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Reportaje:MONTAÑISMO

¿Cuánto vale la vida de un 'sherpa'?

Se ha extendido la creencia de que estas personas son superhombres ajenos al frío y el peligro

Tanto en los Alpes como en los Pirineos o en los Picos de Europa, por citar macizos conocidos, los primeros guías fueron pastores, hombres de los valles circundantes, tipos que conocían los accesos y las posibilidades de las montañas que las élites del momento ansiaban coronar. En el Himalaya, los sherpas nepalíes y los porteadores de altura del norte de Pakistán fueron los que hicieron posible que las expediciones occidentales alcanzasen primero el pie de las montañas y, después, muchas de las cimas más altas del planeta.

Edmund Hillary conquistó el Everest apoyándose en Tenzing Norgay, uno de los sherpas más célebres que ha dado Nepal. Pero los sherpas no siempre han sido tratados con el respeto que merecen: peor aún, ante la masificación reinante en los ochomiles, su figura se ha cosificado. Si en un principio fueron guías, pronto perdieron pedigrí para pasar a ser animales de carga, tipos que acarreaban la impedimenta de los campos de altura. Pero, con el paso del tiempo, ganaron aptitudes técnicas y enseguida asumieron galones y nuevas tareas: habitualmente, son los encargados de fijar cuerda y ya no es infrecuente que viajen como sherpas privados de aquellos alpinistas que no tienen claro su verdadero nivel de autonomía en la montaña.

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Una de sus últimas atribuciones es el papel de rescatadores a sueldo: "Te pago y te juegas la vida para salvar la de un occidental en apuros". Se ha extendido la creencia de que estos hombres son superhombres, ajenos al frío, a los peligros objetivos de la alta montaña, a la fatiga. Realmente, se considera que se les puede comprar: "Les ofrecimos 6.000 euros a cada uno y rehusaron subir a por Tolo", clamaba Juanito Oiarzabal hace dos días. Cabe preguntarse en cuánto se cifra la vida de un sherpa y si es lícito alquilarla para un rescate que nadie se ve con fuerzas de acometer. En el caso de Tolo Calafat, cuando nadie en el último campo de altura se veía en disposición de exponerse a la intemperie, fue el sherpa Sonam, de 50 años, quien dio un paso al frente: cargado con comida, oxígeno y medicinas, fue "mandado a la muerte", como ilustraría Oiarzabal en unas declaraciones incomprensibles para cualquiera que conozca los códigos de la montaña o, simplemente, mantenga el sentido común.

Lo cierto es que pocos son los sherpas o los porteadores de altura de Pakistán que acuden a la montaña por devoción. La mayoría ve en el trasiego de las cimas la mejor o más lucrativa forma de ganarse la vida en países en los que los mínimos apenas están garantizados. "Ganan mucho", reconoce Juan Vallejo; "sobre todo, aquellos que trabajan para expediciones tan potentes como la de Oh Eun-sun o Edurne Pasaban. Estos ganan muchos miles de euros". Quizá por eso la zanahoria del dinero no sirvió para convencer a los sherpas del equipo surcoreano o, más sencillo, nadie quiso suicidarse.

Con todo, resulta revelador que Sonam y Dawa, los dos sherpas que socorrieron a Calafat, rehusaran abandonar el Annapurna en helicóptero y se expusieran, con susto incluido, a un descenso de lo más arriesgado por laderas avalanchosas. A pie podían descender todo su equipo y el material abandonado que encontrasen, ganando mucho dinero con su posterior venta y manteniendo su equipo de altura que tanto esfuerzo les costó recopilar.

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