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La crisis del euro

Irlanda atisba a los zombis

Dublín negocia las condiciones del rescate del FMI, la Unión Europea y el BCE - El descontento crece y el Gobierno se enfrenta a una crisis social y política

Claudi Pérez

En Dublín hay un cementerio católico, Glasnevin, un camposanto gótico junto al que asoma un pub del siglo XIX, Los Enterradores, al que iban los sepultureros al acabar su jornada. En la capital irlandesa hay docenas de lugares así de literarios. El escenario perfecto para entender la crisis de Irlanda -que tiene su propia trama novelesca- está a orillas del Liffey, el río que atraviesa la ciudad: el esqueleto de un edificio de ocho plantas se pudre desde hace dos años entre calles a medio terminar, inmuebles vacíos y solares listos para construir en los que ya no hay nada que levantar.

Esa construcción fantasma tenía que ser un banco: todo ese cemento iba a convertirse en la rutilante sede del Anglo, la máxima expresión de la locura inmobiliaria irlandesa de los últimos años. La zona que hay a su alrededor es un área zombi. Cortesías de la crisis: en realidad prácticamente toda la banca irlandesa es medio zombi, sobrevive por las inyecciones públicas de capital, apenas concede préstamos, sigue perdiendo dinero por el reventón de la burbuja inmobiliaria y amenaza con llevarse por delante al resto del país.

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Esta historia empieza a finales de los ochenta, con Irlanda metida en una crisis galopante. Y de repente, en apenas una década larga, uno de los países más pobres de Europa pasa a ser uno de los más ricos: el Tigre Celta crece una media del 6,5% entre 1990 y 2007. Durante los primeros años de esa etapa Irlanda es un modelo de flexibilidad, capaz de atraer multinacionales y ganar competitividad: es el estilete del mejor capitalismo anglosajón, una fórmula que implica la liberalización de los mercados, la desregulación de la economía -sobre todo de la banca-, las privatizaciones, los bajos impuestos.

"Todo iba bien hasta que llegó el delirio", explica Philip Lane, economista del prestigioso Trinity College. A partir de 2002 los precios de la vivienda crecen sin control por la combinación de los bajísimos tipos de interés y la marea de dinero fresco que provoca el nacimiento del euro. Y la renta per cápita supera a la de Alemania.

Desde entonces, los irlandeses han tenido la peor combinación posible en el clima actual, una burbuja inmobiliaria y otra crediticia sobre la espalda de casi dos décadas de boom. ¿Suena familiar? Irlanda comparte cosas con España: edificios de pisos que se levantaban en medio de la nada, "la misma sensación de que la ley de la gravitación de la economía (todo lo que sube baja) había quedado sin efecto, la misma misteriosa aparición de los mismos BMW", escribe John Lanchester en su libro ¡Huy!

Con una diferencia: la versión irlandesa de la crisis es fruto de "una feroz desregulación financiera, con supervisores complacientes cuando los bancos se endeudaron demasiado para financiar una concentración de riesgo excesiva en la construcción", afirma Lane. El nuevo banquero central, Patrick Honohan, admite la "excesiva deferencia" del regulador hacia los bancos. La cólera de los irlandeses es comprensible. "Un centenar de personas nos han metido en el agujero. Literalmente, media docena de bancos, una docena de promotores y un puñado de políticos son los responsables", explica el escritor Colm Toibin en un café del centro de Dublín. ¿Capitalismo de amiguetes? "Irlanda es una pequeña isla. El primer ministro, el jefe de la oposición y el ministro de Finanzas llegaron a la política heredando el escaño cuando murieron sus padres: capitalismo de clan", ataca Toibin.

Así llega Irlanda a esta encrucijada. Con enormes lastres en el contexto de una crisis global y una crisis fiscal europea que complican las cosas. Los mercados han puesto su deuda en la picota: el Gobierno garantizó el 100% del dinero de los depositantes y de los bonistas, y la crisis financiera derivó en crisis fiscal. El agujero bancario ha costado ya 50.000 millones al Estado. El déficit se ha disparado. Irlanda necesita unos 100.000 millones más para tapar el agujero. Y el problema de los bancos -total o parcialmente nacionalizados- es el del Estado: los costes de la deuda están por las nubes. Tan arriba que a Dublín han llegado esta semana representantes del Fondo Monetario Internacional, de Bruselas y del Banco Central Europeo para negociar un rescate.

