_
_
_
_
_
Reportaje:

¿Cuántos años tienes? "15 u ocho... no me acuerdo"

El colegio concertado Leo Kanner es uno de los 20 centros específicos para niños con autismo que existen en España

En el colegio Leo Kanner todo lo que se ve tiene un cartelito, con una palabra y un dibujo del objeto, para identificar de qué se trata. Delante del equipo de música hay un nota que indica que es un equipo de música. Lo mismo ocurre con la caja de juguetes: hay un cartelito pegado donde aparece la palabra juguete y un dibujo de un juguete. Con la pizarra, igual. Una pizarra donde pone la palabra pizarra y el dibujo de una pizarra. Y así, con todo.

El hecho de que la realidad en este colegio esté tan representada tiene una razón de ser: los niños con autismo suelen ser buenos aprendices visuales y se ubican mejor en la realidad con un pictograma delante. El director de este colegio, Juan Martos, lo explica así: "Se parte de ideas como que un niño con autismo precisa de anticipar y de predecir y que entiende mejor la información que les llega de forma visual".

Más información
"Se pasaba el tiempo solo, mirando por la ventana"

El Leo Kanner es uno de los 20 colegios específicos para niños con autismo que existe en España. Las familias de los 28 alumnos que asisten a este centro son socios de la asociación de autismo APNA. Es un colegio concertado que escolariza a niños de entre 3 a 21 años, aunque el nivel no supera el de un colegio de primaria. En cada clase no hay más de cinco estudiantes.

Allí, todas las mañanas se repite la misma escena: la profesora, antes de empezar cualquier actividad, trata de situar a sus alumnos en el día en el que están. A los más competentes, lo hace con un calendario, y a los menos, con un código visual asociado. Por ejemplo, el lunes se identifica con un cuadrado rojo, y el martes, con una estrella amarilla. También les cuenta, a través de dibujos, qué comerán o qué tiempo hace. Elabora una agenda, consensuada con sus alumnos, con las actividades que harán en el día, porque los niños con autismo no llevan nada bien las sorpresas. "Hoy vamos a trabajar con la carpeta de lectura. Después tocará dibujar; y después, el bocadillo; y después, el recreo, y después cantar". Y todo lo va dibujando el profesor en un cuaderno o en la pizarra mediante viñetas, como si fuese un cómic.Una vez terminada una actividad concreta, tachan la viñeta correspondiente. En cada explicación, la profesora se dirige individualmente a cada uno de sus alumnos y se señala los ojos con dos dedos para que el chico le mire y le preste atención.

En una de las aulas, cuatro alumnos de entre 8 y 11 años, que saben hablar un poco, están sentados en sillas en las que pone su nombre en el respaldo, acompañado de su fotografía. "Ahora vamos a cantar y bailar", avisa uno a uno la profesora. "La canción que vamos a cantar es nueva, así que supongo que estaremos más despistados que de costumbre". Y despistados sí que parecen, porque mientras uno canturrea en voz baja otro no hace más que levantarse e intentar marcharse de la habitación. Pero la profesora sutilmente consigue poner orden y empiezan una y otra vez a entonar: "Hola Javi, hola Javi ¿Cómo estás? ¿Cómo estás? Yo muy bien y gracias, yo muy bien y gracias. Vamos a cantar, vamos a cantar". Dentro del despiste generalizado, parece que se lo están pasando en grande.

En otra de las aulas, los alumnos tienen entre cinco y ocho años y no hablan nada. Con una maraca en la mano, la profesora explica a sus alumnos que ese día toca aprender los conceptos "despacio" y "deprisa". Usa para ello las maracas: cuando les cuenta qué significa "despacio" las mueve lentamente, y cuando les explica qué es "deprisa", rápidamente. "No les gusta mucho esto porque es nuevo y no se sienten competentes para hacerlo", advierte la docente. Los niños con autismo tienen dificultades para generalizar los conceptos. Una buena técnica es darles muchas oportunidades para que pongan en prácticas sus habilidades en situaciones reales. Por ejemplo, tiene que utilizar dinero real para enseñarles su manejo. O llevarles a lugares públicos para que sepan cómo comportarse en estos sitios.

Los padres suelen ser los que ven que algo le pasa a su hijo; sin embargo, muchas veces es el propio maestro el que da la voz de alerta. "Se dan cuenta cuando ven que a un alumno le falta conexión con el medio, es demasiado inquieto o le falta desarrollo en el lenguaje o en las relaciones sociales", explica la directora del equipo específico de Trastorno General del Desarrollo y Autismo de la Comunidad de Madrid, Juana Hernández.

Cada uno a su aire

En el recreo del Leo Kanner cada uno va a su aire. Es una escena sin orden aparente. Uno se columpia, otro se detiene a mirarse la tripa, otro golpea reiteradamente un martillo de plástico mientras repite palabras sin sentido. ¿Cuántos años tienes? "Um... 15 u ocho.... no me acuerdo. Pero sé que es una cifra muy alta", dice uno de ellos mientras trata de tirarse por el tobogán. "Llevas gafas azules y un collar naranja", señala otro de los chicos y, enseguida aparta la vista a otro lado como si no le interesase más la conversación. Las profesoras tratan de que los chavales jueguen al corro de la patata. Pero los niños están como idos. Es muy difícil que se miren entre ellos. Aun así, a veces parece que bajan a la tierra y sonríen de oreja a oreja.

Ya en clase, en una de las paredes está pegada la agenda de una de las alumnas. En la última viñeta de la agenda aparece la foto de un hombre. ¿Y éste quién es? "Su padre, la persona que hoy toca que venga a recogerla. También esto hay que recordárselo", aclara la profesora.

Una formación permanente

El principal problema con el que se enfrentan los padres con un hijo con autismo es cuando estos chicos terminan la etapa escolar, señala el presidente de la Confederación Autismo-España, Cándido Velázquez-Gaztelu. "Los adultos con autismo tienen unas necesidades educativas especiales que han de ser tenidas en cuenta. Necesitan una formación permanente para que lo que han aprendido en la infancia y adolescencia no se pierda", señala el presidente de esta confederación que reúne a unas 50 asociaciones de autismo. La otra federación, FESPAU, integra a 16 asociaciones.

Una de las mejores terapias para estos adultos es el trabajo. "En muchos centros para autistas hay viveros, lavanderías, talleres de cuero. Incluso, algunos trabajan en supermercados colocando cajas bajo la supervisión de un monitor", explica Velázquez- Gaztelu que pide que es "fundamental" que se garanticen los derechos básicos de todas las personas minusválidas.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_