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Columna
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A cada uno lo suyo: Solbes y Rato

Joaquín Estefanía

Rodrigo Rato (RR), director gerente del FMI, ha sido nombrado colegiado de honor por el Colegio de Economistas de Madrid. Justo homenaje: Rato ocupa con mucha dignidad el más alto cargo que un español haya tenido nunca en una institución económica multilateral, y la política económica que él dirigió durante los ocho años de gobierno del PP (1996-2004) han sido el principal activo de la presencia de la derecha en La Moncloa.

En ese periodo, un periodista de The Wall Street Journal preguntó a Aznar cuál era el secreto de la buena marcha de la economía española: "El milagro soy yo", respondió humilde quien poco después, al dejar la Presidencia del Gobierno, escribió un libro (Ocho años de Gobierno. Una visión personal de España. Editorial Planeta) en el que dejó entintada su opinión sobre RR: "Estaba destinado a tener un papel extraordinariamente brillante en esta tarea ["demostrar que cuanto más austero fuera el Estado y más libre fuera la economía, menos posibilidades de corrupción habría y más progresaría España"]. Rato tiene un gran crédito en lo referido a materia económica y una gran autoridad política, derivada de su propia capacidad y de su papel en la historia del PP. Además, ha demostrado una gran capacidad de negociación. Entre nosotros siempre ha existido una confianza política estrecha. Compartíamos el mismo punto de vista sobre cuál era la situación y lo que había que hacer". Muchos se preguntaban el pasado jueves, en el acto de homenaje: entonces ¿por qué no fue el heredero del dedazo?

Obviemos ahora los puntos débiles de esa política económica, que los hubo (las privatizaciones -sustitución del sector público empresarial por un sector privado gubernamental- y el dogma del déficit cero en un momento de tipos de interés bajos, que dejó a nuestro país en la cola de la sociedad de la información y el cumplimiento de la Agenda de Lisboa) y recuperemos la historia sin criterios adanistas. La presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, alabó en el mismo acto a Zapatero por haber seguido la misma política económica de Rato, lo que explicaría la actual bonanza, y otro de los participantes habló de "los 10 años de crecimiento más sostenido de nuestra historia". Así, el mayor mérito de ZP y Solbes en la política económica sería no haberse equivocado; en este sentido, el actual socialismo en el poder sería popperiano, siguiendo a un autor que a Aguirre le gusta tanto (excepto en lo que Popper ha escrito sobre la televisión, tan distinto a la práctica de Telemadrid): el PSOE sólo habría aprovechado con éxito y sin riesgos la hoja de ruta de RR.

Pero la historia no es como la cuentan Aguirre y sus epígonos. La economía española comenzó a crecer en los años 1994 y 1995 (2,1% y 2,9% del PIB), con el noveno y último Ejecutivo del PSOE. En julio de 1993, Felipe González nombra responsable de Economía y Hacienda a Solbes. Éste rectificó el rumbo de la coyuntura, aprovechando el inicio de la reactivación económica mundial, que se expresó con todo su esplendor durante los cuatro primeros años de gobierno del PP. La suerte también cuenta, pero nadie puede hacerse dueño de ella: la primera legislatura de Aznar coincidió con la segunda de Bill Clinton, aquella en que EE UU creció más profunda (todos los años por encima del 4%) y largamente en su historia contemporánea, contagiando al resto del planeta como efecto de la globalización. Cuando la economía americana llevaba 100 meses seguidos de crecimiento, se denominó a esta experiencia la nueva economía.

A cada uno lo suyo. RR gestionó con brillantez la política económica durante dos legislaturas, por lo que merece todo el reconocimiento. Pero el inicio de la recuperación no tuvo lugar con el PP (como RR ha reconocido en privado) sino con el PSOE, y su final tampoco llegó cuando la derecha abandonó el poder, pese a los tremendismos ideológicos. No admitirlo puede denominarse, por ejemplo, sectarismo liberal.

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