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Aprender de los errores

El 6 de abril pasará a la historia de Portugal como uno de esos días difíciles de olvidar. Después de cinco meses de dura lucha, el Gobierno portugués se rindió el miércoles pasado ante la presión de los mercados y solicitó el rescate financiero a sus socios europeos. La imagen de su primer ministro, José Sócrates, hablando a través de la televisión con rostro compungido era todo un poema: "Lo intenté todo, pero hemos llegado a un punto en que no tomar una decisión comportaría riesgos que el país no puede correr", decía el líder socialista.

Se abre ahora un periodo de solicitud formal del rescate, negociación de las condiciones de las ayudas, y, lo que es más importante, contrapartidas que tendrá que dar Portugal a cambio de los hasta 90.000 millones de euros a que podrían ascender los préstamos de sus socios europeos; es decir, un nuevo y duro plan de ajuste en las finanzas públicas de nuestro país vecino. Probablemente, mucho más duro que el presentado por Sócrates al Parlamento portugués el pasado 23 de marzo y rechazado por la oposición.

Al final, Grecia, Irlanda y Portugal han caído por lo mismo: pérdida de credibilidad
España ha presentado un plan de ajuste serio y contundente que cuenta con los parabienes de la UE

El mismo miércoles, nada más conocerse la noticia, políticos, empresarios y economistas españoles se apresuraron a afirmar, "España no es Portugal", y a negar que nuestro país vaya a tener que solicitar un rescate similar. Añadían además que los intereses que estaba pagando Portugal por su deuda pública superaban el 8,3%, mientras que España está emitiendo deuda al 5,2%. Y remachaban que nuestro país ha presentado un plan de ajuste serio y contundente que ha recibido los parabienes de la UE.

Todo eso es cierto. España no es Portugal, los mercados nos prestan a un interés inferior y hemos empezado a hacer los deberes. Pero, siendo así, no podemos caer en la autocomplacencia pensando que estamos libres de ser intervenidos y mirando para otro lado. La quiebra de Portugal supone la caída de un cortafuegos importante, que nos sitúa (con razón o sin ella) en el foco de los posibles ataques de los especuladores. Este es el momento de aprender de los errores cometidos por Portugal, Irlanda y Grecia, que les han llevado a ser intervenidos.

Veamos qué ha sucedido en Europa en apenas un año. Tras un primer cuatrimestre de 2010 especialmente tormentoso para los mercados de deuda pública en el área del euro, el 2 de mayo, la Unión Europea y el FMI aprueban el rescate de Grecia, con 110.000 millones de euros, a cambio de un plan de ajuste de 30.000 millones hasta 2012. A la semana siguiente, los ministros de Economía y Finanzas, tras una larga noche de negociaciones, aprueban un Fondo de Rescate Financiero para el Eurogrupo de 750.000 millones de euros (500.000 de la UE y 250.000 del FMI).

Ese primer terremoto forzó una cascada de planes de ajuste en los principales países de Europa, en un intento de calmar a los mercados, enviando un mensaje a los prestamistas de que iban a cobrar sus deudas. El 12 de mayo, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, presentaba el plan español, con un recorte de 15.000 millones de euros en dos años. Apenas unos días antes, el propio Zapatero había dicho que no renunciaría a su política social, pero durante el fin de semana recibió numerosas llamadas de líderes internacionales (hasta el presidente Obama), pidiéndole que cambiara el rumbo porque una supuesta caída de España provocaría daños irreparables en la Eurozona.

Pero la calma duró poco. Las tormentas volvieron en septiembre a los mercados financieros, desestabilizando sobre todo a Irlanda; pero la onda expansiva salpicó a Portugal y, en menor medida, a España. Así que poco más de seis meses después de caer Grecia, Irlanda tenía que pedir, el 21 de noviembre, el rescate europeo por valor de 80.000 millones de euros, ofreciendo un ajuste fiscal de 14.000 millones.

Cuando cayó Grecia, Irlanda había dicho que ellos no eran Grecia. Y, por supuesto, Portugal, España, Italia y Bélgica (que también habían recibido el recado de los prestamistas internacionales) miraban por encima del hombro a los pobres amigos griegos. Cuando cayó Irlanda, volvió a sonar la misma cantinela y han pasado solo cinco meses (en los que ha habido que reforzar el Fondo de Rescate y negociar el Pacto del Euro) para que los mercados pasen factura al siguiente: Portugal.

¿Qué hacer ahora? La respuesta parece de libro: aprender la lección. ¿En qué se equivocaron Grecia, Irlanda y Portugal? Sin olvidar los serios problemas estructurales de todos ellos, se podría decir que los desencadenantes de la catástrofe fueron que Grecia jugara a la "contabilidad creativa" cuando presentaba sus cuentas fiscales a la UE, Irlanda negara hasta la saciedad que sus bancos arrastraban un "agujero" de más de 40.000 millones de euros y que Portugal no fuera capaz de conseguir un consenso político para sacar adelante el plan de ajuste necesario. Al final el Gobierno griego tuvo que reconocer que las cuentas no le cuadraban, el irlandés tuvo que pedir dinero para tapar agujeros financieros y el Gobierno que salga de las próximas elecciones portuguesas del 5 de junio tendrá que presentar un plan tan duro o más que el rechazado hace dos semanas.

Los tres han caído por lo mismo: pérdida de credibilidad. Y si España quiere mantener su credibilidad necesita:

- Cumplir los compromisos y los plazos asumidos sobre reformas estructurales y ajustes fiscales.

- Cerrar de una vez la crisis de algunas entidades financieras.

- Y buscar de verdad los máximos consensos en la política económica (Gobierno, oposición y agentes sociales).

Es fácil de decir y, probablemente, difícil de ejecutar. Pero escuchando lo que dijo el secretario general de la OCDE, Ángel Gurría, el pasado jueves sobre Portugal, nos deberíamos aplicar el cuento: "La crisis de la deuda de la zona euro debía haberse parado con el rescate de Irlanda. El caso portugués se podía haber evitado, pero los políticos empeoraron el problema".

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