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Tribuna:La crisis del euro
Tribuna
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¿Tiene la culpa el euro?

Xavier Vidal-Folch

¿Tiene el euro la culpa de los precios?

Una ruidosa y heteróclita coalición de euroescépticos, cabreados, populistas, bondadosos e ignorantes aprovecha el décimo aniversario de la circulación física del euro, que acaba de cumplirse al inicio de este año, para desacreditar a la moneda única, a Europa y al mundo mundial.

Para algunos, el caso es presentarse como muy crítico, aunque sea sin base estadística alguna, o falsa. Su principal argumento es que el euro sería el causante de un enorme aumento de los precios. El culpable de la inflación. Falso de toda falsedad. El euro no ha sido culpable de una alta inflación. Sobre todo por un pequeño detalle: porque la inflación no ha aumentado sino que, por el contrario, ha disminuido.

Es falso achacar los altos precios a la moneda, porque la inflación no ha subido: se ha desplomado
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En la eurozona, el alza de la inflación, medida por los índices oficiales de precios al consumo (IPC) que indican la evolución de la carestía de la vida, alcanzó en los años ochenta un promedio del 7,5%. Cayó bruscamente en 4,7 puntos, en los años noventa, situándose en el 2,8%. Y volvió a desplomarse en el primer decenio del 2000, al 2%.

De forma que la inflación no solo ha disminuido en la eurozona. Es que se ha reducido casi a una cuarta parte en 30 años, de 7,5 puntos a 2; y en casi un tercio, de 2,8 a 2, en 20 años. Los datos, en EMU@Succeses and challenges after 10 years of Economic and Monetary Union, Comisión Europea, 2008: las cifras de los dos últimos ejercicios incluidos en el estudio, 2008 y 2009, eran previsiones.

Les debo unas mínimas precisiones de calendario, en beneficio de la honestidad metodológica: el euro empieza como moneda-unidad de cuenta en 2000, aunque los billetes no circulen hasta 2002. Por tanto, el 20º aniversario real fue en 2010, y no ahora en 2012, aunque tampoco la elección de uno u otro límite temporal sería relevante, pues este bienio no modifica en sustancia las tendencias.

¿Por qué hay que contar desde antes? Porque los principales efectos económicos de la nueva divisa empiezan a producirse desde antes de su circulación. En realidad, desde un periodo preparatorio previo, al menos desde principios de los noventa, cuando los Gobiernos inician en masa políticas antiinflacionistas y de control presupuestario: es la época en que todos los Estados miembros pugnan por lograr la convergencia nominal, la aproximación de sus datos macroeconómicos, que les permita acceder al selecto club de la moneda única.

Bueno, si la realidad de la eurozona es que, contra lo que algunos proclaman, los precios se han desplomado, vamos a ver lo que ha sucedido en España.

En España ha sucedido lo mismo. Los precios al consumo han caído en tres decenios casi tanto como en la eurozona: a un tercio. En efecto, el alza promedio de la inflación fue en los años ochenta del 9,86% anual; en los noventa, del 4,03%; y del 2,93% en el primer decenio del 2000 (con datos del Instituto Nacional de Estadística). Ergo, en España los precios no han subido. Han caído en barrena.

Estas comparaciones, las de la inflación consigo misma (antes y después del euro), son las lógicas para quienes quieran dilucidar seriamente si los precios han aumentado o han disminuido. ¿Respecto a qué? Pues, obviamente, respecto de sí mismos.

Ocurre que la cosa es algo más compleja. El IPC mide científicamente el alza del coste de la vida, imputando distintas cuotas o pesos porcentuales a diferentes productos y servicios. Pero cada ciudadano tiene su propia impresión de cómo le va personalmente la feria. Los componentes del IPC menos visibles (comunicaciones, ocio, cultura, también medicinas) o han bajado o han subido muy poco. Y los más visibles, sobre todo alimentos (pero también carburantes, restauración, vivienda) se han disparado, a veces por causa del redondeo. Aunque solo supongan la mitad del IPC, dan la impresión de hipertrofia. Es la inflación psicológica (Del café a 20 duros al euro de propina, Negocios / EL PAÍS del 31 de diciembre), una percepción estadísticamente falsa, pero que le parece individualmente verídica a quien la tiene, porque se fragua cada mañana en las colas del mercado, en la experiencia personalísima, pero claro, parcial. Además, a cualquiera le incomoda que suba el precio de un producto: se acuerda. Le agrada, y lo ve más bien lógico, que baje: se olvida. La memoria, como el amor y como el odio, es selectiva.

Pero una cosa es la legítima percepción del ciudadano individual, aunque sea colectivamente errónea, y otra la agitación. La Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), quizá sesgada por su dogma de que "el euro fue impopular desde el principio" celebra el decenio con un estudio (10 años del euro: precios que suben y no bajan, www.ocu.org) que agita redacciones y espíritus y es, por eso, digno de estudio. Sostiene la OCU que el aumento de precios relevante es el alimentario y que ha sido del 48% acumulado; mientras que el IPC del INE solo registra un 32%; y los compara con el salario medio, que aumentó solo el 14%. Conclusión obvia: con el euro, los precios se disparan, triplicando o más las alzas de los salarios, y pues, la moneda única no trae bienestar, sino malestar.

Todo eso retuerce la realidad. Primero porque nadie ha demostrado que los precios alimentarios sean más relevantes que el IPC. Segundo, porque el periodo que escoge para los precios (2002- 2011) es ¡dos años más largo! que el de los salarios (2002-2009), con lo que la comparación no solo no es homogénea, sino abiertamente distorsionadora. Tercero, porque no justifica por qué elige como baremo el salario medio: aumentó solo el 14%, pero el salario mínimo lo hizo en un 41,1% en igual periodo, de 442,50 euros a 624 euros.

Y cuarto y definitivo: el criterio para evaluar el poder adquisitivo no es un salario u otro, sino el PIB per capita. Y este aumentó en el decenio de los noventa un promedio anual del 3,9%, y en los 10 años que van de 2001 a 2011, un 3,5% anual, cifras equivalentes a los aumentos del IPC del 4,03% y del 2,93% en esos periodos. En realidad, algo superiores.

Aún más: ni siquiera esa comparación vale del todo. Porque si los precios dependen mucho de la moneda y la política monetaria, salarios y renta cuelgan más de factores como la negociación colectiva y la estructura de los impuestos.

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