, '¡menudo símbolo!'.

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El ONCE-Eroski comenzó esprintando la contrarreloj por equipos (67,5 kilómetros a lo largo del valle del Marne, encima de París, con algún duro repecho por el centro y viento de cara al principio y al final), continuó acelerando y la terminó al 120%, como mandan los cánones de una especialidad por la que su director tiene una especial predilección. Manteniendo un ritmo sostenido de alto nivel, relevos de 20 segundos, corredores uno tras otro, en fila india, en este orden: Olano, el experto, el veterano acostumbrado a abrir la pista; Beloki, el segundo líder, el escalador que se acopla a la contrarreloj; Álvaro González de Galdeano, el hermano, el especialista puro desde amateur; Serrano, el otro escalador metido a cronoman; Azevedo, el portugués duro como una roca que vale para todo; Pradera, corredor enorme, tamaño armario de dos cuerpos, y así de fuerte; Igor Galdeano, el líder; Nozal, devorador de kilómetros con el carro a cuestas, y Jacksche, el gran clase alemán, siempre sonriente. Relevos fluidos por la izquierda, que por la derecha entraba el viento de vez en cuando, ritmo constante, sin altibajos, fluidez, los nueve del ONCE-Eroski convirtieron el puro ejercicio físico en un arte. 50 por hora constantes entre campos y pequeños pueblos.

Desde el coche, Saiz, un megáfono grande para las grandes broncas, un micrófono pequeño para los consejos, los ánimos, los detalles técnicos, para que les entraran por los auriculares, mantenía un ojo en la carretera y otro en la minipantalla televisiva de su salpicadero; los oídos, igual, uno para sus corredores, el otro para las referencias de radio Tour.

La preocupación no le llegaba de los americanos de Armstrong, que estaban cerca pero controlados, sino que le llegaba del frío, del norte danés, de las tropas de Laurent Jalabert dirigidas por Bjarne Riis. Si el ONCE-Eroski salió disparado, el CSC partió como si aquello fuera un prólogo y no una prueba de resistencia. Un cohete. Una botella de champaña bien agitada antes de abrirse. Jalabert tenía prisa, el francés que se declara libre desde que se fue del ONCE, tenía una pequeña cuenta pendiente con la prueba y con su ex equipo.

Hace dos años, cuando la anterior victoria de las huestes de Saiz en la contrarreloj por equipos, Jalabert acabó la jornada de líder, pero dos días después, su director no quiso defenderlo ante una escapada (Jalabert se fue del equipo meses después). Salió decidido y en las dos primeras referencias el tiempo le dio la razón a su táctica. Pero en la última, mediando un pinchazo de su locomotora Sandstod (a la que decidieron, quizás equivocadamente, esperar), la razón se la llevó la regularidad brillante del ONCE-Eroski. Los sueños de Jalabert, quizás su última oportunidad de vestir de amarillo, se desvanecieron en 20 kilómetros, en el tramo en el que su equipo pasó de dominar la prueba con 6s sobre el ONCE, a ser terceros, a 53s, y eso que por entonces el ONCE ya iba con ocho, por pinchazo de Pradera, a quien dejaron atrás. Saiz acabó afónico, de tanto gritar, bizco, de tanto torcer los ojos, y con sonido estéreo en las orejas. Pero acabó victorioso y feliz.

También acabaron contentos, pero a otro nivel, claro, los del iBanesto.com, que afrontaron con aprensión la prueba y la terminaron eufóricos pese a que en el transcurso rompieran tres manillares. Los planes del equipo con el que Mancebo, silencioso, se prepara para el gran salto, hablaban de una pérdida ideal de dos minutos (el año pasado perdieron 3.40m. Se quedaron en 1.56m, pero iban a más, y eso que uno de sus buenos caballos, Bruseghin, fue de los que se quedó sin manillar. Se le rompió a 20 kilómetros, cuando mejor andaba su equipo. Los del Kelme acabaron más tristes. Se diluyeron a lo largo de los kilómetros. Perdieron finalmente 2.19m con respecto al ONCE-Eroski, quizás excesivo, más de lo que se podrían permitir Botero y Sevilla.

Los últimos españoles que se vistieron de amarillo ganaron el Tour, pero, probablemente, el amarillo del feliz Igor sea más fugaz. Manolo Saiz, que tiene un pensamiento global, está obsesionado con que su equipo no trabaje, con que ahorre fuerzas de cara a la montaña. Por eso, a menos que colaboren los equipos de sprinters, dejará que las escapadas secundarias tengan éxito.

REUTERS

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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