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El plan social de Lula entra en campaña

El Gobierno brasileño esgrime su programa contra la pobreza con vistas a las elecciones de 2010 - Los críticos dicen que es un parche para comprar votos

Falta más de un año para las elecciones en Brasil, pero no hay un minuto que perder. Será una lucha reñida entre el Partido de los Trabajadores (PT) del presidente Luiz Inácio Lula da Silva y la socialdemocracia que encabeza el gobernador del poderoso Estado de São Paulo, José Serra. La campaña ya empezó con Lula intentando zafarse de un escándalo de corrupción que involucra a un aliado político clave, el presidente del Senado, José Sarney, y apuntalando a la candidata para sucederle, la ministra Dilma Rousseff, que lucha en estos momentos contra el cáncer.

Una de las mejores armas que Lula tiene para contrarrestar todos sus males es el reconocido programa Bolsa Familia. El plan, similar al aplicado en México y alabado internacionalmente, le ha permitido a Lula ser aclamado como el líder mejor valorado de la más reciente democracia brasileña. Lula planea irse en 2010 habiendo contribuido a que los pobres brasileños sean menos pobres y a que la clase media en este país de dimensiones continentales supere el 50% de la población.

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El programa Bolsa Familia es el eje de una compleja arquitectura de mecanismos de asistencia a los estratos más desfavorecidos que ha ayudado a aliviar la pobreza de 11,4 millones de hogares a lo largo y ancho de la geografía brasileña. Uno de los lugares donde más se han notado los efectos del plan ha sido el norteño Estado de Ceará, uno de los más pobres.

En la localidad de Maracanaú, un municipio de 200.000 habitantes ubicado en la periferia de Fortaleza, la capital de Ceará, el Gobierno acaba de aumentar un 9,67% los recursos destinados este año a la Bolsa Familia, es decir, 1.430 millones de reales (550 millones de euros). La noticia llegó como el maná. Allí, en Maracanaú, el incremento de la Bolsa Familia supondrá a partir del mes que viene un pago mensual medio de 95 reales (36,5 euros) para cada uno de los 18.400 hogares con derecho a la ayuda. Dependiendo del número de hijos y del nivel de ingresos de la familia, la cantidad oscilará entre 86 y 200 reales mensuales (26 y 77 euros). Con estas cantidades, muchas familias de esta localidad hacen malabarismos para sufragar los gastos básicos, como una precaria cesta de la compra, la factura de la luz o la bombona del gas.

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Los críticos de la Bolsa Familia esgrimen que el programa es un parche temporal para un problema de muy difícil solución, que dando dinero a fondo perdido a personas iletradas difícilmente se labra el desarrollo social de un país. Algunos afirman incluso que es una forma descarada de comprar voluntades y votos de cara a las elecciones. El Gobierno replica que el desembolso de estas ayudas a las familias sin recursos está sujeto a dos condiciones innegociables: primero, los hijos menores de 18 años están obligados a ir a la escuela. En segundo lugar, los padres tienen que cumplir a rajatabla con la cartilla de vacunación de sus hijos y acudir al médico para controlar el buen curso de los embarazos. El incumplimiento de alguna de estas dos condiciones supone la retirada inmediata de la ayuda.

"Parece algo simple, pero no lo es en absoluto", explica el secretario brasileño de Seguridad Alimentaria, Crispim Moreira, "porque de esta manera estamos garantizando que las próximas generaciones estén preparadas para afrontar la vida y el mercado de trabajo con más herramientas que sus padres. Es una lucha a largo plazo, sería ilusorio pensar que se puede acabar con tanta pobreza de la noche a la mañana".

Moreira se refiere al caso, por ejemplo, de Antonia Pereira da Silva, 39 años, separada y madre de siete hijos. La casa de Antonia, que forma parte de una ex leprosería, es una especie de barracón insalubre donde vive hacinada toda la familia. Antonia está enferma desde hace años y no puede trabajar. Hoy recibe 122 reales mensuales (47 euros) para alimentar a toda la familia. Con este exiguo presupuesto y algún dinero que trae a casa uno de sus hijos logra poner cada día sobre el fuego de leña una precaria cacerola en la que hoy hierven frijoles, arroz y algunas verduras. "Aunque usted no lo crea, alcanza para todos. Parece un milagro, pero alcanza", dice Antonia.

En el caso de Antonia, la cacerola de frijoles y arroz es lo de menos, es sólo una parte visible del impacto que tiene en su vida el programa Bolsa Familia. A partir de aquí se produce un efecto dominó, porque esta mujer supervisa que todos sus hijos vayan a la escuela, donde también tienen comida, desayuno y merienda gratis. Los productos agrícolas servidos en estos comedores comunitarios salen de las huertas de pequeños agricultores de la región que ahora logran vender sus cosechas a la Administración de Maracanaú. De esta manera, también se pretende atacar el problema del campo, enquistado en Brasil.

La cuadratura del círculo, explica el Gobierno, se cierra con una amplia red de centros de asistencia social y con los centros de formación para adultos beneficiarios de la Bolsa Familia. De estas escuelas salen los electricistas y los obreros que tienen garantizado un trabajo en las obras públicas del Programa de Aceleración Económica de Lula. En Maracanaú, repiten como un mantra los funcionarios del Ministerio de Desarrollo Social, la pobreza sigue sin ser bonita, pero, en cierta forma, ahora es más digna.

Tres niños, ante la puerta de la chabola en que viven, en una favela de São Paulo.
Tres niños, ante la puerta de la chabola en que viven, en una favela de São Paulo.AP

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