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Reportaje:La crisis del euro

Más gobierno para salvar al euro

La divisa afronta su segunda prueba de fuego con la crisis de Irlanda - La UE libra una batalla entre el BCE y el populismo de Merkel y Sarkozy

Andreu Missé

El inminente rescate de Irlanda por parte de la UE y el Fondo Monetario Internacional no significará más que un respiro temporal. La crisis del euro que empezó hace seis meses en Grecia pone al descubierto que cada vez tiene un mayor calado. La amenaza pende con distinta intensidad sobre otros países. En la próxima trinchera aparece Portugal. Después, España e Italia. En lo que va de mes la deuda de estos países se ha encarecido rápidamente. Las dificultades del euro no se limitan a los estrictos problemas financieros de determinados países, sino que muestran la deficiente organización política de la zona euro, es decir, la falta de un auténtico Gobierno económico de la Unión.

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La debacle de los bancos irlandeses -aunque ninguno de ellos suspendió en la prueba de resistencia de julio-, y las tensiones en el mercado de deuda ocultan una batalla más profunda en la UE: el pulso que mantiene el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Jean Claude Trichet, con los dos principales líderes políticos europeos, la canciller alemana Angela Merkel y el presidente francés Nicolas Sarkozy. Ambos tratan de conciliar las demandas de sus electorados y las exigencias del tribunal de Karlsruhe, en el caso de Merkel, con la defensa del euro.

Las tensiones no han dejado de aumentar el último mes. El pasado día 18, Trichet aprovechó el encuentro con la elite de banqueros centrales, académicos y destacados gestores financieros, para declarar "solemnemente" su "profunda preocupación", por la situación de la zona euro. El presidente del BCE repitió su mensaje del día 4 en que pidió "un salto cualitativo en la gobernanza de la Unión Monetaria".

Trichet señalaba así sus discrepancias con las decisiones del Consejo Europeo de octubre, impulsadas obstinadamente por Merkel y secundadas por Sarkozy. Trichet advirtió de que, en plena crisis, tendría efectos perniciosos anunciar la exigencia alemana de que los bancos tenedores de bonos de países con dificultades tendrían también que participar en las pérdidas. Los hechos han dado la razón a Trichet y el plan europeo provocó una espiral de los costes de la deuda y la "consternación política y el pánico en los mercados", como ha señalado Katinka Barysh, analista del Centre For European Reform (CER).

El presidente del BCE no se ha amilanado a pesar de la dura reprimenda que le propinó Sarkozy en el pasado Consejo por haber expresado su disconformidad con la insuficiencia de automatismo en las sanciones prevista en la reforma del Pacto de Estabilidad. No pierde ocasión para reiterar sus convicciones: "Cada día estoy más convencido de que esto, (el salto cualitativo en la gobernanza) es esencial". La máxima autoridad monetaria europea, que ha jugado un papel decisivo en evitar el naufragio del euro improvisando nuevos instrumentos, expresa sus recelos sobre los mercados. "En gran número de aspectos", precisa, "la conducta observada por los mercados financieros es difícil de reconciliar con la hipótesis de la eficiencia de los mercados". Así que "en este todavía excepcionalmente difícil e incierto clima para el sector financiero y la economía real es esencial preservar y reforzar el poder de las autoridades públicas".

No está solo. Paul de Grauwe, investigador del Centre For European Policy Studies, en estas mismas páginas recordaba hace pocos días que la receta del Consejo "introduce una estructura de incentivos para los especuladores". Y Simon Tilford, economista jefe del CER, asegura que "los países del euro tienen que reconocer que una exitosa unión monetaria requerirá un grado mucho mayor de integración política".

La incapacidad para afrontar a fondo los problemas del euro hace crecer las esperanzas en la otra orilla del atlántico. Cada vez es mayor el coro de analistas y medios que airean la idea de que el impensable fin del euro es cada vez más plausible. Pero la senda de la Unión marcada por Alemania tiene muchas vías de agua. Exigir un determinado un mecanismo de rescate "podría conducir a la bancarrota de algunos países", como acaba de señalar el primer ministro griego, Yorgos Papandreu. Ante el euro, "la más visible y palpable señal del destino común europeo", como acaba de afirmar el presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, Europa tiene una gran confusión. El liderazgo de facto de Merkel, que en marzo abogaba por expulsar a los países incumplidores y ahora exige durísimas condiciones a para conceder rescates, es cada vez más contestado.

Poul Rasmussen, presidente de los socialistas europeos, señala que "Angela Merkel necesita aprender que los líderes políticos están a veces mejor con su boca cerrada". "Cuando alguien en su posición", añade, "declara que los mercados tendrán que pagar su justa parte, pero no sigue con una acción política real y coherente, la receta es un desastre".

Crece la convicción de que la apuesta franco alemana de establecer un mecanismo de gestión de crisis, que contemple recortes de la deuda, es de alto riesgo. Además de las negativas reacciones que ya se han observado en los mercados, será necesaria una mínima reforma del Tratado que aún no ha cumplido un año de vigencia. El próximo Consejo Europeo de diciembre, la Unión se la juega. O logra un consenso con los que saben lo que se traen entre manos o se deja llevar por la senda del populismo de Merkel y Sarkozy, llena de incertidumbres.

Jean Claude Trichet, con Van Rompuy a la espalda, vistos por Sciammarella.
Jean Claude Trichet, con Van Rompuy a la espalda, vistos por Sciammarella.

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