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Despeñaperros, frontera del subdesarrollo

Ser andaluz, si se hace abstracción del natural orgullo por la idiosincrasia de este pueblo, comienza a ser dramático. Andalucía, en lo que va de siglo, ha perdido una población equivalente a la que hoy habita las provincias de Granada,. Huelva y Jaén en conjunto. De cada cuatro españoles desempleados, uno vive al sur de Despeñaperros; y de cada cuatro asalariados andaluces, uno está en paro.A ello hay que añadir medio millón de jornaleros, trabajadores sin la cobertura general de prestaciones por desempleo, y varios miles de pescadores que sufren las consecuencias de los continuos contenciosos con Marruecos y Portugal.

La economía andaluza se encuentra sumida en un proceso de regresión que arranca de lejos y adquiere señas de identidad desde que se inicia la industrialización español con una dinámica propia, en especial a partir de la segunda mitad del siglo XIX, según han estudiado los profesores universitarios Santiago Roldán, Juan Muñoz y Angel Serrano.

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La historia de la decadencia andaluza coincide precisamente, según estos profesores, con el desarrollo del capitalismo español, ya que hasta entonces la economía andaluza ocupa un primerísimo lugar -generalmente desconocido- entre las diferentes regiones y nacionalidades españolas.

En 1800, según las estimaciones de J. Plaza Prieto recogidas por los mencionados profesores, el producto bruto de Andalucía ascendía al 24,75% del total español, y era a nivel regional el mayor (Cataluña sólo sumaba el 8,28%, y el País Vasco, el 2,02%). Actualmente, sin embargo, el producto bruto andaluz se ha reducido al 12% del nacional (Barcelona suma el 16%, y Madrid, el 17%; es decir, cada una de estas provincias está por encima del total de las ocho provincias andaluzas). Junto a ello, y como un reflejo más de los desequilibrios territoriales generados, Andalucía, pese a su alta tasa vegetativa, sólo ha duplicado su población desde comienzos de la industrialización española, mientras que Madrid, Barcelona o Vizcaya han multiplicado por más de siete su número de habitantes. Así, en los últimos años, la renta per cápita andaluza supera apenas los dos tercios de la renta per capita nacional.

Entre otros factores que abonan esta decadencia de la economía andaluza se encuentran, según los mencionados profesores, la explotación colonial de la excepcional riqueza minera de Huelva, Jaén, Córdoba, Sevilla y Granada (Andalucía, como los países tercermundistas, se convierte en proveedor de materias primas); la pervivencia y crecimiento del laltifundismo en el campo andaluz, y, finalmente, el proteccionismo propiciado por los intereses sectoriales que dominan el proceso industrializador, frente a los intereses agrarios andaluces.

Punto crítico

« Andaluces, levantaos. / Pedid tierra y libertad». Los versos del himno de Andalucía resuenan a grito amargo y desesperado al sur de Despeñaperros. Una amargura y una desesperación tan hondas como el millón de analfabetos (uno de cada siete andaluces no sabe leer ni escribir), o los 350 nuevos parados por día que genera esta región. Sólo un fatalismo y una resignación de centurias puede explicar que este pueblo no haya puesto en práctica ya, de forma violenta, los versos de su himno. Y no los haya puesto en práctica cuando, según la mayor parte de los economistas mundiales, la tasa límite de paro que puede soportar un país, sin graves alteraciones sociales o revolucionarias, se cifra en el 12% de su población activa. En Andalucía, hoy, casi el 19% de su población activa está en paro.

« Estamos en la recta final de una tasa de paro sin violencia», manifestó a EL PAÍS José Vallés, profesor de Economía de la Universidad de Sevilla y técnico redactor del Plan de Urgencia para Andalucía por parte del PSOE, al comentar que para enero próximo el desempleo puede afectar a 430.000 andaluces.

Tres regiones españolas: Andalucía, Extremadura y Canarias soportan el 50% del paro nacional. Al drama del desempleo hay que añadir el de la educación, el de la sanidad y el de la vivienda en Andalucía. La tasa de analfabetismo entre los jóvenes de diez a diecinueve años en esta región, según el Anuario Banesto del Mercado Español de 1980, es del 2,1% al 4%.

