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El Estado bancario (como solución)

La nacionalización de la banca parece no tener fin. Ni, de momento, demasiado éxito. ¿Habrá que intervenirla toda? ¿Hay dinero suficiente?

Un cisne negro es un suceso altamente improbable, una rareza cuyas consecuencias pueden llegar a tener un impacto demoledor. Así lo definió hace apenas un par de años un profesor de Ciencias de la Incertidumbre (nada menos) de la Universidad de Massachusetts, Nassim Taleb, autor del ensayo más leído en EE UU en 2007. Por aquel entonces las Bolsas estaban en máximos históricos, la economía mundial llevaba años a todo tren, los banqueros eran los reyes del mambo y el libre mercado, esa poderosa construcción intelectual de la economía clásica, campaba a sus anchas. La banca internacional saciaba su inagotable apetito por el riesgo con complicadísimas innovaciones financieras para seguir engordando sus beneficios y abominaba de los corsés de la regulación: el Estado era el patito feo, un estorbo que entorpecía el desarrollo proporcionado por el mercado, convertido en una especie de entidad mística supereficaz. Apenas 20 meses después, aún resuena el sonoro reventón de esa fenomenal juerga económica. Y el Estado, aquel patito feo, es ahora ese improbable cisne negro que nadie imaginaba. Los Gobiernos tienen en sus manos la última bala de plata para rescatar a la banca, en una pirueta que mete a la economía en la máquina del tiempo. Vuelve el Estado banquero.

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Se rompe así el mayor tabú de las últimas décadas: la nacionalización de cualquier empresa, pero sobre todo de la banca, es ya una realidad que hace unos meses ni siquiera se atisbaba en el horizonte. Si algo han aprendido los Gobiernos de todo el mundo es que no puede haber otro caso Lehman Brothers, el banco que Estados Unidos dejó caer el pasado septiembre y que dejó la economía y las finanzas en estado de shock, al borde del precipicio.

La caída de Lehman -el mayor error de la política económica de los últimos años- provocó un efecto dominó que ha derribado otros muros: desde entonces hemos asistido a una intervención del sector público en la economía jamás vista en los países occidentales. Y esa apuesta no deja de subir a medida que la economía entra en barrena.

"El Estado no es la solución: es el problema". Ronald Reagan resumió con esa frase redonda la llamada revolución conservadora, la obsesión por las privatizaciones que llegaron hasta el último rincón del sector público en EE UU y el Reino Unido, hasta llegar a la Europa continental. La madre de todas las crisis lleva el péndulo justo al lado contrario. Corto y claro: ahora el Estado ya no es el problema, es la solución.

Pese a que ha sido mucho más tibio con los bancos que con el plan de estímulo fiscal, Barack Obama ha tenido que desmentir esta semana las acusaciones de "socialista" por haber prácticamente nacionalizado las mayores entidades financieras: la aseguradora AIG, Citigroup y Bank of America. Varias figuras destacadas del partido republicano, dominado por los neocons en los últimos años, están dispuestas a ir incluso más lejos en lo que respecta al sector financiero. En el Reino Unido, Gordon Brown se ha visto obligado a hacer lo mismo con Northern Rock, Royal Bank of Scotland y Lloyds. Hay ejemplos similares en varios países, incluidos Alemania y Francia. Y gana fuerza la idea de que el papel del Estado en la banca irá irremediablemente a más, aunque las Bolsas consoliden el amago de recuperación de los últimos días.

"Los bancos son algo maravilloso", dice en su último libro el premio Nobel Paul Krugman, "cuando van bien". Evidentemente, no es el caso. Las innovaciones financieras eran la piedra filosofal, el nuevo fármaco capaz de curar el cáncer de las crisis bancarias, tan destructivas para la economía. A la vista de lo que ha ocurrido, charlatanería en estado puro: la metástasis es hoy más peligrosa que nunca.

La crisis tiene simultáneamente todos los elementos de los episodios de turbulencias anteriores. El estallido de la burbuja inmobiliaria es comparable a la crisis de Japón, que 10 años después aún no ha logrado recuperarse; la sucesión de pánicos bursátiles y financieros se parece a la que se dio en los años treinta; la trampa de la liquidez en la que se han metido EE UU y la Unión Europea -la gente no compra y los bancos no prestan pese a que el crédito y la liquidez salen casi gratis- recuerda, de nuevo, a Japón, e incluso se han producido una serie de crisis de divisas -y ahí sigue amenazando tormenta, especialmente en Europa del Este- similares a las del sureste asiático en los noventa.

