Argentina, crucificada en dólares

Cuando Franklin Roosevelt sacó a Estados Unidos del patrón oro, en 1933, su director de presupuesto se horrorizó. '¡Éste es el fin de la civilización occidental!', declaró. La verdadera amenaza para la civilización eran la depresión y sus consecuencias políticas, y uno tiembla al pensar lo que habría sucedido si Roosevelt no se hubiese enfrentado a la ortodoxia monetaria. Desafortunadamente, aquella antigua religión económica, con su cerrada insistencia en la rectitud monetaria a expensas de cualquier otra consideración, se ha recuperado hoy gracias, en gran medida, a los esfuerzos promocionales de los grupos de expertos de derecha. Y esa ideología, más que otra cosa, es responsable de la catástrofe que se le echa encima a Argentina.
Hace sólo tres años, la Junta Monetaria argentina consiguió extravagantes elogios en publicaciones como Forbes y The Wall Street Journal, y los economistas del Cato Institute establecieron lucrativas prácticas de asesoría enseñando a otros países a imitar el método argentino. ¿Por qué este entusiasmo de la derecha? Básicamente, la Junta Monetaria, introducida en 1991 para dar confianza a los inversores, devolvió al país al patrón oro, sólo que esta vez los dólares sustituyeron a los lingotes. Para evitar la inflación, el sistema fijó el peso en un dólar y dejó poco margen a la política monetaria.
Entonces, ¿qué fue mal? Se podría pensar que el problema ha sido el derroche. Pero el déficit presupuestario se ha mantenido entre el 1% y el 3% del PIB, lo cual no está mal para una economía deprimida, y su deuda es sólo la mitad del PIB, mejor que muchos países europeos. Si nos fíamos de los números, el panorama presupuestario argentino parece mejor que el de EE UU hace una década. Su verdadero problema no es presupuestario, sino económico. El país se encuentra en su cuarto año de recesión. Pero el rígido sistema monetario, pensado como una protección frente a la inflación, excluye medidas que se adoptan normalmente para luchar contra la deflación, como reducir los tipos o permitir que la moneda se deprecie.
Argentina, en cambio, ha atravesado una oleada tras otra de austeridad presupuestaria, cada vez con la promesa de que la última ronda de recortes de salarios y empleos restaurará la confianza e impulsará la recuperación. Pero la austeridad no ha traído la recuperación. Por el contrario, ha agravado la recesión, aumentado la tensión social y reducido todavía más la confianza. La respuesta lógica es quitarle la camisa de fuerza: dejar que el peso fluctúe y hacer lo necesario para salvar la economía. Eso es lo que el Reino Unido hizo en 1931 y en 1992, ambas veces con buenos resultados. Incluso Brasil, obligado a salirse de su banda monetaria en 1999, descubrió que dejar flotar la moneda mejoraba la situación económica.
Hay que admitir que el hecho de que buena parte de la deuda privada argentina esté vinculada al dólar significa que una devaluación del peso podría causar problemas financieros. Pero, como ha señalado Ricardo Haussman, ex economista jefe del Banco Interamericano de Desarrollo, hay una respuesta: un decreto que cancele la indexación. Es una solución radical, pero la situación es desesperada y con precedentes: es, más o menos, lo que Roosevelt hizo en 1933. Y algunos bancos de inversión apoyan en privado ese plan desde hace meses. Pero, desde primavera, economistas conservadores de EE UU instan a Argentina a mantener la fijación respecto al dólar y dejar la deuda sin pagar. Y eso es lo que está sucediendo.
He escrito sobre un aparente doble rasero para la política económica en el Tercer Mundo, pero esto es verdaderamente ridículo. Los países avanzados devalúan con frecuencia sus monedas; pero a Argentina se le dice que no puede hacerlo. Los países avanzados nunca dejan de pagar sus deudas; pero a Argentina se le dice que debe hacerlo. Y esto a pesar de que no está fuertemente endeudada, y el impago -que no permitirá recortar los tipos de interés, no hará sus mercancías más competitivas y no pondrá fin a la necesidad de una austeridad fiscal- no hará nada por poner fin a la crisis económica.
Es difícil creer que Argentina vaya a sacrificar su economía y también su calificación crediticia en el altar de una teología monetaria desacreditada. Pero, mientras ustedes leen estas líneas, las autoridades argentinas están crucificando en una cruz de dólares a un país que lleva mucho tiempo sufriendo.
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