_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El Presupuesto

José Luis Leal

La discusión del Presupuesto este año ha roto la plácida inercia de ejercicios anteriores en los que el crecimiento económico se daba por descontado. Esta vez no ha sido así ya que nos enfrentamos a una doble crisis: la financiera y la de la construcción que, juntas, han eliminado cualquier posibilidad razonable de crecimiento para el año próximo.

En este contexto, las hipótesis del Presupuesto han quedado completamente desfasadas. En primer lugar se prevé un crecimiento para este año del 1,6% y del 1% para el próximo lo cual sugiere, implícitamente, que la crisis financiera apenas nos afectará y que lo peor de la crisis de la construcción ha pasado ya, pero los datos coyunturales sugieren un panorama distinto. El crecimiento de este año será unas décimas inferior al previsto.

Más que la cuantía del déficit será su composición lo que marcará las diferencias

Aunque a primera vista podría pensarse que se trata de una cuestión secundaria, en realidad estamos ante un problema importante ya que la inercia del año anterior equivale a un punto y medio del PIB; por consiguiente, postular un aumento mayor de la actividad significa, de hecho, pronosticar un crecimiento positivo en la segunda mitad del año.

Desgraciadamente, todos los indicadores sugieren lo contrario. Así lo reconocen los organismos internacionales (Comisión Europea o FMI) que prevén caídas del PIB para el segundo semestre de 2008.

La consecuencia inexorable es que entraremos en el año 2009 con una inercia negativa por lo que, para alcanzar el uno por ciento del Presupuesto, tendría que producirse una intensa recuperación a lo largo del año. La pregunta que puede formularse es la siguiente: ¿de dónde vendrá esa recuperación?.

De la demanda interna es muy difícil si se considera que el consumo de las familias está cayendo en volumen y que la crisis de la construcción continuará golpeando la economía por lo menos un año más. ¿Del sector exterior?. Nuestros principales mercados van a permanecer estancados el año próximo según todas las previsiones, oficiales o privadas. Es hora, pues, de reconocer la realidad: la actividad económica caerá, con gran probabilidad, el año próximo.

Todo ello hace que la discusión del Presupuesto haya tenido un interés limitado desde el punto de vista macroeconómico. Dado que la mayor parte de los gastos son fijos, el resultado final vendrá determinado por la evolución de una coyuntura que va a propiciar un aumento de los gastos (en particular los ligados al desempleo), y una reducción de los ingresos ligada a la caída de la actividad.

Desde esta perspectiva, la única incógnita consiste en saber si superaremos o no el límite del 3% de déficit acordado en el Pacto de Estabilidad. El Presupuesto prevé un déficit del 1,9%: es exigente con la Administración Central, que debe reducir el suyo del 1,6% del PIB al 1,5%, pero laxo con las Comunidades Autónomas, a las que se permite duplicar su déficit, del 0,5% al 1% del PIB. Además se prevé que la Seguridad Social continuará manteniendo un excedente sustancial.

En definitiva, lo que no hace la Administración lo harán las circunstancias. El Presupuesto será bastante más expansivo de lo que aparenta y, en consecuencia, más anticíclico. Los partidarios de aumentar más el gasto público o de reducir los ingresos deberían tener en cuenta esta consideración y definir claramente sus prioridades pues, en definitiva, más que la cuantía del déficit será su composición lo que marcará las diferencias y los efectos sobre la actividad económica. El margen de actuación es, de todas formas, bastante reducido.

En las circunstancias presentes sería deseable que el Gobierno y la oposición dedicaran un mayor esfuerzo a estimar las consecuencias a corto plazo de sus propuestas sobre el aparato productivo, y a entenderse sobre las reformas que España necesita a medio plazo, de entre las que cabe destacar la del sistema educativo. Los países nórdicos hace tiempo que iniciaron este camino.

Debemos preguntarnos si seremos capaces algún día de construir escuelas, universidades y laboratorios que puedan competir con los mejores del mundo y si estamos dispuestos a hacer lo necesario para conseguirlo. Lo más urgente es el corto plazo, pero no por ello debiéramos posponer, una vez más, las reformas que España necesita.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_