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Columna
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Nadie se fía de nadie (otra vez)

Joaquín Estefanía

Tres años después del inicio de la crisis, esta sigue semejando a las muñecas rusas: de cada una de ellas sale otra, y muchas veces se confunden. No bien las autoridades públicas han tratado de atajar el problema principal en cada momento, emerge el siguiente sin que el anterior haya quedado definitivamente saldado: burbuja inmobiliaria e hipotecas locas, escasez de materias primas (sobre todo, petróleo) e hiperinflación, falta de liquidez y de solvencia en la banca, recesión en la economía real con paro y deflación, multiplicación de la deuda soberana y ahora, last but not least, nueva fase de desconfianza de la salud de las entidades financieras.

En relación con los desequilibrios de las cuentas públicas -debidos, no hay que cansarse de repetirlo, a las billonarias ayudas a la banca y a los planes de estímulo que trataban de evitar que la Gran Recesión deviniese en Gran Depresión- el mercado del crédito está fuertemente distorsionado y dañado. No se trata solo del precio al que se renegocian y se conceden más préstamos, vinculado al riesgo país de cada lugar, sino de la escasez del mismo, de su sequía. No es que no llegue a las empresas o a las familias, sino que, como en el otoño de 2008 (cuando las autoridades americanas dejaron caer a Lehman Brothers siguiendo el principio del riesgo moral y de que cada palo aguante su vela), los bancos no se prestan entre sí. En relación con nuestro país, los bancos extranjeros no prestan a los españoles y éstos, cuanto más grandes son, menos prestan a los medianos ni a las cajas de ahorro pequeñas. Cuando tienen puntas de liquidez prefieren depositarlas en el Banco Central Europeo que utilizarlas en el interbancario. Lo reconoció el primer banquero español, Emilio Botín, en la junta general del Santander, la pasada semana: "La economía española y su sistema financiero están atravesando serias dificultades en el acceso a la financiación".

Los bancos españoles tienen que hacer frente a 125.000 millones en lo que resta de año

Ello ocurre en una coyuntura especialmente inquietante, no sólo por los datos macroeconómicos, suficientemente conocidos, y por la debilidad política del Gobierno y la incomparecencia sistemática de la oposición, como si las dificultades económicas no fueran con ella. En lo que resta de año 2010, la banca española tiene acumulados vencimientos de su deuda por valor de alrededor de 125.000 millones de euros, una cantidad mayor que induce a creer que las entidades podrán distraer escaso dinero para su negocio principal, aquel que configura su función de ser: prestar al resto de los agentes de la economía. Otro dato relevante, esta vez a nivel europeo: el próximo 1 de julio vencen más de 440.000 millones de euros que se prestaron en la primera subasta a un año, celebrada el año pasado, lo que hace temer hipotéticas tensiones de liquidez cuando el interbancario, como hemos dicho, está prácticamente estrangulado.

Frente a esta situación se sitúa como prestamista de última instancia un Banco Central Europeo (BCE) muy timorato en sus actuaciones en relación a las que practican otras entidades homólogas. La pasada semana, la reacción del BCE ante estas tensiones de la banca adoptó al menos dos decisiones: mantener los tipos de interés en el 1% por decimotercer mes consecutivo y barra libre a los bancos para que obtengan liquidez en las operaciones de refinanciación con tres meses de vencimiento. Los operadores esperaban al menos seis meses de piedad, pero no fue aprobado por una autoridad monetaria cuestionada por su excesiva ortodoxia y con permanentes vaivenes en su funcionamiento (el último, declarar que no compraría deuda pública provocando el colapso de los mercados, y a los cuatro días verse obligado a hacerlo para estabilizarlos un poco).

En este contexto de recelo sobre la salud de la banca y de la macroeconomía de los países periféricos, la situación de España es muy incómoda. La pasada semana sus autoridades debieron salir al quite de dos informaciones desgraciadas: una, del Banco mundial, que situaba a nuestro país entre aquellos europeos con un stock de deuda pública mayor en relación a su PIB, lo que es una inexactitud impropia del organismo multilateral; otra, de la edición alemana del Financial Times que situaba a España al borde de la suspensión de pagos y a punto de pedir el rescate europeo. Ambas son falsas pero no ayudan precisamente.

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