Los niños sin escolarizar se cifran en 100.000, y de los escolarizados sólo un 35 % terminan EGB (la media, a nivel estatal, es el 51%). El panorama no es más halagüeño en cuanto a vivienda. Al margen del déficit de 250.000 viviendas sociales que padece Andalucía, la vida cotidiana en muchos hogares de esta región es peor que la que disfrutan en algunas repúblicas latinoamericanas. De cada cuatro hogares andaluces, uno no dispone de servicios de aseo e higiene. El 21,35% de los hogares andaluces -según los datos del Anuario Banesto- carece, de agua corriente en la vivienda principal El 35,17% de las familias andaluzas carece de frigorífico; el 97,52%, de aspiradora; el 22,47%, de televisor (hay más televisores que frigoríficos en Andalucía, pese a los rigores del clima), y el 79,19%, de lavadora automática. Una de cada cinco casas rurales carece de electricidad en Andalucía.

El desarrollismo de los años sesenta en España terminó de perfilar el modelo económico andaluz, nada ajeno al sistema de producción capitalista imperante en el país, que ahora hace crisis. Mientras la cornisa cantábrica, Madrid, Cataluña y País Valenciano experimentaban un fuerte desarrollo económico y una pujante industrialización, Andalucía quedaba relegada a desempeñar los papeles tercermundistas a escala de nuestra economía: reserva de mano de obra barata, latifundios agrícolas y el turismo como monocultivo.

Una economía de dependencia y marginación

Como causa inmediata de la situación que atraviesa hoy Andalucía, los socialistas, en su estudio, «Líneas para una acción económica urgente en Andalucía», citan «la fragilidad e insuficiencia del modelo de crecimiento económico de la época de la dictadura, que, basado en la inspiración tecnocrática, concentró su atención solamente en el crecimiento cuantitativo de las magnitudes económicas, cuya evolución tenía como punto de referencia una siempre inalcanzable cota de renta per cápita, previa al indispensable y exigible cambio social que debe acompañar a todo proceso de desarrollo, y que pudo ocultar sus contradicciones e injusticias, gracias a ¡as válvulas de escape que ofrecía la prosperidad de los países circundantes: colocación de emigrantes en el exterior y entrada de sus remesas, as! como ingresos de divisas por turismo e inversiones extranjeras».

La crisis de 1973, que marca el fin del desarrollo basado en el coste ínfimo de la energía y las materias primas, sume a todos los países industrializados en graves dificultades. Al crecimiento alegre y confiado, sin límites, de la década anterior, suceden las crisis sectoriales, la pérdida de actividad y el paro. Europa y las regiones industriales españolas bastante tienen con soportar su propio paro y, en consecuencia, dejan de absorber nuevos emigrantes en un primer momento, para expulsar más tarde a muchos de los que con anterioridad a la crisis habían acudido a las mismas. El retorno de los emigrantes, la imposibilidad de dar ocupación a un crecimiento vegetativo elevado y las vacas flacas del negocio vacacional -Occidente se aprieta el cinturón- despejan como sí de una cortina de humo se tratara la ficción del bienestar de los años sesenta y relegan a naciones y regiones -en nuestro caso Andalucía- a la crudeza de unos modelos económicos dependientes e hipotecados a la salud económica de los países ricos.

Andalucía, en consecuencia, se encuentra hoy con una economía caracterizada por: el desequilibrio demográfico (la dependencia es causa del desajuste entre población y recursos, cuyas más claras consecuencias son la emigración y el desempleo; la desarticulación sectorial (un elevado peso específico -el 30% del PIB andaluz- de la agricultura, la escasa participación industrial y la desmedida hipertrofia del comercio y los servicios); la escasez de capital (escaso ahorro autóctono y transferencia del misma regiones o zonas de mayor rentabilidad); la infrautilización de recursos (existencia de recursos ociosos o infrautilizados, que en gran medida está provocada por la estructura de propiedad de la tierra); deficiente transformación y comercialización (gran parte de las materias primas andaluzas es transformada y comercializada fuera de la región o por capita foráneo a la misma), y por deficiencias socioculturales o ambientales.

