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El ladrillo y la burbuja

Desde 1998, el precio medio de una vivienda en España ha subido un 88%, un ritmo promedio anual del 13,5%. En ese mismo periodo, los precios de consumo lo hicieron a una tasa anual del 3%. Ello supone un aumento del precio real o relativo de la vivienda del 10,5% por año. La vivienda no es sólo un bien de consumo duradero, sino un activo con el que los individuos ahorran. Por tanto, su rentabilidad real debe ser positiva. Es decir, es lógico que los precios de la vivienda suban permanentemente por encima del IPC. Pero ¿qué rentabilidad es razonable? Es difícil responder a esta pregunta. Los economistas sabemos que, a largo plazo, la rentabilidad real del ahorro tiene que ser similar al crecimiento real de la economía, que para el caso español se sitúa en torno al 2,5% (promedio para todos los activos). El dinero debe tener una rentabilidad real nula a largo plazo, la Bolsa domina a largo plazo a la vivienda y ésta tiene una rentabilidad algo superior a la de los bonos.

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Todas éstas son consideraciones de largo plazo y, aunque nos permiten ofrecer una evolución "razonable" para el precio de la vivienda, no son suficientes para afirmar si existe hoy una burbuja inmobiliaria y mucho menos para tratar de cuantificarla. En determinados periodos puede haber incrementos de demanda basados en factores "fundamentales", como el crecimiento de la población, aumentos cíclicos de la renta o disminuciones del coste de financiación, que hagan que los precios de la vivienda suban por encima de esa tasa de largo plazo, sin que ello suponga una burbuja. También puede haber escasez de oferta de vivienda que, al no poder alimentar esa demanda, se traduciría en aumentos de precios que tampoco se considerarían una burbuja.

Lo curioso de la economía española es que no sólo no ha habido una escasez constructora, sino que, coincidiendo con las fuertes subidas de precios, ha habido un boom de la oferta residencial. Hay varias formas de medirlo. Uno, con las viviendas iniciadas que, desde 1999 y con medio millón anual, ha duplicado el promedio de 1980 a 1998. Otro es el porcentaje del PIB que supone la inversión residencial, en torno al 8%, mientras que en la mayoría de los países se sitúa en el rango de 3-5%, incluyendo EE UU. Estos datos, viviendas iniciadas e inversión residencial, son datos de flujo, correspondientes a la nueva producción anual. También hay datos llamativos por el lado de los stocks. Según el censo de viviendas del INE de 2001, en España cada hogar dispone de 1,5 viviendas en promedio. Un dato espectacular, si se compara con otros países desarrollados, que se sitúa en torno a 1,1. En provincias como Girona, Tarragona, Castellón o Alicante se acerca a dos viviendas por cada hogar. Y, como dato curioso, en Ávila hay más viviendas que personas. Todos estos datos invitan a pensar que en España no hay una insuficiencia constructora. Por el contrario, los economistas empiezan a manifestar inquietud, dado que les gustaría ver una mayor inversión en capital físico y tecnológico, del que depende nuestra generación de rentas del futuro. La baja productividad de la economía española es reflejo de esta escasez de capital productivo. Mucho ladrillo, poco chip y tornillo.

El lector se preguntará con razón, ¿cómo es posible que los precios hayan subido tanto en España si ha habido este boom de oferta inmobiliaria? La clave está en un crecimiento descomunal de la demanda, que incluso ha desbordado el aumento de la oferta. En un artículo reciente (Balmaseda, San Martín y Sebastián, Una aproximación cuantitativa a la burbuja inmobiliaria, Situación Inmobiliaria, 2002) estimábamos que en los últimos cuatro años sólo una cuarta parte de la subida del precio relativo de la vivienda se ha debido a los factores fundamentales señalados anteriormente. El resto habría que achacarlo tanto al "efecto euro" (el gasto en consumo y en vivienda de los billetes atesorados, en lugar de canjearlos por euros) como a la burbuja, entendida ésta como el aumento de la demanda debido a la propia expectativa de aumento de precios, un proceso de expectativas self-fulfilling que suele desembocar en una espiral de precios insostenible. Terminado el "efecto euro", el crecimiento del precio relativo de la vivienda debería haber sido nulo. Por tanto, la subida de precios del primer trimestre de 2003 cabe calificarla de burbuja pura.

¿Qué tiene de malo que suban los precios de la vivienda? En principio parece que nada, pues se trata de un aumento de la riqueza generalizado, dado que un 85% de la vivienda en España es en propiedad. Pero hay dos objeciones. La primera, que los precios pueden caer en algún momento del futuro, provocando un "efecto riqueza" negativo. La expectativa de dicha caída podría provocar una venta de viviendas, alimentando la espiral contraria. La segunda es que el endeudamiento hipotecario ha alcanzado tal nivel que una caída de dichos precios podría afectar negativamente a la estabilidad del sistema financiero.

¿Qué se puede hacer frente a este fenómeno en un país en el que parece que ya hay exceso de ladrillo y no se puede prometer más construcción masiva? Lo primero, hablar de ello. Mencionar la burbuja puede frenar las expectativas de revalorización y, con ellas, la demanda. En España, el Gobierno ha mostrado irritación al oír hablar de la burbuja inmobiliaria, un tic antidemocrático que recuerda al del Gobierno chino, que de entrada negó el SARS y sólo pudo empezar a atajarlo con su reconocimiento público. En segundo lugar, evitar estímulos adicionales a la demanda como "las ayudas a la compra de vivienda", frecuentes en las campañas electorales. En tercero, estimular la oferta de alquiler, que sustituya el posible aumento de oferta en propiedad. Ello sujetaría los precios, aunque probablemente no evitaría una caída de los mismos en términos reales.

En las últimas semanas el Banco de España ha empezado a hablar valientemente del tema. Habla de sobrevaloración en vez de burbuja. Pero ¿entiende alguien la diferencia entre ambos conceptos? ¿Importa esa diferencia?

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