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La primera crisis del euro
Columna
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La desesperante improvisación

Joaquín Estefanía

Hace ya demasiadas semanas que los lunes empiezan conteniendo la respiración: no se sabe qué van a hacer los mercados bursátiles, de deuda y de cambios, lo que afecta directamente al bienestar económico de los ciudadanos. La volatilidad es extrema y puede ocurrir cualquier cosa, una y la contraria, lo que indica el escaso grado de gobernabilidad de la economía y, en sentido contrario, los enormes grados de incertidumbre.

Ayer esto sucedía lejos, pero ahora el pánico y el riesgo sistémico ha llegado a la vieja Europa y al corazón del imperio que observa cómo una maniobra de la que todavía no se conoce su origen (y sus protagonistas) puede llevar el pánico a Wall Street en cuestión de minutos, como aconteció el pasado jueves. Los mercados financieros hacen agachar la cerviz a los Gobiernos representativos y los amenazan, poniendo en cuestión la esencia de la democracia.

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Hoy será un día importante, de uno u otro signo, en la UE, después de los movimientos defensivos de sus líderes de los últimos días. De repente se ha juntado en Bruselas lo urgente y lo importante, en el interior de la más grave crisis que ha padecido la Unión. Lo importante está contenido en el informe Proyecto Europa 2030, presentado por Felipe González como presidente del grupo de reflexión sobre el futuro. Más allá de las medidas concretas que reclama (reformas urgentes, profundas y radicales), obsérvese la descripción de partida y sus reflexiones sobre la calidad de la democracia. La primera: crisis económica global, Estados yendo a salvar a sus bancos, envejecimiento de las poblaciones que amenazan la competitividad de las economías y la sostenibilidad del modelo social, presiones a la baja en costes y salarios, desafío por el cambio climático, creciente dependencia energética, cambio hacia el Este en la distribución global de la producción y el ahorro y, por encima de todo ello, las amenazas del terrorismo, crimen organizado y proliferación de armas de destrucción masiva. "Por primera vez en la reciente historia de Europa existe el temor generalizado de que los niños de hoy tendrán una situación menos acomodada que la generación de sus padres".

El Grupo de Reflexión entiende que hay un debilitamiento de la política como factor de regulación del desarrollo económico y social. La relación entre las instituciones y los ciudadanos se ha caracterizado por un "consenso pasivo" pero la situación ha cambiado y ahora los europeos demandan más a la UE, son muy críticos con sus resultados y expresan dudas sobre la legitimidad del proyecto europeo. Por ello hay que actualizar el pacto entre la UE y sus ciudadanos, que se manifestó en los años cincuenta, y que dio lugar a la edad de oro del capitalismo y a la creación de los modernos Estados del bienestar.

Lo urgente viene determinado por la resistencia de los Estados a la especulación y al efecto contagio de la misma sobre los países periféricos de la moneda única. Dos escenarios que hasta hace unas semanas eran considerados imposibles son ahora plausibles: la implosión de la zona euro y la fragmentación de los países de la misma en dos categorías, dependiendo de la sostenibilidad de sus finanzas públicas. Los líderes europeos buscan un mecanismo europeo de estabilidad que debe comprender medidas ejecutivas inmediatas como la compra de deuda pública de los países europeos para detener el deterioro de los mercados, como hicieron hace unos meses la Reserva Federal (Fed) y el Banco de Inglaterra ante circunstancias igualmente difíciles de sus respectivos mercados. Pero además, los bancos europeos, beneficiados por ingentes cantidades de dinero público para arreglar sus problemas de solvencia y liquidez, deben renovar la deuda de los Estados mientras se mantenga la escalada especulativa. Otra cosa sería imposible de comprender por la ciudadanía.

Es desesperante contemplar la acción improvisadora de la UE y la lentitud de la misma ante los problemas que le surgen, sin avanzar de una vez en la gobernabilidad económica de la zona y su institucionalización. Y de hacer hincapié, de nuevo, en el concepto de estabilización, olvidando el de crecimiento, cuando la regla número uno del Tratado de Maastricht, el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC) -aquel que definía el carné de entrada a la zona euro-, incluye los dos al mismo nivel.

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