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Política monetaria ante la crisis

Adiós al guión clásico de los bancos centrales

Las decisiones pierden eficacia a medida que los tipos se acercan a cero

Claudi Pérez

Hubo un tiempo en el que los tipos de interés eran una varita mágica en manos de los banqueros centrales, convertidos en Houdinis de las finanzas. Cuando llegaba una crisis o explotaba una burbuja, la receta era una buena rebaja del precio del dinero. Las Bolsas se disparaban al instante y la economía acababa recuperando el aliento (casi siempre metiéndose en otra burbuja, pero ese es otro cantar). Eso se acabó. En una época normal, las rebajas de tipos acaban facilitando el crédito, pero ésta no es una época normal: en su último informe, la CIA declaró que la crisis financiera es más peligrosa que el terrorismo global. Y esta vez parece que va en serio.

Los efectos de la que ya parece la madre de todas las crisis son devastadores para el BCE, la Reserva Federal (Fed) y demás banqueros centrales: a medida que el huracán financiero va arrollando, tienen más problemas para influir en los mercados y el conjunto de la economía. La crisis muta como un virus, a toda velocidad, y los bancos centrales van por detrás de los acontecimientos. Como dice el Nobel Paul Krugman, ni siquiera "esos chicos listos que trabajan en la Fed saben qué sucederá a continuación".

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Pero al menos algunos se atreven con nuevas recetas. El Banco de Inglaterra se une ahora a la nómina de bancos centrales que han traspasado las líneas rojas de la tradicional ortodoxia en la política monetaria: la de los tipos rondando el 0% y la del alivio cuantitativo, el eufemismo preferido por los expertos para darle a la máquina de imprimir billetes, comprar bonos del Estado y activos del sector privado. El BCE sigue lejos de esas dos medidas.

El eurobanco se resiste a llegar a la zona cero y sólo ha insinuado la posibilidad de recurrir al alivio cuantitativo si las cosas se siguen torciendo. Las críticas le llueven desde hace meses: "El BCE es demasiado conservador, una vez más. No quiere instrumentos menos ortodoxos por miedo a lo desconocido. No quiere tomar riesgos cuando debería, porque el sector privado se niega a hacerlo. Y sigue empeñado en alertar de la inflación cuando el verdadero riesgo está en otro lado [la deflación]", ataca el economista belga Paul De Grauwe.

Aun así, ni siquiera los tipos al 0% y las políticas de alivio cuantitativo son una garantía. La política monetaria pierde tracción cuando los tipos se acercan a la zona cero: en estos momentos apenas lo notan las hipotecas, la demanda de crédito tampoco aumenta, los bancos siguen con el grifo cerrado. Pese a la barra libre de liquidez del BCE -que ya dura varios meses- y a la abrupta bajada de tipos, ni la economía ni el sector financiero se reaniman.

La apuesta del Reino Unido por darle a la máquina de imprimir billetes tiene un par de referentes que no invitan al optimismo: EE UU lleva haciendo lo mismo desde hace meses y no ha conseguido detener la sangría. Japón lo hizo a finales de los años noventa y no consiguió evitar una década de estancamiento. Daniel Gros señala desde Bruselas el camino que debe tomar el BCE: "Tipos a cero y políticas de alivio cuantitativo". Eso para empezar. Porque Santiago Carbó, catedrático de la Universidad de Granada y consultor de la Fed, augura "muchas más sorpresas y novedades en las políticas de los bancos centrales". "Nada de lo que se ha hecho funciona: la crisis no sólo no retrocede, sino que avanza. Se van a tomar medidas poco convencionales: inyecciones de capital, nacionalizaciones de bancos y creación de vehículos para limpiar de activos tóxicos los balances de los bancos. El deber de los bancos centrales es tratar de sacar del atolladero a la economía. Para eso, no hay más remedio que probar nuevas recetas", remata.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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