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Los desequilibrios europeos

Alemania aprieta a la zona euro

El gigante europeo impone austeridad, pero depende del consumo de sus socios

Andreu Missé

La inflexibilidad que ha exhibido Alemania en la gestión de la crisis griega ha acabado revolviéndose contra sí misma. El desequilibrio fiscal de Grecia, mal que bien resuelto, ha eclipsado otro desequilibrio que emerge cada día con más fuerza: el desafío que supone el mantenimiento del fuerte superávit exterior de Alemania a costa de sus socios de la zona euro. El motor económico europeo predica austeridad al resto, pero basa su éxito en el consumo de otros países, que lo convierten en un gigante exportador.

Numerosos analistas consideran insostenibles estos desfases -Alemania vende al exterior mucho más de lo que compra porque su consumo interno es débil-, que impiden reactivar el crecimiento de la economía y del empleo. Las principales instituciones, desde el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) o la Comisión Europea, piden a Alemania que corrija su desequilibrio exterior pero la canciller Angela Merkel se resiste. El modelo de moderación salarial y bajo consumo en su país, compensado por el mayor gasto de sus socios, ya no puede seguir. La crisis ha sobreendeudado a muchos países rebajando seriamente su capacidad de compra.

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La crisis de las llamadas "divergencias de competitividad y los desequilibrios macroeconómicos" adquirió una nueva dimensión el pasado 15 de marzo con las manifestaciones de la ministra francesa de Finanzas, Christine Lagarde, al diario Financial Times, cuando reconoció que Alemania había hecho "una labor increíble" en la moderación de los costes laborales unitarios. Pero al mismo tiempo advertía: "No estoy segura de que esto sea un modelo viable a largo plazo".

Lo cierto es que el superávit alemán por cuenta corriente es impresionante. En 2009 ascendió a 125.150 millones de euros, el 5% del producto interior bruto (PIB). En términos absolutos es el segundo más grande del mundo después de China, pero en términos relativos, es decir, en relación con su PIB, es incluso mayor que el de ese país. Philipe Whyte, investigador superior del Centre for European Reform (CER), señala que durante la última década Alemania y otros países registraron un fuerte excedente exterior, pero que sufrieron al mismo tiempo una débil demanda interna. En su opinión, si Alemania "hubiera sido una economía cerrada habría tenido una prolongada depresión". Whyte sostiene que "Alemania ha sido salvada por el derroche de los extranjeros" y recuerda que entre 1999 y 2007, el 70% del crecimiento de su PIB fue debido a las exportaciones netas. Pero advierte de que "los extranjeros que le han mantenido a flote están ahora atascados por la deuda".

Whyte desmonta uno de los tópicos más extendidos al rechazar la idea de que "los superávit por cuenta corriente son un reflejo de la competitividad de una economía". En su opinión, el error está en considerar los países como si fueran empresas. Recuerda que "una de las economías más productivas del mundo, Estados Unidos, registra un gran déficit externo mientras que algunas de las más disfuncionales y menos productivas, como Rusia y la República Democrática del Congo, tienen superávit". Este economista, experto en política monetaria y fiscal, censura la estrategia de Berlín, que urge a que "los países del déficit se conviertan en más alemanes". Pero avisa de que "ésta es una misión imposible si Alemania no deja de ser tan alemana".

La cuestión está en cómo estimular la demanda interna en el país que debería ser la locomotora de la Unión. "Lo que más me preocupa", asegura Whyte, "es la extendida tendencia en Alemania a creer que los políticos no pueden hacer nada por esto".

Simon Tilford, economista jefe del CER, advierte de que "si el modelo de crecimiento alemán fuera exportado al conjunto de la zona euro (o al resto del mundo), el resultado sería empobrecer a tu vecino con recortes salariales y una depresión mundial".

Precisamente sobre esta idea el profesor Costas Lapavitsas, del Research on Money and Finance (RMF), censura el deficiente funcionamiento de la unión monetaria. Su tesis es que "la unión monetaria ha eliminado o limitado la libertad de establecer la política fiscal o monetaria forzando que la presión del ajuste se haya realizado sobre el mercado de trabajo". En su opinión, los países de la eurozona, dirigidos por la política de la UE, "han comenzado una carrera cuesta abajo fomentando la flexibilidad laboral, la contención salarial y el empleo a tiempo parcial".

Lapavitsas ilustra con numerosos datos que Alemania sólo ha ganado competitividad dentro de la zona euro "por la única razón de que ha sido capaz de apretar a sus trabajadores más duramente". Su idea esencial es "que la eurozona debería transformar el euro para servir a los intereses de la clase trabajadora a través de la política fiscal, una ampliación del presupuesto y salarios mínimos. Queda por ver si esto es factible. Es posible que, en la práctica, la eurozona se rompa y los países periféricos sigan caminos separados".

Este experto subraya que "una política de aumento sostenido de los salarios sería buena para Alemania, que ha congelado los salarios nominales durante 15 años". Ello "estimularía la demanda y reduciría su superávit con los países periféricos". Y recuerda que "los salarios reales en España también han sido congelados durante este periodo". Y asegura que España sufrió también una productividad extremadamente baja, por lo que recomienda "un aumento de los salarios reales pero también de la productividad".

En este sentido, señala que congelando o bajando los salarios reales durante la última década, España tampoco ha mejorado su competitividad. Una política de austeridad y recortes salariales probablemente exacerbaría la recesión e incluso contribuiría a aumentar el desempleo.

Tilford señala que para que la eurozona se mantenga estable, además del rigor en las normas fiscales, son necesarias otras tres cosas: "Los Estados miembros de la UE del sur deben estimular el crecimiento de su productividad; los del norte, especialmente Alemania, deben reforzar su demanda interna y reducir su superávit por cuenta corriente y debería haber una mayor integración institucional".

Si las probabilidades de que Alemania modifique su política exportadora son prácticamente nulas, peor es su disposición para impulsar la coordinación económica, con independencia de que se le llame gobierno económico o gobernanza económica.

De izquierda a derecha, los mandatarios de Reino Unido (Gordon Brown), Alemania (Angela Merkel), Francia (Nicolas Sarkozy) e Italia (Silvio Berlusconi), en febrero de 2009.
De izquierda a derecha, los mandatarios de Reino Unido (Gordon Brown), Alemania (Angela Merkel), Francia (Nicolas Sarkozy) e Italia (Silvio Berlusconi), en febrero de 2009.REUTERS

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