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Crónica:CARTA DEL CORRESPONSAL / Roma | Economía global
Crónica
Texto informativo con interpretación

Cae el mito del buen gestor

Hace 16 años que el constructor y magnate televisivo Silvio Berlusconi saltó a la arena política. Vendiéndose como un millonario hecho a sí mismo, ofreció a los italianos un contrato en el que se comprometía a reformar el país y a gestionarlo como una de sus empresas. "Soy rico y no necesito robar como los otros", dijo.

Era 1994, el proceso Manos Limpias había destruido a los partidos tradicionales. Muchos italianos vieron algo en aquel ricachón bajito y compraron el anuncio de la antipolítica. La operación fue un éxito redondo, sobre todo para el fundador de Mediaset y Fininvest. Su imperio mantiene intereses en una docena larga de sectores: construcción, televisión, edición, publicidad, cine, banca, seguros, yates, fútbol, autopistas... Es uno de los tipos más ricos de Italia, tiene más pelo que hace 16 años y ha sorteado la persecución de la justicia con 39 leyes a medida (ahora prepara la 40).

Berlusconi prometió gestionar Italia como una de sus empresas
El país ha sufrido una notable caída en la renta por habitante
¿Volverán los italianos a confiar en el gran emprendedor?

La gran pregunta es si Berlusconi ha gestionado la economía italiana como un administrador competente. Varios datos y analistas indican que la leyenda de que un buen gestor privado lo debe ser también en la cosa pública es, en este caso, una falacia. Según el escritor y periodista estadounidense Alexander Stille, "el gran esqueleto en el armario de Berlusconi no son las velinas ni la corrupción, sino la economía".

Las pruebas están en un reciente libro titulado Impunity, del economista británico Charles Young, que ha analizado la marcha de la economía italiana durante los mandatos de Berlusconi. Comparando cifras con las de otros países, su conclusión es que la riqueza made in Italy ha ido peor bajo los dos últimos Gobiernos de Berlusconi que la de casi todas las demás naciones. Con los datos del PIB por habitante -los del sorpasso zapaterista-, Young demuestra que Italia no dejó los últimos puestos de la clasificación mundial entre 2001 y 2009, de los que Il Cavaliere gobernó los cinco primeros y los dos últimos.

Escribe Young: "En los ocho años anteriores al primer Gobierno largo de Berlusconi, los valores italianos estuvieron mucho más cercanos a la media de la OCDE". Y, al revés, durante sus mandatos, "la economía italiana fue la única importante del mundo que sufrió una notable caída (apenas inferior al 6%) de la renta real por habitante". Es verdad que a algunos les fue peor. En Zimbabue, Haití y Costa de Marfil, la renta per cápita cayó más que en Italia. "Pero aparte de estos tres países, a ningún otro le fue peor", remata Young.

Habrá quien alegue que, pese a todo, Italia sigue perteneciendo al G-8 y que no conviene fiarse de esas estadísticas porque el peso de la economía sumergida es gigantesco (en torno al 25%), la evasión fiscal es la más alta de Europa (120.000 millones anuales) y la actividad de las mafias (unos 140.000 millones) hace imposible computar la riqueza real.

Siendo ciertas, no parecen excusas de las que un primer ministro pueda ir presumiendo por ahí. Y mientras todo eso ocurre, el coronel libio Muammar el Gaddafi pasea por Roma como si fuera el Duce y se ha convertido en el accionista de referencia del mayor banco italiano (posee el 7,5% de Unicredit). La gran duda es: ¿volverán los italianos a confiar en el gran emprendedor? -

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