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BALONCESTO | Europeo de Lituania
Columna
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Otra vez con la boca abierta

Existe una cualidad solo al alcance de los más grandes y es aquella que les permite pasarse toda su carrera manteniendo intacta la capacidad para sorprender. La tuvo Michael Jordan, al que después de verle hacer las canastas más inverosímiles, los partidos más redondos, las gestas más heroicas, todavía era capaz de pegarte a la pantalla de televisión sabedor que aún guardaba en la chistera lo nunca visto anteriormente. Salvando las lógicas distancias, hay un jugador español que me produce esta misma sensación. Se llama Juan Carlos Navarro y desde hace diez años, tanto en la selección como en el Barcelona, sigue asombrándome. La lista de partidos memorables es tal que se necesita llevar libreta para tenerlos todos apuntados, pero esto no impide que año tras año me vuelva a dejar boquiabierto con algún que otro partido estelar. Podía haber sido el de cuartos de final ante Eslovenia, marca de la casa, pero aquello al parecer no era más que un pequeño entrenamiento, un calentamiento para preparar, en el momento justo y en el día indicado, una actuación portentosa a todos los niveles. Por volumen (35 puntos) eficacia (53%) y sobre todo porque resultó absolutamente crucial para que a estas horas España celebre su clasificación para los Juegos de Londres mientras le queda una final a la que atender.

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Supersónico Navarro

Navarro es de esos jugadores impagables al que la tensión, el partido en el filo, la trascendencia de lo que hay en juego u otras cuestiones que a la mayoría de los mortales nos afectan negativamente al sistema nervioso central, a él le despiertan, le alertan, le ponen a pleno rendimiento cuerpo y mente. Macedonia estaba exigiendo a España más de lo esperado. Liderada por un maravilloso McCalebb, uno de esos jugadores a los que da gusto ver jugar por ser compendio de sensatez y explosividad, con unos cuantos jugadores bastante alejados del glamour o la estética moderna pero con las ideas bien claras de lo que tenían que hacer y reforzados anímicamente por sus éxitos en este campeonato, Macedonia llevó la iniciativa. Se hinchó a meter canastas en los dos primeros cuartos gracias a su inteligente y fluida manera de mover la pelota, ahondó en la falta de tiro exterior español con una defensa zonal y se fue al descanso más que vivita y coleando.

Hasta ese momento habían tenido respuesta para el juego interior de los Gasol y superaban sin grandes problemas la defensa española por lo que su plan de ruta (llegar a un final igualado en el que el favorito sufriese un ataque de nervios) se estaba cumpliendo. Pero no estaban preparados para una de esas tardes donde Navarro decide que aunque le hayas observado durante los últimos once años, con su montón de sobresalientes, todavía no has visto lo mejor. Y comienza a meterlas desde todos los lados, plantado o en carrera, cuadrado o desequilibrado, libre o con tres contrarios persiguiéndole. Cada canasta arranca los gritos y aplausos en el banquillo español de la misma manera que los que están en el de Macedonia comienzan a temerse lo peor y en su cara aparece la desesperación ante la imposibilidad de parar el chaparrón de un jugador liviano, alejado de los estándares musculosos pero con dinamita en su mano y en su cabeza. ¿Y saben lo mejor además de lo de los Juegos y estar en la final? Pues que estoy convencido de que dentro de muy poco, quién sabe si en la final, volverá a hacerlo. Volverá a dejarme con la boca abierta.

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