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Reportaje:Economía global

Palestina, la economía bajo el yugo

Vive pendiente de los volubles permisos y prohibiciones de los militares israelíes y de las ayudas internacionales, que representan el 40% de su escuálido PIB

La palestina es una economía subyugada. A expensas siempre del permiso militar israelí de turno, de la clausura total de Cisjordania, de los controles exhaustivos de los soldados o de avatares políticos o violentos de toda índole. Es una economía dependiente de las ayudas internacionales, que representan el 40% de un escuálido producto interior bruto, y que no sale del socavón. En Gaza, todo es más sencillo de describir: se sobrevivía hasta el ataque israelí desatado el 27 de diciembre. Ahora es un solar. Punto. Cientos de compañías buscan instalarse en otros lares, y muchos de los mejores cerebros estudian y trabajan en Occidente. "La economía de Palestina es inviable. Muchas fábricas se instalan en Jordania porque desde allí es mucho más fácil exportar", afirma Samir Hazbun, presidente de la Cámara de Comercio de Belén.

"Si nos permitieran comerciar, no haría falta ayuda externa", dice Samir Hazbun
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Antes de la primera Intifada -la de las pedradas contra tanques, en 1987-, más 120.000 trabajadores estaban empleados en Israel. Hoy son 13.000. Arrancó entonces el declive. El año 2002, tras una oleada de atentados suicidas en Israel, fue el del abismo. Sucedió entonces en Cisjordania una operación de castigo muy similar a la que ahora padece Gaza. "Se vive mucho peor que hace 20 años. El desempleo entonces apenas superaba el 3%, hace un lustro alcanzó el 45%, y ahora bordea el 27%", confirma Hazboun. Sólo a partir de 2005 comenzó a mejorar la actividad económica, pero poco después -enero de 2006- Hamás triunfó en las elecciones y el bloqueo auspiciado por Israel y los países occidentales provocó de nuevo un batacazo deprimente.

"Hoy, el 60% de los palestinos vive bajo el umbral de la pobreza", añade el empresario. El salario promedio no alcanza los 300 euros. Los servicios públicos, si es que son dignos de llamarse así, son un desastre. El primer ministro, Salam Fayad, ex funcionario del Fondo Monetario Internacional, trata de poner orden. Se aplica en la recaudación de impuestos y en inculcar a los ciudadanos la obligación de pagar las facturas de la luz y del agua. La gran mayoría no las abonaba durante años ante la desidia de la Autoridad Nacional Palestina, que no se esforzaba en cobrarlas por temor a estallidos sociales.

En Belén, las revueltas contra la ocupación son menos feroces que en otras ciudades cisjordanas. Pero está rodeada por el muro de hormigón de nueve metros de altura. Sólo por carreteras estrechas al este se puede conectar con las demás ciudades palestinas. Nablus, en su día la ciudad más floreciente, está cercada por algunos de los 600 check-points o barreras a la circulación más severas. También Kalkilia, Tulkarem y Hebrón. No hay forma de prosperar en este territorio, de extensión ligeramente superior a La Rioja, cuya economía está dominada por el sector servicios. Grosso modo, los bancos, las aseguradoras, el turismo, el transporte y la educación suponen el 40% del PIB, que apenas supera los 4.000 millones de dólares, según la Oficina Central de Estadísticas. La construcción representa el 22% del PIB; la industria, alrededor del 18%, y la agricultura, el 20%.

Todos los sectores afrontan obstáculos insalvables. "En el valle del Jordán, los campesinos necesitan permisos del Ejército israelí para cultivar sus campos. Deben renovar esas autorizaciones cada mes. Y no a todos se les concede", explica Hazbun. Un mes se otorgan, otro no. Las decisiones arbitrarias de las autoridades israelíes hacen imposible la planificación. Los zocos de las ciudades palestinas están repletos de verduras, frutas y todo tipo de alimento producido en Israel, que disfruta de un mercado cautivo.

Como cautivas son las importaciones, que rondan los 3.000 millones de dólares, y las exportaciones, que no alcanzan los 400 millones. Pero comprar en el exterior es también un galimatías tortuoso. Siempre debe hacerse a través de Israel. Cisjordania no tiene salida al mar, y la frontera con Jordania es zona militar controlada por el Ejército israelí con algunos de sus pasos sellados. Todo contenedor queda retenido en los puertos de Ashdod o Haifa entre un mes y 45 días. "Se controlan hasta las importaciones de tintes para los productos textiles. Un amigo tiene cerrada su factoría de adhesivos porque los pegamentos contienen elementos químicos que pueden utilizarse para producir explosivos", dice Hazbun.

Las conferencias de donantes internacionales se suceden como parches a una situación económica que precisa soluciones políticas. "En 2007", precisa Hazbun, "tuvimos ayudas por valor de 1.200 millones de dólares. En 2008 fueron 1.750 millones". Mucho menos haría falta si Cisjordania y Gaza fueran más atractivas para los talentos que nutren la diáspora palestina en América Latina, Estados Unidos y Europa.

"Comercio, y no ayuda. Si nos permitieran comerciar, serían prescindibles los fondos de la comunidad internacional", concluye el patrón. Un diputado afín a la Autoridad Nacional Palestina lo resume de otro modo: "Se agradece la entrega de esos fondos. Pero esto es como si una mujer está siendo violada y alguien le ofrece un servicio de manicura. Lo que queremos es que nos quiten al violador de encima". Muchos empresarios no están dispuestos a esperar. Munther Bandak, predecesor de Hazbun al frente de la Cámara de Comercio, hizo los bártulos en 1999. Ahora trabaja en Estados Unidos.

Abadelaziz el Karaki lleva 41 años trabajando en los telares de una empresa textil en la ciudad de Hebrón.
Abadelaziz el Karaki lleva 41 años trabajando en los telares de una empresa textil en la ciudad de Hebrón.ANA CARBAJOSA

El camión del mármol y la piedra en el laberinto de Cisjordania

La competencia en el mercado de Cisjordania es dura, como en cualquier lugar. Pero en el territorio palestino adquiere notas distintivas. Los camioneros que cargan mármol y piedra para la construcción en Israel luchan por ser los primeros en la larga hilera que se forma en el control militar de las cercanías de Belén. Despacio, los conductores muestran sus documentos y los de la mercancía y siguen adelante. No se recuerdan incidentes. Pero la maquinaria burocrática israelí en el territorio ocupado no se relaja ni un instante. Si son de los primeros en la fila, tal vez les alcance la jornada para transportar un segundo camión. Eso es un éxito.

"La distancia entre Belén y Jerusalén es de ocho kilómetros. Enviamos diariamente 80 camiones de mármol y productos textiles. Pero antes deben pasar por la aduana israelí de Tarqumiya, que está a 40 kilómetros al sur de Belén. Allí se aguarda horas y se cambia la mercancía a otro camión para llevarla a Jerusalén. En lugar de ocho kilómetros se recorren 105. En lugar de media hora se necesitan seis", explica Ahmed, uno de los pacientes transportistas. "En el siglo de la globalización, transportar una patata cuesta un 25% más que en cualquier lugar del mundo", comenta Hazbun.

Pues bien. Belén es la ciudad privilegiada de Cisjordania, la única que recupera cierto aliento en un territorio en el que la economía no crece. Sólo la inversión pública -alimentada por los recursos donados por la comunidad internacional- y los salarios de 150.000 funcionarios logran mantener a flote a cuatro millones de palestinos en Cisjordania y Gaza. No se atisba remedio alguno. Mientras persista la ocupación militar israelí, la asfixia siempre estará cercana.

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