Turquía se cansa de esperar a Europa
El país aprovecha su vitalidad económica para expandir su influencia hacia Oriente
El contraste con el desencanto reinante en Irlanda, Portugal o España por los efectos de la crisis, no puede ser más evidente en los cafés, las universidades y los despachos oficiales de Turquía. Por todos lados se respira un aire rebosante de optimismo y orgullo ante el recuperado papel de potencia, en una región clave para la estabilidad mundial.
Al mismo tiempo, el escepticismo en torno a la integración en la Unión Europea crece día a día entre las élites y los ciudadanos de a pie. Frustrados por el bloqueo de las negociaciones de adhesión, que apenas han avanzado desde su inicio en 2005, políticos y empresarios han desviado su mirada hacia Oriente Próximo, el Cáucaso y los Balcanes, áreas históricas de influencia turca, y todavía más allá, hasta Rusia, China, América Latina o el norte de África. El euroescepticismo cunde incluso en el seno el Partido Justicia y Desarrollo (AKP), la formación conservadora, islamista moderada y partidaria del libre mercado que gobierna el país desde 2002.
Altos funcionarios de la UE consideran arrogante la posición turca
Una nueva política exterior acompaña al gran crecimiento económico
Detrás de esta nueva actitud de Turquía ante el mundo está la pujanza de su economía, plenamente recuperada del bache sufrido en 2009 a causa de la tempestad financiera internacional. Las cifras de este año dan vértigo: el Producto Interior Bruto (PIB) ha crecido un 11% en el primer semestre, ritmo solo comparable a los de China e India. Para el conjunto de 2010, el Gobierno de Ankara espera un avance del 6,8%, pero los pronósticos de analistas y organismos internacionales lo sitúan entre el 7,5% y el 8,5%. El consenso entre los expertos para 2011 y 2012 ronda el 5,5%.
El consumo privado, la producción industrial y la construcción son los motores del milagro económico turco. La ubicación estratégica del país y su bajo nivel de endeudamiento público (equivalente al 49% del PIB) han atraído grandes cantidades de capital extranjero en busca de alta rentabilidad. La inflación, que rondaba el 70% hace 10 años, hoy no supera el 9%.
La turca es una economía fuertemente exportadora. Sus coches, electrodomésticos y alimentos envasados son muy populares fuera de sus fronteras, y sus empresas constructoras, con una cartera de pedidos de 30.000 millones de dólares, trabajan en puertos, autopistas y líneas férreas de numerosos países vecinos. Durante una reciente visita a Londres, el presidente Abdulá Gül pronosticó que Turquía se unirá pronto al grupo de grandes naciones emergentes formado por Brasil, Rusia, India y China para formar un nuevo acrónimo: BRIC+T. El Gobierno espera que muy pronto las agencias de calificación de riesgo otorguen al país, por primera vez en su historia, un rating favorable a la inversión. Para el año 2050 se calcula que la turca será una de las 10 mayores economías del mundo.
En un reciente encuentro con periodistas invitados por la Comisión Europea a visitar el país, el viceprimer ministro responsable de asuntos económicos, Alí Babaçan, subrayó una y otra vez que Turquía se ha ganado a pulso la confianza de los mercados internacionales por el orden de sus cuentas públicas y las reformas emprendidas por el Gobierno en los últimos ocho años. Babaçan destacó que el sector bancario turco ha resistido los embates de la crisis sin ayuda de dinero público, y que el déficit presupuestario se ha mantenido bajo control, a pesar de la pronunciada desaceleración de la economía en 2009.
El optimismo alcanza tal magnitud que las autoridades de Ankara están convencidas de que la UE saldría más beneficiada de la integración que la propia Turquía. Babaçan incluso se permitió criticar, sin dar nombres, la falta de competitividad de algunos países europeos, su falta de disciplina fiscal y la debilidad con la que han manejado la crisis. Altos funcionarios de la UE consideran arrogante la posición turca. "Nos dicen, incluso, que están dispuestos a rescatar a Europa", comenta una fuente europea en Ankara. Una y otra vez, Ankara se ha negado a aceptar la propuesta de Francia y Alemania de formar una "asociación privilegiada", en lugar de integrarse plenamente en el club europeo. Propuestas como esa, junto a declaraciones altisonantes por parte de líderes europeos como Nicolas Sarkozy, sientan muy mal a una población muy sensible a cualquier crítica procedente del Oeste.
