_
_
_
_
_
/ HISTORIAS DE UN TÍO ALTO
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El surf y el horror de las estadísticas

Para aprovechar a fondo la segunda escala en mi Viaje de Tres Semanas por Países que Nunca He Visto (recuerden que la semana pasada estuve en China), me apunté a una clase de surf en Wollongong (Australia). Mi clase no fue muy fructífera, pero sí divertidísima. Me puse de pie sobre la tabla una vez (durante aproximadamente 15 milésimas de segundo).

A pesar de mis defectos como surfista, pude ver que hay una característica del surf que lo hace especial: cada ola es única y el surfista nunca sabe cuándo cogerá otra. La imprevisibilidad del surf es una parte importante de lo que lo hace divertido.

Hace dos semanas, los ponentes de la Conferencia Sloan sobre Analítica Deportiva debatían sobre la forma en que la gente le está quitando la imprevisibilidad a la NBA. Los científicos hablaban de elaborar un mapa de los cerebros de los candidatos. Los estadísticos platicaban sobre el análisis predictivo de las posesiones al final del partido. Mark Cuban sacaba a colación cualquier cosa que le pasara por la mente en ese momento.

A medida que leía sobre la Conferencia Sloan, mi primera reacción fue la de quedar horrorizado al pensar que el exceso de análisis de la NBA no puede más que empeorarla. Pero entonces recordé que, en mi vida, el hecho de comprender una actividad no siempre había estropeado mi apreciación de la misma. Entiendo cómo funciona el sexo -por qué lo busco, lo que le hace a mi cerebro- y todavía me gusta acostarme con mi novia.

En mi nuevo y tolerante estado de ánimo, pensé en mi clase de surf. Porque el surf es muy parecido a la NBA. Los tipos morenos de la playa saben que la ola que acaban de surfear puede no volver otra vez por ahí. Cuando vemos a nuestros deportistas preferidos, comprendemos que lo que estamos viendo puede que nunca se repita.

Me planteé una pregunta. Suponiendo que pudiera realmente hacer surf (esta pregunta requirió un enorme esfuerzo de lógica), ¿me gustaría menos el surf si lo entendiera más y si fuera más previsible?

La respuesta es un poco, quizá. Pero no lo suficiente para frustrar los esfuerzos de los que intentarían entenderlo.

La misma respuesta es válida, creo yo, para la NBA y la posibilidad de que podamos predecir mejor los resultados. Independientemente del futuro que imaginemos, es poco probable que lleguemos a eliminar del todo la influencia humana. El amante de las estadísticas podría ser capaz de decirnos las probabilidades de que una persona determinada de 18 años sea capaz de recordar 10 esquemas defensivos, pero no parece probable que pueda predecir con absoluta certeza qué pasará cuando Kevin Garnett se quede aislado en el poste bajo frente a Chris Bosh a falta de 37 segundos en un partido de playoff ajustado (respuesta: Garnett abusa de Bosh).

Esto es alentador por dos razones. En primer lugar, porque todos podremos descansar tranquilamente esta noche sabiendo que el baloncesto nunca morirá. En segundo, porque, ahora que sabemos que los amantes de las estadísticas están malgastando su tiempo con la NBA, quizá pueda convencer a uno de ellos para que se pase por mi próxima clase de surf.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_