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El 'ladrillo' arrasa con el sistema financiero valenciano

La injerencia política y la falta de rigor de los directivos causan el desastre

Íñigo de Barrón

Caixa Ontinyent (47 oficinas y 226 empleados) se ha convertido, como la aldea gala de Astérix, en el último reducto del mundo financiero valenciano. Una región que tuvo la tercera y la cuarta caja de ahorros de España, y una entidad, el Banco de Valencia, con 111 años de historia, que fue motor industrial, contempla con resignación cómo cae su imperio financiero. En menos de dos años se ha hundido casi todo. El último ha sido el Banco de Valencia, cuyo agujero se desconoce, pero podría superar los 800 millones. La mayor parte de la factura la pagarán los ciudadanos.

El desastre se explica por la injerencia política, el dinero fácil, entidades con un pésimo gobierno corporativo y el afán por edificar en cada huerta de la región.

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La comunidad, gobernada por el PP desde 1995, va camino de perder las sedes operativas de casi todo su sistema financiero: Bancaja está subsumida en Bankia, controlada por Caja Madrid; la CAM, bajo la presidencia de Modesto Crespo, ya destituido, acabó en manos públicas y será subastada; y el Banco de Valencia, controlado por Bancaja-Bankia, está a la espera de ser reflotado por el Estado. El orgullo financiero de la región se recluirá así en Ontinyent, una localidad de casi 40.000 habitantes situada en el interior de la provincia de Valencia, a 84 kilómetros de la capital.

¿Cómo se ha podido llegar a esto en tan poco tiempo? El crecimiento desmedido de la región bajo el monocultivo de la construcción y las faraónicas obras de la Generalitat (Ciudad de las Artes y de las Ciencias, la cinematográfica Ciudad de la Luz, en Alicante y el ruinoso parque temático de Terra Mítica) han acelerado la caída. Además, las entidades valencianas se hicieron accionistas de los ruinosos proyectos de Polaris Word de Murcia, de Martinsa y de Francisco Hernando, el Pocero, en Seseña (Toledo).

La poca prudencia hizo que la CAM duplicara su negocio inmobiliario de 2003 a 2005. Bancaja tardó cuatro años, los peores del ciclo. Esta entidad, entonces y ahora presidida por José Luis Olivas, ha traspasado al Banco Financiero y de Ahorro (BFA), dirigida por Rodrigo Rato y matriz de Bankia, 20.000 naves, locales y pisos sin vender. La CAM tiene 2.300 millones en pisos y suelo. Y el Banco de Valencia presenta 3.995 millones en "activos problemáticos".

Consecuencia de este empacho, la Comunidad Valenciana es donde más ha caído el precio de la vivienda: un 77,6% desde 2007 en ciudades de más de 50.000 habitantes, según Fomento.

Consejeros de ambas entidades (de PP y PSOE) consultados para este reportaje, afirman que en estos años no llegaron advertencias del Banco de España, dirigido entonces por Jaime Caruana, valenciano. "Esta aparente permisividad del supervisor ratificaba el acierto de los directivos", recuerda Jordi Palafox, catedrático de Historia Económica de la Universidad de Valencia. Palafox, consejero de Bancaja de 1999 a 2006, dejó la entidad por discrepancias con Olivas. Antes de irse, en 2005 escribió un artículo en EL PAÍS en el que reclamó ser "escéptico" con la burbuja y "no creer que es una fórmula mágica del enriquecimiento rápido". Pidió que los gestores públicos no potenciaran "el auge inmobiliario". No tuvo éxito. Hoy, Palafox admite ser "más responsable del desastre que la gente que anda por la calle, pero menos que los que se quedaron cuando dimití".

La falta de profesionalidad se demuestra con ejemplos. Un consejero, que pide el anonimato, recuerda cómo se justificó la rentabilidad del aeropuerto de Castellón en el consejo de una de estas cajas: un directivo explicó que pronto sería una moda entre los ejecutivos trabajar en Londres y dormir en Castellón. La compra de secarrales, convenientemente recalificados, a 30 kilómetros de la costa para construir una ciudad para jubilados se apoyó porque alguien aseguró que a los noruegos les encantaba el sol, sin importarles que hiciera 40 grados y no hubiera playa.

La factura de este caos se notará en una cuantiosa pérdida de empleos. También, y lo que será peor, en el empobrecimiento de la región, afirman los historiadores económicos. Manuel Illueca, profesor de Economía de la Universidad Jaume I, cree que sin centros de decisión en la región, "se pierden las relaciones de años entre las pymes y las cajas. Muchas no tienen ni auditorías, pero han sido buenos pagadores. Ahora ¿cómo van a obtener créditos si tienen que pedirlo ante un jefe de riesgos de Madrid?". Illueca recuerda las grandes cuotas de mercado de las entidades valencianas en negocios de pymes tan importantes como el mueble, la cerámica o el textil. "La industria lo va a pasar mal", advierte.

Joaquín Maudos, también catedrático de Economía de la Universidad de Valencia, apunta que "lo importante no es tener entidades valencianas si no pueden dar crédito. Es importante la cercanía de los centros de decisión, pero la clave es que atiendan las necesidades de empresas y familias". De una forma u otra, nadie duda de que el golpe financiero recibido repercutirá en la economía de la comunidad.

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Sobre la firma

Íñigo de Barrón
Es corresponsal financiero de EL PAÍS y lleva casi dos décadas cubriendo la evolución del sistema bancario y las crisis que lo han transformado. Es autor de El hundimiento de la banca y en su cuenta de Twitter afirma que "saber de economía hace más fuertes a los ciudadanos". Antes trabajó en Expansión, Actualidad Económica, Europa Press y Deia.
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