Una visita a la Universidad Anadolu, en la ciudad industrial de Eskisehir, bastó para comprobar la falta de simpatía hacia Europa entre la juventud turca. Solo uno de los cuarenta estudiantes presentes en un aula de la Facultad de Comunicación levantó la mano cuando se les preguntó si eran partidarios de sumarse al club de los 27. Puede que se tratara de una reacción emocional o de una muestra de orgullo herido, pero está claro que los estudiantes están frustrados por la creciente sensación de que Europa no quiere a Turquía. "Está siendo un proceso demasiado largo", dijo una estudiante llamada Figan. "Da la impresión de que la UE no para de poner obstáculos para que no entremos". Otro alumno, Yusuf Ozeren, afirmó que Turquía debe poner por delante su propio interés. "La situación actual en Portugal y España nos aconseja buscar alternativas. Parece que estamos corriendo un maratón y que no hacen más que decirnos: 'Sigue corriendo, sigue corriendo...". De todos modos, muchos estudiantes acabaron reconociendo que la entrada en la UE traería a su país más democracia, más libertad y más prosperidad.
El presidente de la cámara de comercio de Eskisehir, Harun Karakan, expresó la frustración de los empresarios y los comerciantes de la zona -donde se concentra la industria aeronáutica y ferroviaria turca- con la tardanza en cerrar la negociación. "En el mundo global de hoy, el tiempo es dinero, y no queremos perder más dinero", dijo Karakan. "No hay avances, no vemos la luz al final del túnel".
La parálisis de las negociaciones con la UE y el crecimiento económico han venido acompañados de un giro drástico en política exterior por parte del Gobierno turco. Miembro de la OTAN, el G-20 y la OCDE, Turquía pretende desempeñar un papel clave en la esfera internacional y aspira a ocupar una de las dos sillas que Europa dejará vacantes en el Consejo Ejecutivo del Fondo Monetario Internacional (FMI). El nuevo ministro de Asuntos Exteriores, Ahmet Davutoglu, procedente del mundo académico e impulsor de lo que algunos llaman "nuevo otomanismo", ha propiciado un acercamiento a los países vecinos del Este, especialmente Irán, Irak, Siria y Líbano, que suscita recelos en las cancillerías occidentales. "No sabemos a ciencia cierta hacia dónde se dirigen", afirma una fuente europea en Ankara, quien subraya que las autoridades turcas han hecho pocos progresos en materia de derechos fundamentales y democratización por estar más pendientes de la política local que de adaptarse a los estándares europeos. "Son plenamente capaces de avanzar muy rápido en el proceso; solo les falta voluntad política", agrega la fuente.
La negativa turca a que barcos y aviones de Chipre accedan a su territorio y las reticencias de Alemania y Francia tienen paralizado el proceso de adhesión. Italia, España y, sobre todo, Reino Unido, son los más favorables a la entrada de Turquía en la UE. Solo un capítulo de la negociación se ha cerrado hasta ahora, el correspondiente a ciencia e investigación. Turquía cumple ya los requisitos de algunos otros, pero no habrá ningún avance hasta que se resuelva la cuestión chipriota.
Ante esta situación, la UE ha decidido adoptar una posición pragmática: separar en vías diferentes las relaciones económicas y el proceso de integración. Pese a la parálisis del proceso de adhesión, la integración de las economías de Turquía y la UE -fruto del acuerdo aduanero firmado hace 15 años- es un hecho incontestable. Los intercambios comerciales alcanzan los 100.000 millones de euros anuales y el 80% del capital extranjero invertido en Turquía procede de la UE. Ejemplos no faltan: Fiat fabrica su modelo Duplo exclusivamente en Turquía y la mayoría de los camiones de Mercedes salen de plantas turcas. El tren de alta velocidad entre Ankara y Eskisehir, que en el futuro llegará hasta Estambul, está fabricado por la empresa española CAF.
A pesar del ambiente de euforia que vive el país, la economía turca tiene aún puntos flacos. La entrada de capital extranjero y el auge del turismo no son suficientes para compensar la enorme factura energética -Turquía carece de gas y petróleo-, por lo que el país sufre un crónico déficit por cuenta corriente. Además, la subida de la lira turca en los mercados de divisas está mermando la competitividad de las exportaciones.
La corrupción, con frecuencia fruto de la estrecha relación entre el partido gobernante y grandes corporaciones turcas, es un grave problema. El país figura en el puesto 56º de 178º en el índice que elabora anualmente Transparency International, por debajo de Namibia, Jordania o Arabia Saudí.
Y además, la economía sumergida es enorme, como lo demuestra el hecho de que el 43% de los trabajadores no pagan cotizaciones a la Seguridad Social. Solo el 25% de las mujeres trabajan fuera de casa y la cuarta parte de la población se dedica a la agricultura, comparado con el 3% en la UE. Otro problema es la baja recaudación fiscal. La carga impositiva asciende al 20%, comparado con la media del 30% en la OCDE.
Babaçan sostiene que su Gobierno no está preocupado por una posible burbuja de activos y que, por ahora, no planean poner límites a la entrada de capital extranjero, como ha hecho Brasil. Ante la falta de recursos fósiles, Turquía aspira a convertirse en un centro de distribución de energía Norte-Sur y Este-Oeste.

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