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La última incógnita

Una nueva etapa de polarización presionará a Merkel para que abandone su indefinición política

Lluís Bassets

Las elecciones alemanas tienen la virtud de la claridad. Hay cuatro vencedores y un perdedor. Sin hablar de Angela Merkel, cuya victoria está por encima incluso de los resultados de su partido. No hay lugar para maquillajes ni cabe esconderse en comparaciones fraudulentas. Nada parecido al espectáculo hispánico en el que todos salen ganando. El último nubarrón para un resultado claro, los malditos escaños suplementarios que el Tribunal Constitucional ha ordenado suprimir, no han jugado papel alguno en la configuración de una mayoría suficiente. Sin contar estos mandatos electorales de regalo, CDU, CSU y FDP cuentan con 308 escaños, más de la mitad de los 598 que conforman el número mínimo de escaños del Bundestag. Si se cuentan, como debe ser el caso, la mayoría tiene el holgado margen de 332 escaños sobre el total de 622 que componen el nuevo hemiciclo.

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Todas las incógnitas han quedado pues despejadas. ¿Todas? No. Hay una, la mayor de todas, que no han resuelto las elecciones y que quizás no lo hará ni el contrato de coalición ni la acción de Gobierno. ¿Sabrán al fin los alemanes quién es Angela Merkel? ¿Saldrá finalmente la agenda oculta de una dama de hierro que emulará las andanzas de Margaret Thatcher? ¿O seguirá siendo la canciller desconocida, emplazada siempre en el centro y perfectamente adaptada a las circunstancias cambiantes?

Hay fuerzas poderosas que obligarán a la canciller a definirse. El contrato de coalición, por supuesto. También una cierta tendencia a la polarización que sucederá sin duda a una etapa de amplios consensos. El SPD se verá empujado hacia la izquierda y cada segmento a derecha e izquierda tenderá a cerrar filas exclusivamente en su zona. Pero también hay otras fuerzas de signo contrario que amarrarán a la nueva coalición en el centro. Es el caso del enorme déficit público, que apenas deja márgenes para recortar impuestos como han prometido los liberales del FDP y los socialcristianos bávaros de la CSU. O la propia coherencia política de la canciller, que querrá defender su trayectoria y evitar un brusco quiebro liberal después del positivo balance de sus últimos cuatro años de Gobierno centrista y moderado.

Es de sospechar que Merkel intentará hacer con los liberales lo mismo que ha hecho con los socialdemócratas: utilizarlos para legitimar unas políticas que desmienten sus correspondientes idearios. Los socialdemócratas fueron el instrumento para descrestar ventajas sociales; y los liberales pueden serlo para enfrentarse a la crisis sin destruir el Estado social alemán. No será coser y cantar. Ni es seguro que lo consiga. Westerwelle no le hará la vida fácil, pero peor hubiera sido para ella una segunda parte de la Gran Coalición.

En la noche electoral Merkel ya señaló que había conseguido el objetivo propuesto. No era gobernar más a la derecha. Ni siquiera gobernar con ésta u otra fuerza. Era la estabilidad, que el SPD ya no le podía ofrecer. Lo más probable es que Merkel huya de las fuerzas polarizadoras que la empujarán a definirse. Las tendrá dentro, en la CDU y todavía más en la CSU, por supuesto en el FDP; pero también en la oposición. Y habrá que ver si conseguirá seguir oculta en la centralidad de su posición política o si una nueva época más inestable y más radicalizada la obligará a ella también a despejar la última incógnita.

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Retirada de un cartel electoral de Frank-Walter Steinmeier (SPD).
Retirada de un cartel electoral de Frank-Walter Steinmeier (SPD).AP

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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