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Turbulencias en los mercados

El BCE se desmarca de la Reserva Federal y provoca la subida del euro

Trichet deja los tipos en el 1% y revisará las medidas de liquidez en diciembre

Volver a poner en marcha la máquina de imprimir billetes, o sacar aún más dinero de la chistera: esas son algunas de las imágenes que mejor explican la última vuelta de tuerca de la política monetaria estadounidense, basada en inyectar 600.000 millones de dólares (420.000 millones de euros) en la compra de deuda pública para combatir la flojera de su economía. La anemia de la economía europea es más grave, pero el Banco Central Europeo se desmarcó ayer de su homólogo estadounidense. No entrará en esa guerra: mantendrá los tipos de interés excepcionalmente bajos -en el 1% desde hace año y medio-, pero seguirá retirando paulatinamente las medidas excepcionales.

Los mercados de divisas reaccionaron profundizando la revalorización del euro -o la otra cara de la moneda, la caída del dólar-, que ayer escaló a máximos desde el pasado enero, hasta rozar los 1,43 dólares por unidad. Malas noticias para las exportaciones europeas y para la salida de la crisis en Europa. Y buenas para EE UU.

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El BCE vive tiempos tumultuosos: por primera vez desde su creación, la posición alemana no es la dominante. En las últimas semanas se han visto las diferencias entre el gobernador del Eurobanco, Jean-Claude Trichet, y su posible sustituto, el alemán Axel Weber. Weber opina que la compra de deuda -en la que también se ha embarcado la eurozona, en cantidades mínimas- es poco útil, y puede traer graves tensiones inflacionistas en el futuro. Trichet reiteró ayer que él "es el único portavoz" del BCE. Pero más allá de ese nuevo toque de atención, dejó las cosas como estaban: pese al trascendental movimiento de la Reserva Federal, el BCE prefiere esperar y ver. "Las medidas no convencionales son, por definición, de carácter temporal", afirmó Trichet. "Veremos lo que hacemos el próximo mes: la cita es en diciembre", dijo. Los analistas esperan que el BCE no se separe de la anunciada salida progresiva de ese tipo de medidas, que incluyen tanto la compra de bonos como la barra libre de liquidez. Pero a un ritmo muy lento para no agravar más las tensiones en el sistema financiero.

Los mayores bancos centrales del mundo (el estadounidense, el europeo, el británico y el japonés) han ido de la mano en toda la crisis adoptando medidas heterodoxas. Aunque con una intensidad diferente, que ahora se amplía: la Reserva Federal norteamericana sigue haciendo todo lo que está en su mano, enfrentándose a las críticas de quienes piensan que sus consecuencias son muy peligrosas, y el BCE opta por una estrategia más conservadora.

En los mercados, las consecuencias de esa divergencia son fulgurantes. El euro mantiene una senda alcista desde que la Reserva Federal dio a entender que se lanzaría a una segunda ronda de compra de deuda. A pesar de todo, Trichet se niega a acusar a EE UU de alterar artificialmente la cotización de su divisa: "Nada indica que haya que pensar que la Reserva Federal y el Tesoro [norteamericano] están jugando la baza de un dólar débil".

Francia y Alemania no opinan lo mismo. El euro "soporta el peso" de la inyección multimillonaria de liquidez estadounidense, advirtió la ministra francesa de Finanzas, Christine Lagarde. Su homólogo alemán, el liberal Rainer Brüderle, fue más directo: criticó abiertamente la política monetaria de EE UU y aseguró que Alemania ve "con preocupación" esa medida. Y entre los países emergentes, ya se anuncia la respuesta. El presidente de Brasil, Lula, avisó de que su país está preparado para tomar "todas las medidas necesarias". Dicho en plata, Lula no está dispuesto a que la devaluación del dólar lastre el crecimiento brasileño y actuará en consecuencia. También Corea del Sur se mostró dispuesta tomar represalias.

Jean-Claude Trichet durante la rueda de prensa posterior a la reunión del Consejo de Gobierno del BCE, ayer en Fráncfort.
Jean-Claude Trichet durante la rueda de prensa posterior a la reunión del Consejo de Gobierno del BCE, ayer en Fráncfort.REUTERS

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