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Análisis:Cumbre de Pittsburgh
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El G-20 choca con la realidad

Alejandro Bolaños

El G-20 está encantado de conocerse. "Esto ha funcionado", proclama en el comunicado con el que cerró este viernes en Pittsburgh su tercera cumbre. Los mandatarios de los países ricos y emergentes que se reunieron por primera vez hace casi un año en Washington cuentan una historia de éxito, infrecuente en un organismo multilateral: se ha evitado el desastre total, cuando otra Gran Depresión estaba a la vuelta de la esquina y el sistema financiero flirteaba con el abismo. Pero tras la fanfarria diplomática, la cumbre de Pittsburgh ha resultado más bien una cura de humildad, con serias dificultades para avanzar en la regulación financiera. Y el futuro próximo dirá si no ha sido también una primera señal de impotencia.

De Washington a Pittsburgh, con parada en Londres, el trepidante viaje del G-20 se traduce en comunicados cada vez más largos y logros cada vez más cortos. En otoño de 2008, la quiebra de Lehman Brothers, la debilidad del entonces presidente de EE UU, George W. Bush, y la caída a plomo de las economías avanzadas obraron el milagro: a mediados de noviembre, los líderes de países ricos y emergentes se reunieron en la capital estadounidense y, por primera vez, acordaron coordinar sus políticas económicas para enfrentar la Gran Recesión. Tan histórico como la constitución de un foro con poder de decisión que daba voz y voto a países en desarrollo, fue que se asumiera aumentar el gasto público como el mejor remedio contra la crisis.

En abril, la cumbre de Londres fue una de las principales beneficiadas del efecto Obama, entonces en pleno apogeo. El nuevo presidente de EE UU quiso demostrar a marchas forzadas su fe en el multilateralismo, la acción pública y la supervisión de los mercados. Multiplicó los estímulos fiscales en su país, lanzó una amplia reforma financiera días antes de la cumbre y contribuyó de forma definitiva a limar diferencias en la capital londinense. A excepción del nuevo plan de EE UU, no hubo grandes novedades en el frente de los estímulos fiscales, pero la cumbre de Londres legó ambiciosos principios para poner en marcha un nuevo orden financiero internacional. Puso en listas negras a los paraísos fiscales. Y reflotó al Fondo Monetario Internacional.

La cumbre de Pittsburgh debía empezar a pasar a limpio los grandes principios esbozados en Londres, pero ha echado un borrón. La miriada de organismos que elaboran normas y recomendaciones internacionales, tras años de letargo, se han visto sobrepasados por la dimensión del encargo. Y las dificultades esgrimidas por la banca y los supervisores nacionales para poner en marcha ya las nuevas normas, han hecho el resto: bajo la apariencia de un "calendario más detallado", el G-20 se ha dado más tiempo para desarrollar una reforma financiera que en Londres era urgente.

A la pausa en el impulso regulatorio, se une que el G-20 ha vuelto a fracasar en su intento de desbloquear la Ronda comercial de Doha, o que tampoco ha podido avanzar hacia un acuerdo sobre cambio climático, pese a la cercanía de la cumbre de Copenhague. Se ha hecho un llamamiento a mantener los estímulos fiscales que la realidad ya pone en solfa en varios países -no hay mejor botón de muestra que la subida de impuestos aprobada ayer por el Gobierno español-. Y, más allá de los nuevos cambios en el equilibrio del poder en el FMI, la cumbre sólo deja un difuso "marco para el crecimiento equilibrado" y una declaración algo redundante sobre el G-20 como nuevo foro de coordinación económica internacional.

Es posible que no se pueda ir más rápido en la reforma financiera y que Pittsburgh quede sólo como un pasajero baño de realidad. Pero también hay argumentos para los que busquen aquí indicios de desfallecimiento. Salir de la lista negra de paraísos fiscales no ha resultado demasiado difícil. Y los paraísos regulatorios siguen ahí, como demuestra la llamativa huida de ejecutivos de Barclays a una filial a la isla de Jersey para evitar el escrutinio público de sus bonus. A las agencias de calificación de riesgos no se les ha obligado a desprenderse de su negocio de asesoría, uno de los catalizadores de la crisis. El requerimiento para que las entidades aumenten sus reservas de capital tropieza con la sorda batalla entre las agencias contables de Estados Unidos y Europa. Si el G-20 asume, como dice, los consejos del Consejo de Estabilidad Financiera (CEF) sobre las retribuciones de los ejecutivos, el punto de partida es ambicioso, aún sin un límite general a los bonus. Pero su aplicación dependerá del celo de los supervisores nacionales. Y como señala el Consejo en su último informe: "Algunos países señalan que la diferencia de ritmo al poner en marcha las nuevas normas facilitan las presiones de la industria financiera, que se queja de problemas de competitividad". Está por ver cómo se afrontan esas presiones cuando la urgencia de la crisis empiece a desvanecerse.

Plenario de la cumbre del G-20 celebrada el viernes en Pittsburgh.
Plenario de la cumbre del G-20 celebrada el viernes en Pittsburgh.AP

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