Jornaleros, emigrantes y desheredados varios

Las tasas de natalidad en Andalucía concuerdan, como tantas otras cosas, con los altos niveles de crecimiento vegetativo propios del subdesarrollo. Una riada de mano de obra joven -se calcula de 15.000 a 17.000 el número de nuevas incorporaciones al mercado de trabajo en Andalucía cada trimestre- sigue fluyendo sobre un empleo que, por el contrario, tiende a reducirse. Las plazas de cualquier pueblo andaluz, centro de reunión permanente de los sin trabajo de la localidad, son el vivo e hiriente testimonio de una realidad que, en grandes cifras, podría resumirse en pocas líneas: Andalucía cuenta con

el 17% de la población española y recoge del 28% al 30% del paro nacional; el desempleo andaluz, pese a que la población activa está porcentualmente muy por debajo de la existente en otras regiones, representa sobre este concepto el 19 %.

Pero no es eso todo: de cada trece andaluces, uno es jornalero. Y el jornalero es un eventual permanente, que apenas logra reunir unos meses de jornal -las tareas estacionales de siembra o recolección- a lo largo del año. El resto del año tiene que subsistir de lo que le pueda corresponder en el siempre insuficiente y, desde luego, arbitrario fondo de empleo comunitario. Esas cantidades que de cuando en cuando envía Madrid para financiar el orden público de manera indirecta, para evitar esta llidos de violencia social generada por el hambre. Pero es que in cluso las tareas de siembra y reco lección proporcionan cada vez menos jornales, al proceder los propietarios a cultivar productos que requieren poca mano de obra y al sustituir braceros por maquinaria agrícola.

Las largas décadas de emigración, por otra parte, han contribuido a que el 47% del territorio actual de Andalucía pueda considerarse como zona deprimida o en proceso de depresión socioeconómica. Solamente entre 1960 y 1973, cerca de 800.000 andaluces emigraron a Cataluña; otros 250.000 a Madrid; 170.000 al País Valenciano, y 50.000 a Euskadi. Paralelamente, 1.200.000 se instalaron en distintos países europeos, fundamentalmente en Francia (600.000), Suiza (300.000) y Alemania (200.000). Sólo ante estas cifras, una vez cerradas las puertas de la emigración, cabe preguntarse ¿qué va a pasar en Andalucía? ¿Cuál va a ser la salida? Porque pese a esta sangría de efectivos humanos, Andalucía cuenta todavía con casi siete millones de habitantes.

La geografía andaluza, como la de cualquier país tercermundista, cuenta con grandes contrastes económicos, que están mucho más a la vista que en los países o ciudades desarrollados e industriales. Probablemente porque el peso de la clase media es mucho menor y las diferencias sociales entre los pocos que tienen mucho y los muchos que tienen poco o nada no están amortiguadas. Así se explica la existencia de un puerto Banús, donde los jeques árabes y la jet society de todo el mundo cultivaba el ocio vacacional de agosto, mientras que a algunos kilómetros de allí, en un pueblo sevillano llamado Mar¡naleda, se vivían horas de tensión por el fantasma del hambre.

Jeques, caciques y señoritos

La Costa del Sol y las demás zonas turísticas andaluzas cuentan hoy con un importante papel en la economía de la región, y con todos sus defectos son una de las opciones principales para afrontar una salida a la grave postración regional. Sin embargo, hoy por hoy, representan también una situación de monocultivo heredada del franquismo, que ha hipotecado, en gran medida, la situación socioeconómica de la región a esta sola actividad (por otra parte, en buena medida en manos de los tour operators extranjeros). Detrás del decorado de hoteles, playas y yates, persistió el subdesarrollo y la miseria, la emigración y el paro. Los señoritos del latifundio, por otra parte, han seguido la máxima que expone Lampedusa en El Gatopardo (variar algo para que nada cambie) y han desaparecido como tales; pero la propiedad de la tierra sigue estando en muy pocas manos. EnAndalucía la propiedad de la tierra ha seguido concentrándose en los últimos años y hoy el 2% de los propietarios acaparan el 50% de la tierra andaluza, mientras que el 80% de los campesinos de la región son jornaleros. Los propietarios ya no son señoritos, sino empresarios -en el estricto sentido de la palabra- que se plantean la explotación de sus fincas desde una impecable óptica capitalista del máximo beneficio.

«Cultivar trigo en regadío, como sucede actualmente en buena. parte de las fincas andaluzas, puede ser censurable desde el punto de vista de rentabilidad social; pero como planteamiento empresarial, en el sistema económico en que vivimos, es irreprochable», sostiene Ignacio Vázquez (véase EL PAÍS del 16 de octubre de 4979), desde su doble condición de terrateniente y dirigente del Partido Comunista de España. «En las zonas andaluzas de regadío se obtiene una producción de trigo por hectárea dos o tres veces superior a la que se consígue en Castílla, y los precios se fijan precisamente pensando en los costes de producción que tienen los agricultores de Soria, que dificilmente pueden sembrar otra cosa. Si a esto añadimos que con uno o dos tractoristas se evitan los cientos de jornales que requerirían otros productos y la posibilidad de que se produzcan conflictos laborales, el planteamiento empresarial de la explotación de estas fincas resulta inmejorable».

