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La primera crisis de la moneda única

Alemania toma las riendas del euro

La estrategia de Merkel se impone en Europa y refuerza el papel del BCE - Las propuestas germanas son más concisas y resolutivas que las de la Comisión

Andreu Missé

Después de más de tres meses de haber estado arrastrando los pies con múltiples excusas para resolver la crisis griega, Alemania ha reaccionado finalmente y tomado el mando de la zona euro. Después del susto bursátil del viernes 7 de mayo ahora todo son prisas. El pasado martes por la noche, Berlín anunció, ante la sorpresa de sus socios, la prohibición de las ventas en descubierto a corto, una de las prácticas especulativas que amplificaron la crisis financiera griega. Tres días después, el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, se presentó en Bruselas a la reunión de la Task Force, dirigida por el presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, con un escueto documento de cuatro hojas, con nueve resolutivas "propuestas clave" para superar las debilidades del euro.

Con la 'Task Force' el sistema es más rápido y cuenta poco con la Comisión
Las cuentas públicas se someterán a un análisis riguroso e independiente
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Berlín disfrutó de un trato excepcional para digerir la unificación
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La primera consecuencia es un reforzamiento del papel del Banco Central Europeo (BCE), cuyo presidente, Jean-Claude Trichet, forma parte de la Task Force, junto al presidente del Eurogrupo, Jean-Claude Juncker, el comisario de Asuntos Económicos, Olli Rehn, y los 27 ministros de Economía.

La trascendencia de las propuestas y el sistema de su aprobación suponen un cambio radical en las ambiciones y el funcionamiento de la Unión Económica y Monetaria. Las propuestas de Berlín son mucho más concisas y resolutivas que las planteadas por la Comisión Europea el pasado día 10 sobre esta materia en su comunicación El Refuerzo de la Coordinación Económica. Además el procedimiento para su aprobación supone un cambio radical y más acelerado del sistema tradicional. La Comisión, que tiene la exclusiva de iniciativa legislativa, presenta una propuesta, que es debatida por los embajadores y finalmente la aprueban los ministros en el Consejo.

Ahora con la Task Force, constituida por mandato del Consejo del pasado 26 de marzo para aumentar la disciplina presupuestaria y mejorar el sistema de resolución de crisis, la mecánica es muy distinta. Van Rompuy convoca a los ministros que directamente pasan a estudiar las propuestas concretas presentadas por algunos de ellos como ocurrió el pasado viernes. Tras la explicación inicial de Schäuble, los demás ministros dieron su opinión. En junio el Consejo Europeo verá un informe sobre el progreso del trabajo y en octubre se presentará un informe con las medidas legislativas concretas. Es un sistema mucho más acelerado que lamentablemente cuenta poco con la Comisión, cuya prudencia histórica venía condicionada por el rechazo sistemático de los Estados, muchas veces por la propia Alemania, de sus propuestas más avanzadas. En cierta medida, José Manuel Barroso, el presidente de la Comisión Europea, paga ahora su política conciliadora y no haber tenido una posición más distanciada y diferenciada de los Estados.

En esencia Berlín propone una valoración "más profunda de los problemas específicos de cada país" en sus evaluaciones de los programas de estabilidad y convergencia que anualmente presentan los países para corregir sus cuentas públicas. Pero más significativa es la propuesta de Schäuble de someter los programas de estabilidad a un examen "más riguroso e independiente por parte del BCE o de un grupo de instituciones de investigación independientes especialmente nombradas" para ello.

Alemania propone draconianas sanciones para asegurar el cumplimiento del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, que limita el déficit público y la deuda pública al 3% y 60% del PIB, respectivamente. Si los Estados de la zona euro no cumplen los requerimientos de reducción de déficit "se suspenderán las autorizaciones para recibir nuevos fondos estructurales". En casos extremos las retiradas de fondos pueden ser permanentes. El dinero de la UE estaría así condicionado a una sólida política fiscal. Igualmente se propone que los países del euro incorporen en su legislación nacional las reglas del Pacto de Estabilidad "de forma obligatoria y creíble".

