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EL CÓRNER INGLÉS | FÚTBOL | Internacional
Columna
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La tontería más grande del mundo

- "Comprar un club de la Premier no tiene absolutamente ningún sentido". Alan Sugar, ex dueño del Tottenham.

El poder sin responsabilidad, temible en un gobernante, es uno de los placeres del que dispone el aficionado al fútbol. En un club, el aficionado tiene más poder que nadie. Si suficientes voces se unen a la suya, es la figura determinante a la hora de decidir la contratación o venta de un jugador, el despido de un entrenador o la dimisión de un presidente. Y todo esto, sin la necesidad de soportar el peso de la responsabilidad. El aficionado no paga mayor precio que la entrada al estadio.

Para el dueño de un club de fútbol es al revés. Posee mucho menos poder de lo que parece, ya que lo debe repartir con los seguidores -sus amos, al final- o con el entrenador, cuyo poder depende de su popularidad en las gradas. A cambio, el dueño debe asumir todos los riesgos económicos y todos los dolores de cabeza administrativos. Bueno, en realidad, no hay riesgos; solo, garantía de fracaso. El que mete dinero en un club de fútbol tendría más posibilidades de recuperarlo si lo tirase al mar. Como inversión, es la tontería más grande del mundo.

El que mete dinero en un club tendría más fácil recuperarlo si lo tirase al mar

¿Por qué lo hacen, entonces? ¿Por qué hay una cola permanente de millonarios desesperados por adquirir un club de fútbol inglés? ¿Por qué hoy un inversor estadounidense llamado John Henry celebra la compra del Liverpool a un par de tristes compatriotas suyos que, en tres años y medio, han visto su inversión acabar en pérdidas de más de 150 millones de euros?

Hay dos explicaciones. Una, que Henry y la media docena de señores que competían con él por adquirir el Liverpool -junto a los muchos más que se desviven por ser dueños del Manchester United, del Newcastle, del Portsmouth o del que sea- comparten la ceguera de creer que van a ser los primeros de la historia en sacar dinero a un club de fútbol. Dos, pura vanidad.

La segunda opción es la más sana. Y, si se hace con los ojos abiertos, sabiendo que se trata de un suicidio económico, es incluso admirable. Para una persona que tiene tanto dinero que no sabe qué hacer con él, un club de fútbol, especialmente uno de la principal Liga del país que inventó el deporte, es un accesorio comprensiblemente atractivo. En vez de comprarte otro crucero de 120 metros o un par de picassos, te compras, como ha hecho el ruso Roman Abramóvich, el Chelsea. De un día a otro, te conviertes en una figura de renombre mundial, citada en todos los medios, y, al menos durante un tiempo, das una gran ilusión a millones de seguidores. Hablando de millones, 1.000 son los que Abramóvich ha perdido en euros desde que en 2003 se hizo dueño del club. Pero esa cantidad representa menos del 10% de la fortuna del ruso y a cambio ha obtenido la satisfacción de ver cómo el Chelsea se ha transformado en una de las grandes potencias del fútbol europeo. Siete años después de su llegada, la afición del Chelsea le sigue dando su amor y, sí, su poder. Se asocian con Abramóvich, se han hecho uno con él, hasta tal punto que corean en el estadio, exultantes: "¡Estamos forrados!"

Lo echarán a palos al final, pero, hoy por hoy, la inversión, o despilfarro, que ha hecho el ruso posee un valor que no tiene precio. Lo que cuesta entender es por qué Henry, dueño del Boston Red Sox, ha batallado tanto, superando todo tipo de obstáculos judiciales, para poder gastarse 340 millones en la compra del Liverpool. La explicación más sencilla sería que es tonto. Tiene pinta. Hay una foto de él, diseminada por su propia gente en los diarios británicos la semana pasada, en la que se le ve celebrando un título de los Red Sox con ojos de displicente satisfacción y un puro en la boca cuyas dimensiones intimidarían a Nacho Vidal.

La vanidad es, manifiestamente, parte del paquete. Pero, ya que su fortuna se calcula solo en unos pobres 650 millones de euros, Henry se tiene que creer que va a ganar dinero con el Liverpool. Un pronóstico: repetirá el destino de los dos tontos que acaba de sustituir. Chorreará dinero y lo acabarán detestando, y echando, los todopoderosos fans.

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