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La crisis del euro

Manual (del distraído) para seguir la cumbre de Bruselas

Los países del euro se reúnen en Bruselas para avanzar en el segundo rescate a Grecia con la amenaza de que los problemas se sigan extendiendo a España o Italia

Grecia no puede pagar. O solo puede si Europa le echa una mano. Irlanda y Portugal son los siguientes de la fila. Y si en Bruselas no se alcanza un acuerdo creíble o de suficiente calado, la cuarta y la quinta fichas del dominó son España e Italia, y no necesariamente en ese orden. El segundo plan de ayuda a Grecia, que debaten hoy los jefes de Estado y de Gobierno, consta de dos fases. Por un lado, que el rescate sea menos caro para Atenas, y que Europa ponga más dinero sobre la mesa. Por otro, que el sector privado (esto es, la banca) participe en el pago de la factura. Son cosas muy distintas. Estas son las propuestas fundamentales en cada una de esas dos fases.

1. Ayuda o crédito. Los políticos europeos -y la prensa- han convenido en aludir al "rescate" o al "plan de ayuda" para referirse a lo que en realidad es un crédito, y no precisamente barato. Los 110.000 millones de euros pactados para ayudar (o prestar) a Grecia en mayo de 2010 tendrán que devolverse a un tipo de interés del 5,5%: un tipo mucho menor al que Atenas pagaría en los mercados (y de ahí la "ayuda") pero que se lleva buena parte del ahorro que el Gobierno griego consigue con las medidas de austeridad (y de ahí que haya quien lo considere todo menos una ayuda). La propuesta más clara que hay sobre la mesa es reducir el tipo de interés de esos fondos (cuyo montante además debe incrementarse, porque Grecia necesita más dinero) y ampliar los plazos de devolución. Es decir, abaratar el préstamo y dar más tiempo a Atenas para que lo reintegre.

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Ese tipo de interés elevado de los fondos europeos para Grecia tiene su razón de ser: en clave alemana, se trata de que los pecadores deben pagar por sus pecados (eso es lo que los economistas denominan riesgo moral); Grecia mintió y no se le puede regalar ese dinero. Pero el rescate ha acabado siendo tan caro que no ha solucionado el problema. Por cierto que la reducción de tipos de interés y la ampliación de plazos de devolución podría aplicarse también a Irlanda y Portugal con el mismo objetivo: hacer más llevadera esa travesía del desierto que les espera, no tener que pagar tantos recursos para devolver el préstamo europeo.

La segunda propuesta que hay sobre la mesa y que puede ayudar a Grecia es la potenciación del fondo europeo de rescate (EFSF, por sus siglas en inglés), el bazoca de 440.000 millones de euros aprobado también en mayo. La idea es que ese fondo pueda comprar directamente deuda pública griega (o del país que lo necesite): eso relajaría inmediatamente las primas de riesgo porque obligaría a quienes estén especulando a salir pitando para evitar grandes pérdidas. Si el EFSF se convierte en un arma de disuasión podrá comprar grandes cantidades e inmediatamente los precios subirán (actualmente la deuda griega cotiza con un descuento en torno al 50% por las probabilidades de que acabe suspendiendo pagos) y los tipos de interés bajarán (la deuda a 10 años de Grecia paga casi el 20%). Y lo mismo ocurrirá en cada uno de los países con problemas.

En caso de que el EFSF no compre directamente los bonos (hay problemas legales: su estatus jurídico no se lo permite en este momento y eso tardaría meses en modificarse), el fondo de rescate puede conceder préstamos al Tesoro de Grecia para que sea éste quien entre en el mercado de deuda a comprar y disuada a los especuladores.

