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Dos años de 'thriller' con final abierto

Tres billones de euros después, apenas se ven signos de mejora en la economía global

Claudi Pérez

Dillon, Carolina del Sur. Apenas 6.500 habitantes que trabajan en el cultivo del tabaco y el algodón, en el pequeño comercio o en unas pocas industrias pequeñas y medianas. Poca cosa, nada realmente atractivo excepto tal vez que es el lugar donde creció el presidente del banco central de EE UU, Ben Bernanke, el hombre que probablemente acumula más poder al frente de la economía norteamericana, y eso equivale a decir mundial. La casa en la que vivió Bernanke en Dillon fue revendida hace unos meses tras una fulminante ejecución hipotecaria: el anterior propietario perdió su empleo y no podía pagar. El banco le desahució. No se trata simplemente de una anécdota jugosa; es el pan de cada día en EE UU -y no sólo allí- cuando se cumple el segundo aniversario de la crisis.

Los expertos no tienen clara aún la verdadera naturaleza de la crisis ni su final
"La resaca va a ser dura, sobre todo en el paro", explica Gary Gorton, de Yale

En el verano de 2007 el petróleo y las Bolsas se encaramaban a niveles récord. Los pisos estaban por las nubes en Nueva York, Londres y Madrid. La crónica económica era una sucesión de enormes beneficios y espectaculares operaciones financieras. La larga etapa de bonanza había llevado a algún premio Nobel a vaticinar el fin de los ciclos económicos. Como siempre sucede en plenos excesos de euforia especulativa, un accidente banal revirtió súbitamente esa tendencia. El 9 de agosto, hace hoy justo dos años, BNP Paribas (el mayor banco de Francia) bloqueó tres fondos de inversión valorados en 2.000 millones de euros por su vinculación con la incipiente crisis hipotecaria en EE UU. Bastó para que ese castillo de naipes se viniera abajo.

El origen de las turbulencias es muy concreto: un número limitado de entidades financieras estadounidenses especializadas en las hipotecas más arriesgadas, las tristemente conocidas subprime, empezaron a pagar la explosión de la burbuja. El contagio fue inmediato. La primera crisis financiera de la globalización se extendió con una virulencia formidable. Al cabo, la dilatada fase de expansión se había cimentado sobre bases muy débiles, alimentada por bajos tipos de interés, sobreendeudamiento y persistentes desequilibrios globales. Aunque eso sólo se publicó después: apenas nadie vio venir el incendio.

El fuego, iniciado en el mundo desarrollado, se propagó por todo el sector financiero y con el tiempo acabó abrasando la economía real, pese a que los principales bancos centrales, ese mismo 9 de agosto, inundaron de liquidez los mercados a modo de cortafuegos. Y así siguen dos años después, sin poder evitar que el incendio siga activo en tres cuartas partes del mundo: desempleo, pobreza, pérdidas, sequía crediticia, problemas en prácticamente todos los sectores y un lacerante etcétera sin un final claro a la vista. Y alguna paradoja. A veces el capitalismo parece reírse de nosotros: muchos de los bancos acusados de pirómanos -y que se salvaron de la quema con montañas de dinero público- vuelven a pagar bonus millonarios a sus ejecutivos.

"Cada vez hay más evidencias de que lo que ocurrió fue un pánico bancario, que empezó puertas afuera del sector financiero regulado pero acabó arrasándolo todo", señala el profesor de Yale Gary Gorton. "Desgraciadamente, a los gobernantes no les gusta ese relato y prefieren una explicación políticamente más útil: que unos pocos banqueros sin escrúpulos son los culpables de todo", ataca. Esa es la tesis de Barack Obama: "La avaricia y la irresponsabilidad de unos pocos debilitaron todo el sistema". Gorton asegura que es lógico buscar culpables, pero añade que dos años después sigue siendo difícil sintetizar las causas de la debacle.

