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Escuelas perdidas en el tiempo

La falta de formación y de planificación, principal problema de los centros rurales

El colegio público de Pastrana, pedanía de Mazarrón (Murcia) de 646 habitantes, es distinto. Sólo tiene 13 alumnos; dos españoles y 11 marroquíes, de los que cuatro no hablan castellano. Sus dos viejas aulas no se parecen a las de un centro educativo de infantil y primaria corriente. Sí a las de un centro prehistórico en el que conviven niños de cuatro a 14 años. El edificio de la escuela, hasta hace poco la casa de la maestra, es una construcción de dos plantas antigua y mal acondicionada que convive junto a una ermita y un bar de carretera. Su situación geográfica coincide con la premisa inmobiliaria de la zona: el aislamiento.

Agrupados en más de 1.000 centros, cerca de 100.000 alumnos estudian en escuelas rurales en España, según Roser Boix, vicedecana de la facultad de Formación del Profesorado de Barcelona y maestra rural. Boix señala tres grandes problemas: "Primero, la falta de planificación institucional. La mayoría de comunidades andan muy despistadas respecto a las virtudes de estos colegios. La segunda traba es la falta de formación inicial y permanente en las facultades de Educación. Sólo algunas, como las de Granada, Teruel, Oviedo y las catalanas, entre otras, le dedican atención en sus planes docentes a este tipo de escuelas. El tercer inconveniente es el aislamiento al que se ven sometidos algunos niños y maestros".

El apoyo que reciben los colegios varía en función de cada comunidad

Al frente de la escuela de Pastrana, uno de los siete microcolegios rurales o centros unitarios que sobreviven en la comarca del Bajo Guadalentín, están dos profesores muy jóvenes. La directora, administrativa, educadora y por fin maestra de infantil se llama Ana Adela Córdoba. Tiene 24 años, bastante garbo y una paciencia infinita. Ella se encarga de los más pequeños, cinco críos de cuatro a seis años. Con los mayores está Jesús Sánchez, de 30 años. Ambos están al mando del centro desde septiembre. Su situación es la de interinidad. Se marcharán y serán sustituidos.

La profesora Boix cree que estas rotaciones afectan al ritmo formativo de los niños y a los proyectos educativos. "Es necesario que el trabajo del maestro tenga recorrido. El profesor debe sentirse implicado. Si no es así, se debe marchar. Lo ideal es que exista cierta continuidad, porque si se cambia al maestro año tras año se rompe la cadena entre éste y sus alumnos".

A las diez de la mañana todo está en pausa en el aula principal de Pastrana. Apretados en una mesa tan larga como estrecha, 13 niños se aplican en sus tareas. Unos aprenden a leer. Otros, a escribir. Y algunos, a hablar. Abdelkak tiene seis años y apenas entiende el castellano. Abdala, de la misma edad, traduce para él. Para Boix, esa diversidad es una de las grandes virtudes de la escuela rural: "La existencia de alumnos de distintas edades y nacionalidades en la misma aula es un factor enriquecedor. Niños que avanzan conocimientos y otros que los refuerzan ayudando a aprender a sus compañeros. Si los pueden explicar es porque los han entendido. Esto es algo que choca con el modelo tradicional de muchas escuelas urbanas, demasiado apoyado en el libro de texto y en la capacidad memorística. La barrera del idioma tampoco debe ser un inconveniente; es más sencillo aprender una lengua nueva para un niño que para un adulto".

Los únicos alumnos españoles en la escuela de Pastrana son Dani y Álvaro, ambos de seis años. Su presencia en este colegio sorprende a Ana: "Sus padres prefieren traerlos a esta escuela porque trabajan cerca. Pero no es recomendable. Aquí son presa segura de los lastres que arrastran sus compañeros". Unos compañeros que van más o menos a clase en función de la productividad tomatera de la zona.

