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Reportaje:

Cantera de científicos

Los alumnos del Instituto Baldiri Guilera de El Prat de Llobregat copan numerosos premios por trabajos de investigación

Es la hora del recreo. Un puñado de alumnos se afana en el laboratorio de ciencias, trasteando entre ordenadores, sensores electrónicos y herramientas de bricolaje. Unos construyen una maqueta alada; otros estudian las plantas desalinizadoras, alentados porque en la población se construirá una de gran tamaño. Se han consagrado tanto a su trabajo de investigación, obligatorio en segundo de bachillerato en Cataluña, que hasta renuncian al patio. Lo hacen por placer y curiosidad, engullidos por el gusanillo de los descubrimientos científicos.

Un sismógrafo construido por varios alumnos capta seísmos de todo el mundo

El escenario es el Instituto de Enseñanza Secundaria Baldiri Guilera de El Prat de Llobregat, un municipio del cinturón barcelonés. Pupitres y pizarras son testigos de una intensa actividad científica que trasciende las aulas: una estación meteorológica, un ecosistema que reproduce el delta del río Llobregat, un huerto y un invernadero automatizado con sensores comparten el patio. De puertas adentro, destacan un órgano colgado en una pared o una estación sismográfica, también obra de alumnos. Tal concentración de saber no es fruto del azar. Emilio Llorente, profesor de Física, es uno de los responsables de estimular el amor por el conocimiento. Dos décadas inculcando entre sus pupilos el amor por la ciencia. Un esfuerzo recompensado: desde 1988, han cosechado más de 35 premios nacionales y autonómicos por sus trabajos científicos y por la labor docente. El primer reconocimiento llegó de la Comisión Interdepartamental de Investigación e Innovación Tecnológica (CIRIT) de la Generalitat, que fomenta el espíritu científico de los jóvenes: unos alumnos midieron la distancia a la Luna tomando fotos desde dos lugares de la Tierra alejados.

Promover la ciencia es ahora más fácil. Al principio, rememora Emilio Llorente, "recurríamos al horario extraescolar, por las tardes, para que los estudiantes, ilusionados, hicieran pequeños trabajos de investigación". Han abordado múltiples campos, "muchos desconocidos para mí o que no dominaba", reconoce: desde la contaminación acústica, al efecto del electromagnetismo sobre los seres vivos, el rozamiento de las zapatillas deportivas o los secretos de la guitarra. "El alumno es el protagonista, investiga, mientras que en las clases convencionales es el receptor". El profesor ayuda y orienta "y a menudo aprende con el alumno".

Educadores y alumnos escogen los temas mano a mano. Muchos tratan problemas actuales como la falta de agua: Rocío Carrasco y David Alcalde, ambos de 16 años, y Alba Cuadrado, de 17 años, estudian el funcionamiento de una planta desalinizadora. "Me llamó la atención que hubiera poca agua potable y mucha agua de mar, y queremos comprobar cómo funciona una planta a través de la ósmosis inversa", dice Rocío.

Pocos centros educativos pueden presumir de sismógrafo propio. El de El Prat lo construyeron los adolescentes Antonio Aguayo, Javier Carrasco y Álvaro Corchero. Bautizado como Ecos de la tierra, el trabajo fue premiado en el Certamen de Jóvenes Investigadores 2006 del Injuve. El aparato capta seísmos de todo el mundo y formar parte de la red sismográfica de Cataluña como infraestructura educativa, accesible en la página http://sismic.am.ub.es o la del propio instituto www.baldiri.org.

Estos chavales científicos sudan tinta: tras la investigación, deben redactar una memoria exhaustiva y coherente de unas 60 páginas; luego viene una exposición pública, a menudo con ordenadores, ante profesores y compañeros. ¿Hay muchos empollones? "A menudo, los trabajos premiados no corresponden a alumnos académicamente excelentes", comenta el profesor. También influyen factores "como la ilusión, la capacidad de trabajo, la motivación y el ambiente de grupo, ven cómo avanzan juntos: eso es educación".

En el laboratorio de física, los profesores Emilio Llorente y Valentí Ferrer llegan a reunir algunas tardes más de 20 jóvenes. Algunos son de secundaria y se apuntaron voluntariamente hace cinco años, fueron premiados y desde entonces "se animaron tanto que vienen a la hora del recreo todos los días". Uno de estos grupos construyó el sismógrafo y otro estudió el efecto del campo magnético sobre las hormigas. Hace un par de meses, ya universitarios, los creadores del sismógrafo volvieron por el Instituto porque querían completar la estación sismográfica con un segundo equipo. "¡Pero si tenéis que estudiar!", les dijo el profesor. "Tenemos tiempo libre estos días", le contestaron. "Han quedado enganchados", concluye Llorente.

Alumnos del instituto Baldiri Guilera de El Prat de Llobregat, con su profesor Emilio Llorente.
Alumnos del instituto Baldiri Guilera de El Prat de Llobregat, con su profesor Emilio Llorente.MARCEL·LÍ SÁEZ

¿Cómo vuelan las aves?

Laura Siles, Ramón Muñoz e Irene Rodríguez, de 17 años, construyen una maqueta de alas mecánicas de pájaro. Es su primera experiencia científica y "buscamos explicaciones desde el aspecto biológico, técnico y físico del vuelo", dice Laura. "La gente mira los pájaros", dice, "pero no se fija en cómo vuelan". Se han documentado, diseccionado una codorniz para observar cómo su organismo está adaptado al vuelo, rastreado en Internet imágenes y también grabado el vuelo de pájaros en el Cim d'Àligues, un centro que estudia y cría aves rapaces en Sant Feliu de Codines, en Barcelona.

¿Qué harán luego? Los tres aspiran a ser biólogos, sobre todo para investigar en la naturaleza.

Vocacionales

Jorge de Arriba, de 23 años, acabó hace cinco el instituto. Su amor por la ingeniería aeronáutica le llevó a construir entonces un túnel de viento para probar alas. Ha acabado estudiando Telecomunicaciones, "que también me gustan" por no trasladarse a Madrid. Sara de Arriba estudió con otras compañeras cómo afectaban los campos electromagnéticos a las hormigas, trabajo premiado por el CSIC. Ahora, con 18 años, estudia Ingeniería Química y tiene como objetivo investigar, "aunque sé que es difícil". Javier Carrasco fue prolífico: estudió el reloj de Sol, cómo afecta el agua imantada al crecimiento de las plantas y al final acabó construyendo el sismógrafo. Con 18 años, ahora estudia Ingeniería Informática.

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