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Análisis:La crisis del euro
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Llevamos 18 años presos del error

Xavier Vidal-Folch

La Unión Europea lleva 18 años perdidos, porque no cuenta con eurobonos, no cuenta con un dinámico mercado único de deuda que federe su dispersa potencia inversora, articule su defensa contra las grandes crisis y profundice su capacidad financiera, diversificando las opciones inversoras de los ahorradores y expandiendo el papel internacional del euro como segunda moneda de referencia mundial.

De hecho, la UE ha acudido al endeudamiento ya desde antes de existir como tal, cuando aún era la Comunidad Económica Europea: lo hizo para sostener coyunturalmente a países (como Francia en 1983) perjudicados por las turbulencias del Sistema Monetario Europeo, la segunda serpiente monetaria. Incluso ahora, de forma algo rocambolesca, el fondo de rescate o facilidad con base en Luxemburgo, que es una sociedad o vehículo especial privado de sus socios, los Estados miembros, se endeuda en el mercado para prestar luego esos recursos a los países rescatados.

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Es verdad que con poca fortuna, porque apenas nadie, ni chinos ni indios, cree en un fondo cuyos patronos rechazan inyectarle más dinero propio: el resultado es que sus emisiones de bonos deben aplazarse (como ocurrió el pasado día 1, cuando optó por retrasar una de solo 3.000 millones) o remunerarse a tipos más altos que los de los bonos alemanes. Así, para colocar esa emisión postergada tuvo que pagar el día 7 una prima de riesgo de 177 puntos básicos, tres veces largas más que en junio: y más que España en su calvario de mayo de 2010, el que le condujo a un plan de austeridad.

Todas estas emisiones se lanzan, sin embargo, en dosis homeopáticas. Lo que vienen reclamando en Europa los europeos más europeístas al menos desde hace un año son emisiones grandes, que supongan sustituir total o parcialmente las emisiones nacionales, mutualizar la deuda, crear un Tesoro único que la gestione, para afrontar la debacle de la deuda soberana: junto a la licencia al BCE para que compre bonos periféricos a mansalva (que es otra cara de la misma moneda), es el instrumento idóneo, definitivo, para cercenarla.

Con un retraso infinito en esta crisis, la panoplia de formatos que ayer ofreció la Comisión viene a cubrir esta demanda. Con una modalidad u otra, más o menos ambición, antes o después, con Merkel ejerciendo o jubilada, los eurobonos verán la luz, si el euro debe seguir existiendo, porque constituyen una herramienta ineludible para la gestión de la tesorería en un área monetaria articulada.

Un hermano pequeño de estos eurobonos son los Project Bonds, presentados por Bruselas y el Banco Europeo de Inversiones hace un mes. Totalizarían 230 millones de euros que avalados por el presupuesto de la Unión se transformarían en 4.500 millones y podrían levantar inversión privada para financiar conjuntamente parte de las infraestructuras convenientes (que deberían aproximarse a ¡un billón de euros!). Se trata de bonos específicos para grandes obras, muy usados en EE UU. Son oportunos en Europa porque la financiación para esos fines era, sobre todo, bancaria, y se ha secado.

Ese proyecto es una copia en miniatura del propuesto por Jacques Delors en su Libro Blanco Crecimiento, competitividad, empleo en 1993, hace ahora 18 años. Los 12 jefes de Gobierno le aplaudieron, pero los ecofines, los ministros de Economía y Finanzas, le boicotearon, porque emitir eurobonos para financiar obra pública les olía a keynesiano, qué gran y persistente error.

La apuesta era super-ambiciosa. No solo porque suponía una inversión pública comunitaria de 400.000 millones en 20 años. También porque se destinaba a financiar proyectos de redes transeuropeas de transporte, de energía, y, atención, de telecomunicaciones: era, en esto, visionaria de la "sociedad de la información" que se avizoraba y que se dejó expedita a la competencia de los garajes donde experimentaban los jóvenes emprendedores norteamericanos.

Y también era rompedora desde la perspectiva de su mecanismo financiador: cada año el presupuesto de la Unión y el Banco Europeo de Inversiones aportarían 12.000 millones; y el mercado, a través de una doble emisión de bonos, los otros 8.000. "Yo les recordaba la teoría clásica de las finanzas públicas", deletrea Delors en sus Mémoires (Plon, 2004), "cuando un proyecto público beneficia a las generaciones venideras, es lógico repartir la carga del reembolso del préstamo entre la generación actual y las venideras". Pero no hubo forma. Y han debido pasar 18 años para que Bruselas recupere esa antorcha, si bien esta vez para otro fin, comunitarizar las deudas soberanas. Ojalá que esta vez no se la apaguen.

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