A las doce de la mañana, la clase se parte en tres: Álvaro y Dani tienen clase de religión, los pequeños intentan leer un cuento con Ana, y el resto estudia matemáticas en el aula de arriba con Jesús. Hasnae, de 12 años, tiene con los números una capacidad de comprensión "precoz". Pero arrastra un gran problema. No lleva en España ni seis meses y todavía no habla español. "Pero sí que lee, aunque no entienda lo que lee", explica Jesús. Para que asimilen los conceptos, sus profesores acompañan la lectura con gestos, dibujos y bailes. Bailes que visten a las niñas de preadolescentes occidentales unos minutos. Pequeñas que hablan entre sí en árabe, y de una timidez absoluta, desmelenadas con los ritmos de Don't stop the music de Rhiana impuestos por su profesora rubia, joven y occidental. "Lograr que me prestasen atención ha sido toda una odisea. Están educadas para no hablar con hombres ajenos a su familia", dice Jesús. Con Fátima, la hermana de Abdala, necesitó más de un mes para que confiara en él. Fátima tiene 14 años y debería estar en el instituto. La profesora que impartía clase en Pastrana el curso pasado decidió que repitiera el curso. "Si la hubieran mandado al instituto hubiera fracasado", dice Ana, "cualquiera de los niños que tenemos aquí es prácticamente imposible que complete su proceso formativo".

Boix, cofundadora del Observatorio de Educación Rural, discrepa e insiste en las profundas diferencias que existen en cuanto a la planificación de la escuela rural entre las autonomías. "En Cataluña, Andalucía y Aragón se mima mucho a la escuela rural. De las escuelas rurales catalanas, los alumnos salen perfectamente formados para iniciar la secundaria. No existe un problema de falta de conocimiento, sino de cambios estructurales". El caso catalán es curioso, porque, según Boix, desde el Departament d'Educació se valora mucho el modelo rural, pero en Galicia, por ejemplo, los niños sólo permanecen en ellos hasta segundo de primaria. En el País Vasco el problema es distinto: "Se dedica mucho dinero a estos centros, pero no existe una idea común para su gestión". En opinión de Boix, la supervivencia y el desarrollo de la escuela rural deben tener como objetivos fundamentales evitar el desarraigo cultural y el desequilibrio sociocultural de los niños con su entorno.

A las dos de la tarde, los 13 niños de este centro disfrutan del último rato de recreo. Se organiza un partido de fútbol. Niños contra niñas. Maestro contra maestra. Entre gritos y carreras, los primeros padres hacen acto de presencia. Agazapados tras las verjas deshilachadas observan la escena. Ana intenta romper el hielo sin mucho éxito. En Pastrana se habla más con la mirada que con la boca. Veinte minutos después todo ha terminado. El colegio rural de Pastrana cierra sus puertas. Dentro se queda Ana ejerciendo de directora, contable y administrativa de esta escuela que parece haberse perdido en el tiempo.

Los dos profesores de la escuela rural de Pastrana, Ana Adela Córdoba y Jesús Sánchez, y sus alumnos.
Los dos profesores de la escuela rural de Pastrana, Ana Adela Córdoba y Jesús Sánchez, y sus alumnos.C. G.

Nuevas tecnologías

En un momento en que se anuncia un plan para digitalizar el sistema educativo, el profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona Pere Marqués insiste en que estas herramientas, sobre todo Internet, son especialmente importantes en la escuela rural. Precisamente, el último informe anual del Consejo Escolar del Estado insta a las administraciones a facilitar a los alumnos de "zonas rurales el acceso y aprendizaje a las nuevas tecnologías en la enseñanza como una medida, entre otras, para compensar la situación peculiar de aislamiento cultural" y "la falta de medios".

No obstante, según Marqués, las comunidades autónomas, en general, han hecho un esfuerzo en los últimos años para llevar la Red a estos colegios, algo que muchas veces implica serias dificultades técnicas.

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