No será fácil. Irlanda es un pueblo orgulloso. Una democracia con menos de un siglo de historia que presume de haber salido del yugo británico y ahora ve el rescate como una posible pérdida de soberanía. Al fin y al cabo, Londres se ha involucrado en las ayudas -y eso despierta recelos- porque sus bancos pueden verse castigados. E Irlanda presume de tener dinero suficiente para pasar sin apuros hasta mediados de 2011. ¿Por qué aceptar las duras condiciones a las que obliga un rescate? "Jugaremos al póquer un par de días para ver qué cartas quiere jugar esta gente. Pero primero nos gustaría ver el color de su dinero", dijo el jueves el ministro Batt O'Keefe.

Pero la realidad es otra: la banca está tiesa, no da créditos, es incapaz de financiarse, la fuga de depósitos lo agrava todo, y la crisis y el pinchazo del ladrillo -los precios han bajado un 36%- generan cada vez más problemas para pagar las hipotecas. Para el economista Kevin O'Rourke, tras la resistencia de Dublín a que el rescate vaya más allá de los bancos "solo hay razones políticas". "El Gobierno ha elegido la solvencia bancaria, que implica la insolvencia del Estado. Es imprescindible que el FMI y Europa nos fuercen a una reestructuración. Puede que los políticos nacionalistas vean eso como una pérdida de soberanía, pero la gente es consciente de la gravedad de la situación y está cada vez más airada".

Lo paradójico es que Irlanda ha sido el país que mejor ha hecho los deberes que suelen pedirse en estos casos. Reconoció enormes pérdidas en su banca cuando nadie lo hacía. Adoptó un duro plan de austeridad, con recortes de sueldos públicos del 15% -aunque los funcionarios irlandeses siguen siendo los mejor pagados de Europa-, y ahora prepara otro más drástico. "El país está a punto de ser humillado", clamaban ayer los periódicos: se teme que el rescate exija aún más austeridad y que la UE amenace la joya de la corona, un impuesto de sociedades de apenas el 12,5% (la media europea ronda el 23%, ver gráfico) que ha atraído a las multinacionales -de Google a Facebook- y explica parte del milagro irlandés. "Ese 12,5% es innegociable", repite a diario el primer ministro, Brian Cowen. "Aumentar ese impuesto sería la medicina equivocada: provocaría aún más incertidumbre, más desconfianza", sostiene Austin Hughes, economista jefe del banco KBC.

No todo está perdido. Expertos como Constantin Gurdgiev, del Trinity College, destacan que el país sigue atrayendo inversiones. La exportación crece y la subida del paro se ha detenido. Es un país de población joven y bien formada. Pero el capitalismo sin crisis es como el cristianismo sin infierno: "A Irlanda le toca penar un tiempo, quizá una década perdida, pero una vez eliminada la grasa volverá a ser un país vibrante", cree Gurdgiev. "Eso sí: nada de eso es posible con esa montaña de deuda inmanejable", avisa.

Philip Legrain, de la London School of Economics, alerta de que Irlanda "no puede (y no debería) pagar la factura de sus bancos". "De lo contrario, hay un claro riesgo de crisis social (por los recortes y por el hecho de que muchas hipotecas superan ya el valor de los pisos) y de crisis política, por el pésimo manejo de la crisis, con el Gobierno a los pies de la banca". Desde el bullicioso centro de Dublín donde tiene lugar esa última conversación hasta la fantasmagórica sede del Anglo hay un agradable paseo de 15 minutos. También en Reikiavik, la capital de Islandia, hay una zona zombi cerca del centro. Islandia, la sociedad más desarrollada del mundo, e Irlanda, milagro económico de Occidente, destruidas por el comportamiento del sector bancario. Tal vez sea una mera coincidencia. Pero solo tal vez.

Irlandeses aguardan al autobús a primera hora de la mañana el pasado viernes, en la parada de Howth, para ir a trabajar
a Dublín.
Irlandeses aguardan al autobús a primera hora de la mañana el pasado viernes, en la parada de Howth, para ir a trabajar a Dublín.REUTERS

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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