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Reportaje:TOUR 2009 | Duodécima etapa

Al tran tran de Armstrong

Lamentos de fatiga en un pelotón aburrido la víspera de los Vosgos, que asoman lluviosos

Carlos Arribas

Como si antes de pensar hubieran consultado el oráculo del Tour (www.twitter.com/lancearmstrong), la asamblea de directores decidió ayer que tocaba fuga. Tocó fuga, y fue la alegría de Nicki Sorensen, un danés veterano de la escuela de Riis, que venció tras un preciso contrapié a cinco kilómetros de la meta; la pena de Freire y otros sprinters, que se perdieron la penúltima oportunidad de ver de nuevo desde atrás la propulsión a chorro de Cavendish lanzado hacia la victoria; la maldición de Arrieta y sus compañeros del Ag2r, hermosos en sus beaches celeste al frente del pelotón escoltando al maillot amarillo, Nocentini, al comienzo de su marcha a través de la canícula interminable de Borgoña hasta Lorena, sudorosos, sedientos, muertos, al final de la travesía, a 40 kilómetros de la meta, cuando comprobaron que no llegaría el esperado relevo de los equipos de sprinters para tirar del carro hasta meta. Que le echen la culpa a su director, empeñado en mantener la cuota de pantalla del combinado maillot amarillo-cabeza de pelotón hasta el último centímetro. Y si temen las consecuencias, que le pidan explicaciones a Armstrong, que seguro que algo tendrá que ver.

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El sol brillante entre los viñedos que rodeaban su hotel en Joigny le sopló al amanecer a Armstrong que el Tour cumpliría un día más del amodorramiento por él demandado. Un día más al tran tran de Armstrong, un viejo diesel que parece acumular fuerzas al ritmo en el que los demás se desgastan, que no necesita cambios bruscos de ritmo, que le molestan, personificado en los chicos de Arrieta tirando del carro -la fuga, en la que Egoi Martínez, más voluntad que velocidad, empezó a sufrir de la envidia que le dan sus lunares a Pellizotti, mantenida a una distancia prudencial pese a las tentaciones de dejarla perderse-, un día en el que, además, sus amigos del Columbia aceptaron descansar, renunciar a otro triunfo de Cavendish y acumular fuerzas necesarias para el día siguiente, para la etapa de hoy en los Vosgos, aperitivo de los Alpes, regreso de los puertos de primera al Tour después de los decapados Pirineos.

Las montañas alsacianas, de nombres impronunciables, esperarán con lluvia, vientos tormentosos y frío a un pelotón que llega entre lamentos y ayes. "Parece que no", dice Iván Gutiérrez, un tipo fuerte, un cántabro que se ha acostumbrado a convivir con el dolor de piernas. "Pero este Tour tan poco espectacular, en el que parece que no ha pasado nada, ha tenido de todo, mucho calor, días de mucho viento, mucho estrés nervioso. Ha sido una guerra de desgaste que a todos nos ha machacado".

Sastre resumió: "El Tour está acumulando cansancio en gran parte del pelotón". Y Contador habló de los Alpes, que llegan el domingo. Quizás para despistar.

Un periodista alemán, pelota él, le dijo a Armstrong la primera semana que en dos días desde su regreso había habido más movimiento en el Tour que en los cuatro años de su ausencia. El exagerado no se ha atrevido a abrir de nuevo el pico por miedo a ser abucheado por otros corredores. Por Contador, por ejemplo. Por el chico de Pinto, joven, explosivo, amante de las emociones fuertes, que tuvo que subir los Pirineos con el freno de mano echado para no dejar en evidencia al gurú, que se muere de impaciencia por encontrarse por fin, libre, cara a cara con una gran montaña. Para hacer, por fin, hablar a sus piernas, que él no tiene Twitter ni quiere hablar en inglés.

Contador, con las gafas puestas, por detrás de Armstrong.
Contador, con las gafas puestas, por detrás de Armstrong.ASSOCIATED PRESS

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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