Aún hay una tercera propuesta: que ese bazoca acabe convirtiéndose en una agencia europea de deuda que emita eurobonos. Ese sería el embrión de un Tesoro único europeo. Pero Alemania está radicalmente en contra (hasta ahora), pese a que tanto el Fondo Monetario Internacional (FMI) como la inmensa mayoría de los economistas abogan por esa solución política para acabar con esta crisis que empezó siendo económica y financiera pero que en este momento es básicamente política: los problemas fiscales de EE UU son mayores que los de la eurozona (como media), pero nadie ataca la deuda norteamericana; no ha habido enjambres de especuladores atacando a California pese a sus enormes problemas fiscales. ¿Por qué? Porque la Reserva Federal y el Departamento del Tesoro estadounidense son lo suficientemente disuasorios como para que los mercados se atrevan a especular como sucede en Europa, el paraíso de la cacofonía, incapaz de resolver en 18 meses un problema que afecta al 2,5% de su PIB (Grecia) o al 6% (si se incluyen Irlanda y Portugal) y que como consecuencia de ese desgobierno es cada vez mayor (Italia y España son economías mucho mayores).

Ninguna de esas dos propuestas supondría nada parecido a una suspensión de pagos de la deuda griega que está en manos de los bancos. Eso está incluido en el segundo grupo de propuestas.

2. Que pague la banca. A cambio de esas medidas, Alemania lleva meses presionando para que la banca pague parte de la factura, lo cual parece perfectamente lógico: el rescate a Grecia ha funcionado hasta ahora, de facto, como un rescate a la banca (principalmente alemana y francesa, la más expuesta a la deuda de Grecia), y la banca, que arriesgó invirtiendo en algunos países, debería asumir que algunos riesgos tienen sus costes. En resumidas cuentas hay dos tipos de medidas que supondrían que la banca tuviera que rascarse el bolsillo.

Por un lado, que los tenedores de bonos acepten cobrar menores intereses y a más largo plazo de forma voluntaria. Esa voluntariedad es clave pero acarrea graves problemas: las agencias consideran que pese a que Europa venda ese tipo de acuerdos como algo voluntario, se trataría en realidad de un impago de deuda (credit event, en la jerga imposible de las finanzas), y eso complicaría mucho las cosas por el efecto contagio hacia el corazón de Europa y el resto del mundo a través del sistema financiero. Con esa participación voluntaria, Europa pretende conseguir 30.000 millones de euros.

En los últimos días se ha barajado otra hipótesis: cobrar a los bancos una tasa durante tres años, a razón de 10.000 millones de euros por año (lo que supondría justamente esos 30.000 millones) o durante cinco años. De esa manera se evita que las agencias amenacen con la suspensión de pagos. Pero se introduce de nuevo el dichoso riesgo moral: sería para todos los bancos, los que se arriesgaron a comprar deuda de los países con problemas y los que decidieron acometer inversiones más seguras.

Hay otra posibilidad: que Europa reconozca que Atenas no puede pagar y ponga en marcha un impago selectivo (selective default, en la nomenclatura incomprensible de los mercados): tratar de conseguir una suspensión de pagos ordenada, con una fuerte recapitalización bancaria para frenar la contaminación a otros países a través del sistema financiero y lanzar un mensaje fuerte a los mercados por esa vía. Es una solución más radical, tiene riesgos importantes, pero no se puede descartar a la vista de la gravedad de la situación.

Y 3: lo más probable. La solución a todo este jeroglífico llegará hoy de la mano de Bruselas, después de la reunión de ayer entre la canciller Angela Merkel y el presidente francés Nicolas Sarkozy. No ha trascendido apenas nada de esa reunión, en la que también participó el presidente del BCE, Jean-Claude Trichet. Es difícil saber qué puede salir de la cumbre, pero lo probable es que se apruebe el segundo plan de rescate a Grecia (más dinero y en mejores condiciones de intereses y plazos para su devolución), una medida a más medio plazo relacionada con la potenciación del fondo de rescate (EFSF), y algún tipo de participación del sector financiero en el pago de la factura (probablemente, rebajar los intereses que tiene que pagar Grecia), pero de forma que las agencias no tengan la más mínima oportunidad de degradar la deuda griega hasta la suspensión de pagos para impedir el contagio de la crisis: el BCE lleva semanas en campaña insistiendo por tierra mar y aire en que ese es un punto fundamental. Pero tampoco se puede descartar el citado impago selectivo de la deuda griega, que situaría la crisis fiscal europea en una dimensión muy diferente.

La canciller alemana, Angela Merkel, a su llegada a la cumbre de Bruselas.
La canciller alemana, Angela Merkel, a su llegada a la cumbre de Bruselas.OLIVIER HOSLET (EFE)

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