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Los 100 días del general de los espías

Presentan su dimisión los dos directivos más próximos al anterior director - La depuración de los 'amotinados' contra Alberto Saiz sigue pendiente

Miguel González

A su regreso de Estados Unidos, la semana pasada, el general Félix Sanz Roldán se topó con la primera crisis desde que en julio pasado asumió la dirección del Centro Nacional de Inteligencia (CNI): el secuestro del atunero vasco Alakrana. La situación no le resultaba ajena: en abril de 2008 ya vivió la captura del Playa de Bakio por piratas somalíes. Aunque su perspectiva era distinta en esa época: la que correspondía al jefe del Estado Mayor de la Defensa. Y, como tal, tuvo sus más y sus menos con el entonces director del servicio secreto, Alberto Saiz, quien pretendía que la fragata enviada por Sanz esperase en Yibuti a los agentes del CNI que llevaban el dinero del rescate. No pudo ser y hubo que montar un rocambolesco operativo con escala en Mogadiscio. Las vueltas que da la vida.

Los responsables de Inteligencia y Operaciones han pedido el relevo
Un diplomático y un militar para el gabinete son los únicos cambios
Sanz explicará a puerta cerrada en el Congreso los cambios en el CNI
El centro no ha logrado que Cuba permita volver a sus agentes

Desde que asumió su cargo, hoy hace 100 días, Sanz no ha vuelto a ponerse el uniforme. Sin embargo, todo el mundo en La Casa le llama El general. Hace una década había más de un general en la cúpula del servicio de inteligencia, pero desaparecieron con el nombramiento en 2000 del primer director civil: el diplomático Jorge Dezcallar, actual embajador en Washington.

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El desembarco de Sanz en el CNI pareció una operación propia de la Unidad Militar de Emergencias (UME), creada por él. Su antecesor arrojó la toalla a los tres meses de haber sido ratificado en el cargo, tras la campaña de hostigamiento de un periódico, alimentada desde el interior del servicio secreto. Se entendió, por eso, que Sanz llegaba con el encargo de restaurar la disciplina y depurar a los amotinados. "El nuevo director tomará las medidas oportunas", anunció en esas fechas la vicepresidenta Fernández De la Vega.

Si es así, Sanz se lo ha tomado con calma. Sus más próximos aseguran que dedica mucho tiempo a estudiar y ponerse al día sobre los entresijos de una casa que ni los más veteranos conocen en su totalidad. Hasta ahora, los únicos cambios que ha introducido han consistido en incorporar al frente de su gabinete a un diplomático y un militar a los que tuvo a sus órdenes en los meses que pasó en La Moncloa como responsable de preparar la presidencia española de la UE en materia de defensa y seguridad. A ellos se ha sumado ahora un experto en comunicación del círculo de confianza de la ministra Carme Chacón.

Aunque su nombramiento cogió a la ministra fuera de España, lo primero que hizo Sanz tras asumir el mando de los espías fue acudir al despacho de Chacón y escenificar que el distanciamiento entre el CNI y el Ministerio de Defensa, que se produjo en los últimos años de Saiz, se daba por terminado.

Pero en una maquinaria como la del servicio secreto, que funciona las 24 horas del día, cuando no pasa nada es que algo está cambiando. La secretaria general, Elena Sánchez, sigue en el puesto, aunque muchos consideraron que había pecado de deslealtad por trasladar a Chacón las quejas contra Saiz sin informar al afectado.

Y quien permanece en su puesto se refuerza. La actual estructura del CNI permite entender que la secretaria general es la número dos del centro. O sólo la jefa de personal y administración. Depende de la confianza que le otorgue el número uno.

Por el contrario, los directivos más próximos al anterior director están en desbandada. Tanto la directora de Inteligencia como el director de Operaciones han presentado su dimisión, a la espera de que Sanz decida su relevo. La primera fue la apuesta de Saiz, tras el fiasco que supuso el nombramiento y cese de Cassinello en sólo cuatro meses. El segundo ha sido, para sus adversarios, el hombre fuerte del centro desde 2006.

Así que la depuración sí se estaría produciendo, aunque en sentido contrario al esperado: los perdedores no serían quienes tumbaron al anterior director sino los que lo respaldaron. No habría expedientes, pero sí renuncias voluntarias.

Aun falta que el nuevo director juegue sus cartas. Transcurridos tres meses, el tiempo se agota. La Comisión de Fondos Reservados del Congreso ha aceptado sendas peticiones de IU y PP para que éste explique, en sesión secreta, "la situación interna y la reorganización" del CNI. La comparecencia se producirá, previsiblemente, a final de mes. Y Sanz acudirá, a buen seguro, con los deberes hechos.

Más allá de los cambios de personas, el director del centro de inteligencia se propone modificar y completar su entramado normativo. Empezando por el organigrama, que tantos quebraderos de cabeza ha dado. Procedente de las Fuerzas Armadas, donde hizo toda su carrera, Sanz ha contado siempre con un Estado Mayor -es decir, un órgano de asesoramiento del mando- y no sería extraño que quisiera copiar ese esquema.

Además, se ha mostrado partidario de acabar con la discrecionalidad en la atribución de cargos y destinos, aprobando una plantilla de puestos y vacantes y desarrollando una auténtica carrera de espía. La ventaja es que se evitarían ascensos tan fulgurantes como la posterior caída en desgracia. El inconveniente es el riesgo de burocratizar y anquilosar el servicio secreto.

Aunque legalmente el mandato de Sanz es de un lustro, su plan sólo abarca hasta 2012. Da por sentada su sustitución tras las próximas elecciones, cuando ya habrá cumplido 67 años.

Entretanto, el reto es mantener la eficacia. Resulta paradójico que, mientras dejaba caer a su director, el Gobierno reconociera en julio que el CNI jugaba un papel determinante, sobre todo en la lucha contra ETA.

No siempre fue así. Aznar presumía de haber consensuado con el PSOE el nombre del director del centro, pero no le hacía el menor caso, como demostró al desoír los informes que negaban la existencia de armas de destrucción masiva en Irak.

Algunos responsables políticos se conforman con que el CNI no esté en los periódicos, aunque resulte inoperante. Un objetivo inútil -pues la única forma segura de lograrlo es disolverlo- y, sobre todo, caro: aunque su presupuesto se recortará un 5,4% el año próximo, aún dispondrá de 241,37 millones de euros; incluidos 17,8 de gastos reservados.

Además de Somalia o Afganistán, Sanz tendrá que ocuparse con urgencia de otros escenarios, como Cuba, donde el CNI está ausente desde que la pasada primavera tuvo que retirar a sus agentes después de que se les vinculara con el confuso compló que provocó la caída en desgracia de Carlos Lage y Felipe Pérez Roque, hasta entonces dos pesos pesados del régimen. La falta de presencia en Cuba, en un momento de cambio interno y en su relación con EE UU, supone un grave déficit para el servicio español de inteligencia. La visita que este mes hará a La Habana el ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, debería servir para remediarlo.

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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