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Yugoslavia padece un 80% de inflación en su más grave crisis económica

La economía yugoslava está atravesando su mayor crisis económica de posguerra, expresada en cifras de un aproximado 15% de inflación entre enero y febrero, índices de paro que rondan el 10% y una expectativa inflacionista del 80% para fin de año si el Estado no consigue frenar el galope de los precios. Dos tácticas opuestas y tendentes ambas adornar la inflación ha conocido en sólo dos meses la estrategia del año en curso.

La primera trató ele encomendar a la oferta y la demanda la formación de precios en este curioso mercado de la autogestión socialista. La segunda táctica, tras el fracaso de la prírnera, amenaza con la cárcel a quienes corrijan sin permiso federal los precios.Mientras tanto, la Prensa yugoslava revela que en el edificio más alto de los Balcanes, el Beogradjanka, donde se encuentran los mayores almacenes de Belgrado, sesenta trabajadores dedican su jornada a cambiar en los artículos una media de 2.000 precios al día por otros superiores, entre un 10 %y un 160%.

Tras haber conocido uno de los desarrollos más vertiginosos del mundo de posguerra, Yugoslavia se colocaba el año 1965 en el umbral del desarrollo europeo, por encima de Portugal, Rumania y Turquía, y con una capacidad industrial superior a Grecia y varios países europeos, tarada por focos de subdesarrollo, Fue el año que impulsó la «reforma económica» tildada por la izquierda de crítica del consumo como instauración de la sociedad irracional de la dilapidación. El año 1965 fue, sin duda, para, Yugoslavia, el año de la verdadera instauración de la autogestión con autonomía real de las empresas para disponer de gran parte de sus ingresos. Con el vigor de la economía surgían trazos de desigualdad y el obrero de una fábrica rentable puede ganar hasta tres veces más que otro colega suyo por el mismo trabajo en otra empresa del mismo ramo.

La vivacidad que introdujo la reforma económica en el mercado yugoslavo se estrellaría pronto contra las tendencias autárquicas de cada una de las seis repúblicas que forman la Federación, que llegan a tener en muchos campos menos flujo económico entre sí que el mismo Mercado Común Europeo, según el economista Zoran Pijanic.

Epoca de euforia

Los últimos años de Tito fueron época de euforia y consumo desmedido para la reducida renta per capita que este país tenía la pasada década (entre 1.900 dólares, y 2.500 dólares, al final). Estaba claro que el dinar no podía seguir manteniendo un cambio artificial y, ya cuando en otoño de 1979 se reunió en Belgrado la asamblea anual del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, los yugoslavos oyeron insistentes recomendaciones de desvalorización de su divisa. Pero, por razones de prestigio y de excesiva deuda exterior, la misma no se llevaría a cabo hasta el verano pasado, un mes después de la muerte de Tito. Dice ahora el. economista Marijan Korosic, que fue «una devaluación tardía, y por ello enorme (del 30%) que disparó los precios».

Cuando el pasado otoño estuvo en Belgrado la primera ministra británica, Margaret Thatcher, y los yugoslavos le contaron que la disminución real de salarios había sido en Yugoslavia del 9% en 1980, dicen que la férrea dama británica comentó que todos sus problemas políticos se solucionarían si lograran disminuir los salarios en sólo un 2%. En Yugoslavia, coinciden políticos y economistas, los salarios no inciden tanto en la inflación como las inversiones irracionales y megalómanas que «frenan las leyes del mercado para absorber la acumulación que productores capaces y sanos crearon», en palabras del consejero económico del Instituto Económico de Zagreb.

La deuda exterior yugoslava es de 18.000 millones de dólares, un fardo per cápita muy similar al polaco, pero con un pago más cuidadoso de intereses y una firme voluntad de frenar la afluencia de dinero fácil a la corta y asfixiante a la larga. Con el 21 % de sus ingresos totales en divisas destinados por Yugoslavia a la devolución y servicio de su deuda exterior, el país se acerca a la luz roja del 25%, que ya una vez se encendió en la década anterior. El turismo y las remesas de emigrantes son importantes al respecto.

Insisten los yugoslavos en que la autogestión ha pasado el examen y que no entra en consideración la vuelta atrás hacia el centralismo de los años de la expansión extensiva y el estado providencia. Pero dos tendencias económicas chocan en el seno del socialismo yugoslavo: la de quienes consideran que, así como en autogestión una fábrica puede ser obligada a someterse a un período de saneamiento forzoso, con renuncia temporal a sus derechos de decisión autogestora ante pérdidas continuas, también la Federación yugoslava podría ser colocada en paréntesis de saneamiento centralizador durante un tiempo.

Otra corriente, no descabellada y más acorde con los duendes liberalizadores que la autogestión ha despertado, sería la de los partidarios de concederle plena vigencia al mercado y a la competencia, un experimento que, hasta la fecha, no ha conocido el socialismo.

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