Pero la palma se la lleva la banca, detonante y a la vez diana del terremoto. Víctima y verdugo. El sistema bancario en la sombra, la basura tóxica y la fiesta de excesos de los últimos tiempos han desencadenado una sucesión de crisis en las finanzas -de liquidez, de confianza y al final de solvencia- que dejan decenas de bancos quebrados y un sistema financiero en descomposición, que en algunos países ha entrado en fase de tierra quemada. El gurú de la crisis, Nouriel Roubini, sostiene desde hace meses que el conjunto del sistema bancario norteamericano está quebrado. Y que las ayudas han sido tan multimillonarias como, en cierta manera, inútiles: la banca no ha caído, pero tampoco se recupera.

El siguiente paso está cantado: "Superar el miedo a que el Estado tome los mayores bancos es un requisito para resolver el fracaso bancario. Tengo muy pocas dudas de que eso es lo que va a suceder", afirma el economista estadounidense James K. Galbraith (hijo del mítico John K. Galbraith).

No se trata de una moda exclusiva de los países anglosajones. "Las nacionalizaciones van a ser más y más usadas, también en Europa. La razón es que la banca no está funcionando, no presta. Ve riesgos por todas partes (tras años de no ver riesgos por ningún lado). Eso lleva a la economía a una espiral: la banca ahonda la recesión, y la recesión destruye los balances de la banca. La única salida, o la menos mala, es tomar los bancos temporalmente", asegura el belga Paul De Grauwe.

De todas formas, hasta en los bancos hay clases sociales. Una entidad pequeña puede quebrar: en Estados Unidos se declaran en bancarrota dos bancos a la semana en el último año. El Estado devuelve los depósitos a los clientes, limpia el banco de activos tóxicos y, a partir de ahí, lo cierra y vende los activos buenos o lo fusiona con otra entidad. No se nacionalizan bancos pequeños. Pero la aristocracia financiera, que además ha cometido los mayores desmanes, es otra cosa: demasiado grande para caer. Y muchos de esos gigantes -Citigroup era antes de las turbulencias el mayor banco del mundo- están al borde de la nacionalización. Pero de momento, sólo al borde. El tabú, de alguna manera, resiste.

Nacionalizar, según Ramón Tamames, es algo tan simple como "hacer que pasen a depender del Estado" los bancos "que con anterioridad estaban en manos del sector privado". En el diccionario Tamames el ejemplo es el de los bancos peruanos en los ochenta. Una de las novedades de esta crisis es que ahora la nacionalización es la cura de urgencia para el corazón del sistema: Wall Street y la City londinense.

Los Gobiernos reaccionaron a ese reto de insolvencia con planes de adquisición de los activos contaminados. Ante la dudosa eficacia de esos planes se han puesto en marcha nuevas soluciones, como la posible creación de bancos malos (aún sin concretar) que se queden los activos tóxicos y permitan sobrevivir así cómodamente a las entidades afectadas. "Por ahora todo son parches que no funcionan", afirma desde Harvard el economista Kenneth Rogoff. "Es absurdo continuar vertiendo dinero torrencialmente en bancos quebrados sólo para proteger a los depositantes y a los accionistas", dice este experto. Para Rogoff, para Krugman y para muchos otros -Alan Greenspan, ex banquero central de EE UU, sin ir más lejos-, la salida es la nacionalización. Eso sí: parcial, transitoria y ajena a la gestión diaria de esas entidades. Pero incluso eso puede empezar a cambiar.

La banca es algo parecido al sistema circulatorio de la economía: si no funciona, si la sangre no llega al corazón, el paciente se muere. Si el sector sigue sin reaccionar, los expertos coinciden que el papel secundario del Estado se convertirá en protagonista. Hasta ahora, las inyecciones de capital del Estado en la banca se han hecho a través de acciones preferentes, sin derecho a voto. Santiago Carbó, consultor de la Reserva Federal estadounidense y catedrático de la Universidad de Granada, explica que a cambio de esas acciones la banca paga un interés, pero hasta ahora el Estado ha declinado participar en los órganos de gobierno. "Al final el peso del dinero público va a ser tan importante que probablemente no quede más remedio que poner a funcionarios en los bancos y cargarse a los presidentes y a los primeros ejecutivos. La gente no puede entender que los pirómanos que nos han metido en esto puedan ser ahora los bomberos que apaguen el fuego", afirma.