El cuadro de la desarticulación sectorial de la economía andaluza se completa con la industria, de débil implantación y escaso peso específico a nivel global, y que además, en muchos casos -astilleros, textiles, metalurgia-, se ha visto directamente afectada por la crisis estructural de estos sectores a nivel nacional y mundial.

El ahorro y la inversión también emigran

Andalucía, en cifras de 1976, ocupa el penúltimo lugar entre las quince regiones o nacionalidades del Estado español, en relación de depósitos bancarios por habitante, con 54.700 pesetas, en tanto que la media nacional ascendía casi al doble: 104. 100 pesetas. En 1976, los depósitos totales entre bancos y cajas de ahorro supusieron 494.124 millones, de los cuales 325.752 correspondieron a la banca, y 168.372, a las cajas.

En 1977, la Federación Andaluza de Cajas de Ahorros obtuvo un total de ingresos de 16.577 millones, lo cual representó un aumento del 26,61% con respecto a 1976. La media nacional fue -según un estudio de CC OO del que se recogen estos datos- de 32,25%, ocupando en el ranking de cajas el número nueve, delante de las federaciones de Canarias y Galicia.

La federación andaluza fue, sin embargo, la que peor colocó de todas las federaciones sus recursos ajenos -según el mencionado estudio-, al alcanzar solamente un 6,37% en la distribución de excedentes del total de las federaciones, cuando la cantidad que con relación a sus recursos le hubiera correspondido está entre un 8,5 % y un 9,5%.

El estudio de CC OO analiza a continuación la cartera de valores de las cajas andaluzas, que suponia el 38,22% del total de depósitos a finales ole 1977; tenía una estructura en la. que destacaban primeramente lbs valores computables y, entre ellos, los de empresas calificadas, y a mucha distancia, las obligaciones del INI. La comparación con la cartera de valores de otras federaciones de cajas indica que la andaluza es la primera en cuanto a valores computables de baja rentabilidad y, al contrario, es la última en inversiones que comporten una profesionalización en el riesgo de la inversión (valores no computables). Por otra parte, la federación andaluza de cajas es la que porcentualmente más ha ayudado a la financiación del Instituto Nacional de Industria, al ser la primera en absortier sus valores. A finales de 1977, las cajas andaluzas poseían obligaciones del INI por un valor de 11.532 millones de pesetas (de ellas, el 45% correspondía a valores emitidos por veintiséis empresas, con participación directa del capital público, pero sólo ocho de ellas realizaban una actividad significativa en Andalucía, absorbiendo el 22% de la inversión de las cajas en estas empresas; el 78% restante de la inversión de las cajas andaluzas correspondió a entidades sin un solo puesto de trabajo en Andalucía).

La estructura sectorial de la cartera de valores de las cajas andaluzas suponía a finales de 1977 la financiación de actividades que mayoritariamente se desarrollaban fuera de Andalucía.

El papel de las cajas andaluzas es prioritario para el desarrollo de la región, y de ahí la reivindicación generalizada -que va más allá de la simple modificación del coeficiente ole inversión obligatoria- de un eficaz control de la gestión de las mismas por parte de las instituciones andaluzas.

José J. Rodríguez Alcaide, diputado cle UCD y miembro de la Junta de Andalucía, también se ha ocupado en numerosos artículos de la descapitalización creciente de Andalucía. Según datos aportados por este parlamentario, «Andalucía cerró el ejercicio de 1975 con un déficit en sus relaciones con el resto de España por un valor de más de 40.000 millones de pesetas, y con el exterior, por valor de más de 4.000 millones de pesetas. El déficit, de cerca de 45.000 millones de pesetas, se cubrió en parte con transférencias del resto de España y del exterior, que no fueron suficientes, por lo que se produjo una descapitalización para enjugar estas deudas por valor de más de 16.500 millones de pesetas». Andalucía importó en 1975 el 35% de la formación de capital bruto realizada y el 28% del consumo realizado.

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