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Reportaje:JOSEPH E. STIGLITZ | Premio Nobel de Economía 2001 (65 años) | Cumbre en Washington | Ideas para el futuro

Justicia frente a los países en desarrollo

Una crisis financiera global requiere una solución global. Lo mismo es válido para las regulaciones. Durante mucho tiempo hubo una especie de carrera por aflojar las regulaciones cada vez más, guiada por la concepción errónea de que la liberalización conduce a la innovación.

En realidad los mercados financieros no deberían ser más que un medio para posibilitar una economía próspera y estable y desarrollando una mejor gestión de los riesgos. Pero los mercados financieros no gestionaron los riesgos, los crearon.

Las familias estadounidenses no estaban en condiciones de hacer frente a los impredecibles tipos de interés y millones de personas perdieron sus casas. Por otra parte, miles de millones de dólares se invirtieron mal, lo que acarreó pérdidas muy abultadas.

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Necesitamos una nueva forma de pensar

Si queremos garantizar en el futuro una liberalización de los mercados financieros a escala mundial, en donde los productos financieros traspasen fronteras, debemos procurar que esos productos sean seguros y que, a su vez, las entidades vendedoras sean seguras y sanas y respalden estos productos.

Los órganos de control nacionales e internacionales han fracasado. Las nuevas normas acordadas en Basilea II para la regulación de los bancos se basan en gran parte en la autorregulación, lo que constituye en sí una contradicción. Los bancos han demostrado que no son capaces de gestionar sus propios riesgos.

La estructura financiera global actual no es sólo insuficiente, sino también injusta, en especial con los países en desarrollo. Ellos forman parte de las víctimas inocentes de esta crisis mundial ocasionada por EE UU. Incluso los países que hicieron bien las cosas, que regularon mejor sus economías y obraron con prudencia macroeconómica se han visto arrastrados por los errores de EE UU.

Peor aún es que el Fondo Monetario Internacional (FMI) exigiera en el pasado medidas procíclicas (por ejemplo, la subida de tipos de interés y de impuestos y restricción de gastos en una recesión), mientras que Europa y EE UU actuaban de forma diametralmente opuesta, es decir, implantaban medidas anticíclicas. Esto conduce a que en una situación de crisis se produzca una fuga de capital de los países en desarrollo. Y aquí es donde empieza el círculo vicioso.

Se acumulan los indicios de que los países en desarrollo necesitarán mucho dinero. Sumas que exceden la capacidad del FMI. Las fuentes de liquidez se encuentran en Asia y en Oriente Próximo. Pero, ¿por qué habrían de ceder esos países el dinero ganado con esfuerzo a una institución con un balance de resultados miserable, cuya política de liberalización ha provocado el caos actual y que continúa practicando una política asimétrica que contribuye a la inestabilidad?

Necesitamos una nueva institución para los países en desarrollo cuya dirección refleje las realidades de nuestro tiempo.

Habría que crear esta institución lo antes posible.

Esto tiene que venir seguido de otras reformas: el sistema de reserva monetaria dependiente del dólar está dando muestras de desgaste; el dólar no ha resultado ser un buen preservador del valor. Pero una transformación hacia un sistema dólar-euro o dólar-euro-yen acarrearía aún más inestabilidad. Un sistema financiero global requiere un sistema de reserva monetaria global.

Una estabilidad perfecta es inalcanzable. Los mercados no se corrigen por sí mismos. Sin embargo, hay aspectos que podríamos mejorar. Sería de esperar que con la cumbre de Washington los jefes de Estado empiecen a crear una estructura financiera global para que el siglo XXI pueda ser sólido y exitoso en todo el mundo.

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