Más inquietante es la pretensión de "suspender el derecho de voto al menos por un año a los países que infrinjan seriamente las reglas de la Unión Monetaria". Berlín quiere que, para el futuro, la UE cuente con un instrumento permanente de resolución de crisis, dejando claro que el actual paquete de rescate de 750.000 millones es temporal. Por ello propone "un procedimiento ordenado para las insolvencias de los Estados", que podría inspirarse en el mecanismo existente para los bancos. Aunque nadie se pronunció sobre este punto el pasado viernes, la intención de Alemania es que cuando un país no pueda pagar, no sea expulsado del euro sino que exista un procedimiento para reestructurar su deuda con sus acreedores.

El documento de Schäuble sintoniza en gran medida con las ideas de Van Rompuy, quien plantea la posibilidad de que parte de la deuda de un Estado que cumple las reglas del pacto pueda ser emitida como deuda comunitaria o bonos europeos como prefieren denominarlos otros. También sugiere que se puedan modular las exigencias de capital de los bancos que tengan deuda soberana de un país.

El giro repentino de Alemania tiene mucho que ver con el susto de la tarde del pasado 7 de mayo provocado por el brutal desplome de las Bolsas, y también que la canciller alemana, Angela Merkel, ya no está pendiente de sus problemas electorales. La señal de alarma la dio el tipo más prudente y comedido del escenario europeo, el presidente del Banco Central Europeo, (BCE), Jean-Claude Trichet, cuando dijo que la situación estaba fuera de control, "similar" a la producida tras la caída de Lehmann Brothers en septiembre de 2008. Horas después el presidente francés, Nicolas Sarkozy, y el presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, hablarían de la posibilidad de riesgo sistémico.

La dureza de las exigencias de Alemania tiene poco que ver con su comportamiento con las normas del Pacto, que con el acuerdo de Francia y Portugal, logró suavizar sus exigencias entre 2003 y 2005. También olvida que desde 2001, Alemania y Francia han infringido el pacto cinco veces y España sólo dos. O que Alemania viola la regla de la deuda, con una tasa del 73%, mientras que España se encuentra en el 53%.

Ahora Merkel dice que la flexibilización del pacto "fue un error del canciller Gerhard Schröder y el presidente Jacques Chirac". Lo cierto es que Berlín disfrutó de un comprensible trato excepcional para digerir su unificación, y España debe apañárselas para afrontar los efectos del boom inmobiliario, al que Alemania no es ajena. La realidad es que durante las últimas semanas en Alemania se han reavivado los miedos de la crisis monetaria de los años veinte.

Los meses de indecisión que han agravado la crisis griega tienen también su justificación. El ministro del Interior, Thomas de Maizière, justificaba el pasado miércoles en Berlín en un encuentro con corresponsales europeos, el retraso de su país en conceder las ayudas a Atenas en no crear malos hábitos, haciendo un paralelismo con el trato a los niños. "Con los niños siempre es así, si cedemos demasiado pronto, en la mayor parte de los casos, acabamos pagando más caro que si pagamos más tarde".

Maizière recuerda que "la filosofía de Europa es que no hay que confiar en la ayuda de los otros sino que cada país debe hacer sus deberes". Lo cierto es que en Alemania se están despertando los fantasmas del pasado. En el entorno de Merkel se comenta el riesgo a un auge de la extrema derecha, a la posibilidad de un Le Pen alemán" si se deteriora la moneda y los ciudadanos pierden la confianza en sus instituciones.

Merkel junto al presidente francés, Nicolas Sarkozy (izquierda), y el primer ministro esloveno, Borut Pahor, en la cumbre europea de marzo.
Merkel junto al presidente francés, Nicolas Sarkozy (izquierda), y el primer ministro esloveno, Borut Pahor, en la cumbre europea de marzo.REUTERS

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