"Ojalá vivas tiempos interesantes", reza una vieja y ambigua maldición china. Así es esta crisis: no hay un único culpable, no hay una sola causa sino una serie de historias entrelazadas que explican la Gran Recesión con el vibrante ritmo de un thriller difícil de encasillar. Porque la verdadera naturaleza de la crisis todavía es incierta. El economista Ángel Ubide la resume como la combinación "de una política monetaria demasiado laxa -esto es, bajos tipos de interés-, de mala regulación financiera, de la formación de burbujas mientras los bancos centrales miraban hacia otro lado y de la avidez de los banqueros, entre otras cosas". "Efectos secundarios de un capitalismo mal hecho", remacha.

La crisis deja varias lecciones. "Primera, que el sistema financiero está mucho más interconectado de lo que se pensaba y que la quiebra de instituciones que no se consideraban demasiado grandes para caer, como Lehman Brothers, puede tener una enorme repercusión global. Segunda, que era mentira que las innovaciones financieras transferían el riesgo a quienes mejor podían soportarlo: el riesgo volvió a la banca a través de varios mecanismos", afirma el ex subdirector del FMI Tomás J. Baliño. "Tercera", prosigue, "que el sistema debe alinear cuidadosamente riesgos con beneficios: la crisis de las hipotecas basura se debe a que quienes evaluaban el riesgo no sufrían ningún perjuicio si luego no se pagaba la hipoteca. Cuarta, que el mercado no resuelve por sí solo todos los problemas. Y quinta, que regulación y supervisión son cruciales -como ha demostrado el Banco de España, sin cuyas normas la crisis española sería más grave-, y que esas reglas no pueden ser nacionales en un mundo globalizado".

Por el camino doblaron la rodilla los arrogantes banqueros de inversión, los países más liberales nacionalizaron bancos y los Estados salieron al rescate justo cuando el sistema se asomaba al abismo, tras la quiebra de Lehman Brothers. A medida que se ha ido destejiendo la trama de errores, incompetencias e incluso comportamientos poco éticos que llevaron a la economía a ese punto crítico, se intentan diseñar mecanismos que eviten un episodio similar. O no: tres billones de euros después, hay quien dice que la reacción de los gobernantes contra la crisis está hinchando la próxima burbuja, de deuda pública.

El desenlace del thriller tampoco está claro. Los políticos insisten desde hace meses con los brotes verdes, una fórmula tramposa: lo único cierto es que ha bajado el ritmo de desplome. La economía sigue cayendo; eso sí, a menor velocidad. Los Gobiernos observan ese cambio con agrado, pero en el fondo se trata de una satisfacción ruinosa: queda crisis para rato. "La resaca va a ser dura. Mientras no se revitalice el crédito y no se constate una reactivación duradera en los mercados, se seguirán viendo efectos del shock, sobre todo el paro", vaticina Gorton pese a la reciente mejoría del desempleo en EE UU. "Tan sólo se dan las precondiciones para que la economía empiece a moverse en la dirección correcta", remata Julian Callow, de Barclays. Lo peor tal vez haya pasado, pero no hay atisbos de tranquilidad.

Y un último flashback: todo empezó cuando el reventón inmobiliario en EE UU detonó la crisis. Dos años después, ni siquiera ese mercado se normaliza. La ejecución hipotecaria de la casa de Bernanke en Dillon se produjo en febrero. Pero la rueda no se detiene: siguen apareciendo casos sonados. Tim Geithner -la gran figura de la política económica junto a Bernanke- tampoco parece tener suerte con sus propiedades. A finales de julio trascendió que no puede vender su vivienda, una mansión ubicada en uno de esos coquetos suburbios de Nueva York. Ha tenido que alquilarla. Eso sí, por 7.500 brotes verdes (unos 5.300 euros) al mes.

La sede de Lehman Brothers, antes de la quiebra del banco.
La sede de Lehman Brothers, antes de la quiebra del banco.EFE

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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