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Un gimnasio del centro de Madrid cierra sin avisar y deja a sus 1.000 clientes en la calle

El centro deportivo privado, en la plaza de los Cubos, deja contratos de hasta dos años. Desde hace un mes no había agua ni monitores. El dueño de Fitness Center ha desaparecido

Peter Campbell proviene de un pequeño pueblo llamado Aghalee, conocido por el cultivo de la patata, la pesca a orillas de un largo y el afán ahorrador de sus vecinos. A los lugareños de este pueblo del norte de Irlanda les pone los pelos de punta el gasto desmedido y el derroche. Este afán llevó a Peter Campbell, de 31 años y residente en Madrid, a no renovar su contrato con el gimnasio de al lado de su casa, en la calle Ferraz, e irse a uno a quince minutos a pie, en la plaza de los Cubos, llamado Fitness Center. Le ofrecían pagar la mitad, y el chico pensó que merecía la pena sacrificar el desgaste de las suelas de sus zapatillas.

La jugada le ha salido mal. El martes pasado, día 14, Fitness Center cerró sus puertas sin avisar y ha dejado a un millar de clientes sin gimnasio, según sus propias estimaciones. Llegaron ese día a ejercitarse y se encontraron con la persiana echada. El dueño del centro deportivo, que hasta hace una semana estuvo haciendo contratos de dos años de permanencia, no ha dado señales de vida. Prometió que iba a devolver el dinero, pero no ha vuelto a aparecer. Muchos de los clientes se han dejado en el interior las pertenencias que alojaban en las taquillas.

En la fachada del gimnasio solo hay una nota de los afectados, que llevan una semana agrupándose para que les devuelvan su dinero. Gema Iglesias, socia desde enero, está coordinando las reclamaciones. En una semana se han puesto más de 800 denuncias en la comisaría. "Vamos a luchar por que nos devuelvan nuestro dinero", explica Iglesias.

El cierre se veía venir. Desde el día 25 de junio no había agua. Los responsables del local esgrimieron que se había roto la caldera. "No se podía beber agua o ducharse, no poder usar los servicios y duchas y no limpiar las instalaciones", dice Iglesias. Los monitores en este tiempo se negaron a dar clase. En el contrato con los clientes, el gimnasio ofrecía la utilización de aparatos y tratamientos habituales. Los aparatos, según los clientes, no funcionaban y los monitores, al no cobrar sus sueldos, se negaban a dar las clases. "Sólo estaba la señora de la limpieza como única empleada en todo el gimnasio", añade Iglesias. Ésta y otras muchas quejas las hicieron llegar 40 socios a la Oficina Municipal del Consumidor. Ahora, tras el cierre, también se ha hecho saber a la policía que el incumplimiento de contrato podría tratarse de "una estafa masiva".

Del responsable y administrador del gimnasio, Sergio Sánchez, no se ha vuelto a saber nada. El portero del edificio de al lado del negocio asegura que vivía ahí hasta hace unos días, pero que no lo ha vuelto a ver. Este periódico ha intentado, sin éxito, ponerse en contacto con él.

Peter Campbell, con su pantalón corto, sus zapatillas y sus calcetines subidos hasta las rodillas, dice que se siente estafado. "Firmé hace pocos meses por dos años y ahora me he quedado sin nada. Tendré que ir a otro sitio y volver a gastarme la pasta", explica el norirlandés, afincado en Madrid desde hace siete años. Como él son muchos. Algunos que incluso una semana antes de que se echase el cierre habían pagado 400 euros por usar las instalaciones durante dos años. Ahora sólo les queda protestar a su puerta.

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