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CARTA DEL CORRESPONSAL / San Petersburgo | Economía global
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

"No es la crisis, es la codicia"

Los contrastes de Rusia y sus problemas específicos en época de crisis se han evidenciado esta semana en San Petersburgo y Leningrado, su provincia. Cuando iba a empezar en la antigua capital imperial el Foro Económico Internacional, el equivalente ruso de Davos (Suiza), los obreros de la fábrica de cemento de Pikaliovo, situada en una zona deprimida de la provincia, salieron a la carretera y provocaron un atasco de más de 400 kilómetros. El personal de BaselCement-Pikaliovo llevaba tres meses sin cobrar sus salarios. La empresa había dejado de recibir materias primas en agosto e interrumpió su producción en enero, paralizando con ello la economía local, basada exclusivamente en tres fábricas interdependientes.

El empresariado que se benefició de las privatizaciones tiene problemas

En época de la URSS, esas plantas, pertenecientes ahora a tres propietarios distintos, fueron eslabones de una única empresa, de las llamadas "generadoras de ciudades", es decir, aquellas en torno a las cuales se estructura la localidad y que son su sustento. En Rusia existen cerca de 500 fábricas-ciudades y en ellas la crisis equivale al naufragio y miseria de su entorno.

BaselCement-Pikaliovo pertenece al imperio de Oleg Deripaska, un oligarca vinculado a la familia de Borís Yeltsin, presidente ruso entre 1990 y 1999. Deripaska fue el hombre más rico del país hasta que comenzó a tener problemas debido a sus ambiciosas compras internacionales. El Estado ruso ha dado a Deripaska un crédito de más de 3.000 millones de euros para afrontar las deudas, que se calculan en unos 14.000 millones.

La situación en Pikaliovo, sin embargo, parece indicar que para el Kremlin llega el momento de decidir si continúa sacando las castañas del fuego a los grandes beneficiados de las privatizaciones del Estado o les obliga a arrimar el hombro. Los obreros de Pikaliovo llevaban ya mucho tiempo quejándose sin que Moscú les hiciera caso. Su decisión de salir a la carretera fue correcta, pues daban una mala imagen de Rusia en vísperas de la concentración de políticos y ejecutivos de todo el mundo llegados a San Petersburgo para tomar el pulso a la situación económica, social y política del país.

El resultado fue fulminante. El jefe del Gobierno, Vladímir Putin, se presentó en Pikaliovo y obligó públicamente a Deripaska a buscar un acuerdo entre la fábrica de cemento y las otras dos empresas de la localidad. Los atrasos salariales fueron pagados ipso facto y hasta la sindicalista más combativa de la fábrica, Svetlana Antropova, gritó: "¡Viva Putin!". Si las empresas de Pikaliovo no encuentran una solución en el plazo de tres meses, será el Gobierno quien la busque. En el Parlamento hay ya un proyecto de ley de nacionalización de las tres fábricas.

El incendio social fue apagado de momento y mientras los trabajadores de Pikaliovo llenaban de nuevo sus neveras vacías, en San Petersburgo los ministros y altos funcionarios, que pagan precios astronómicos por sus habitaciones de hotel, pudieron alternar sus debates con las veladas musicales en el teatro Marinski. En diferentes partes de Rusia, los trabajadores de fábricas-ciudades en dificultades miran hacia Pikaliovo. Entre ellos, los del Combinado de Celulosa del Baikal, en Siberia, otra fábrica del imperio de Deripaska, que piensan también en salir a la carretera. El problema es el mismo por doquier, a saber, si el gran empresariado nacional que se benefició de las privatizaciones se responsabilizará ahora de sus empresas o si las devolverá, exprimidas y arruinadas, al Estado. "La causa de nuestros problemas no es la crisis. Es la codicia", aseguraba la sindicalista Antropova.

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