La nacionalización es relativamente sencilla: basta con poner dinero. Pero la salida del Estado es más incierta. Las acciones preferentes pueden convertirse en ordinarias, y si las cosas mejoran el Estado podrá recuperar parte del dinero y tal vez obtener beneficios. Eso sí: en Suecia, el precedente más cercano, el proceso duró cinco años, y eso sin una crisis sistémica mundial.

"Ahora puede ser más complicado. Algunas de las apuestas de los Estados podrían ser ruinosas", indica Carbó. Eso deja un problema adicional: los Gobiernos están combatiendo la crisis con enormes planes de estímulo, que han disparado la deuda pública y el déficit público. Si los bancos no mejoran, el dinero público invertido en ellos se convertiría en una inversión muy gravosa que podría comprometer la salud financiera de algunos países.

Pero no todo son malas noticias. Empieza a haber algunos signos prometedores: las cuentas de resultados parecen haber mejorado, y el sector se ha recuperado esta semana en Bolsa, aunque el batacazo sigue siendo monumental. "Lo que hagan los mercados una semana no cuenta. Es parte de la sobrerreacción, de la volatilidad a la que están sometidos los bancos por el altísimo endeudamiento que siguen teniendo", asegura Daniel Gros, presidente del Centro de Estudios de Política Europea. "La nacionalización reduciría la volatilidad y apuntalaría la recuperación", remata.

Aunque siga siendo impopular, la intervención pública en la banca tiene claras ventajas. Por un lado, abarata el coste de salvar el sistema financiero: el parcheado que se ha usado hasta ahora es mucho más caro y corre el peligro de acabar dejando bancos zombis, no del todo recuperados y que alteran la competencia en el mapa bancario. Además, la nacionalización elimina el riesgo de nuevos episodios de pánico. Pero a cambio abre algunas incógnitas: la socialización de las pérdidas deja al contribuyente con un palmo de narices tras años y años de grandes beneficios , y perjudica a los accionistas privados.

Todo el proceso está mucho más adelantado en los países anglosajones, más infectados por los activos tóxicos y las titulizaciones. Pero es poco probable que los bancos europeos se salven de la quema. Algunos están muy expuestos a Europa del Este, tal vez la región con peor pinta en la economía mundial. En el caso de la banca española, la irlandesa o de los bancos regionales alemanes, los riesgos no están directamente asociados a los activos tóxicos, sino al pinchazo inmobiliario y a los créditos al consumo. "La toxicidad puede ser parecida, aunque se manifieste más gradualmente", asegura Carbó, que augura un panorama complicado para España: "Vamos a ver cosas que no pensamos que íbamos a ver".

"No hay comidas gratis", reza la sentencia económica por antonomasia. Los Gobiernos recuperarán el dinero invertido (más intereses) si los bancos se recuperan, pero además quieren pasar una factura adicional. En la próxima cumbre del G-20 se desvelará la nueva regulación financiera, diseñada para evitar crisis futuras.

En el fondo, el papel del Estado y la llegada de esas nuevas reglas del juego suponen reabrir un debate de ideas soterrado antes de la crisis por el triunfo sin paliativos de la liberalización financiera y la globalización. "El enfoque pro-mercado, pro-globalización, es la peor política posible, excepto todas las demás que han sido ensayadas", sentenciaba Churchill en una frase que resume el punto de vista dominante durante años, que ahora al menos se discute. La destrucción creativa -una suerte de darwinismo económico- sigue en boga, pero la fe en el mercado es más quebradiza. "No os preocupéis, el sistema capitalista renacerá de vuestras cenizas", apunta un siniestro personaje en una viñeta de El Roto. No hay crisis eternas, y lo normal es que cuando lleguen tiempos mejores los Gobiernos, los bancos y sus clientes olviden muchas lecciones. Al fin y al cabo "los negocios son los negocios, y a fin de cuentas son despiadados", dice el gran Van Morrison.

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