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Reportaje:

El banco del futuro será de uranio

La idea de crear un almacén de la ONU que garantice a todos el combustible para reactores cobra fuerza - La propuesta barrería los argumentos de la política nuclear de Irán para no depender de otros

Andrea Rizzi

Los subterráneos de la planta nuclear de Natanz, en el centro de Irán, escupen uranio enriquecido a un ritmo de unos 80 kilogramos al mes. La última vez que los inspectores de la ONU visitaron las instalaciones iraníes, en agosto, se toparon con unas 4.500 centrifugadoras activas en la inquietante tarea y calcularon que la República Islámica lleva acumulados unos 1.500 kilogramos de uranio enriquecido. Cada giro de esas centrifugadoras tritura un poco más los equilibrios geopolíticos mundiales. Natanz es el epicentro de uno de los principales rompecabezas que afligen a la comunidad internacional en el siglo XXI.

El régimen de los ayatolás afirma que necesita el programa de enriquecimiento de uranio para independizarse de los suministros para reactores que sólo un puñado de países occidentales y Rusia pueden ofrecer (y cortar cuando quieran, dicen los iraníes). Esa justificación ha dado recientemente alas a una idea rompedora: la creación de un banco mundial de uranio enriquecido bajo control de la ONU, que garantice a todos el suministro del combustible nuclear para reactores.

El Nobel El Baradei y Warren Buffett son los grandes padrinos del proyecto
La idea cuenta ya con un fondo de 150 millones de dólares de Gobiernos y ONG
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La existencia de ese fondo, sostienen sus promotores, barrería el argumento de que dominar el enriquecimiento es la única manera de no subyacer a la dependencia de las grandes potencias nucleares, las únicas que disponen de empresas con instalaciones aptas para abastecer de combustible las centrales nucleares de todo el mundo. Así, podría evitarse que otros se lancen en una senda tan peligrosamente ambivalente como la iraní.

Teherán podría armar una cabeza atómica en cuestión de meses. Eso no equivaldría a disponer ya de la bomba: para ello, debería además diseñar una cabeza funcional y compatible con medios de transporte -misiles- eficientes. Informes del espionaje estadounidense apuntan a que la República Islámica todavía no domina estas tecnologías. Pero tampoco se halla muy distante.

Junto a la amenaza iraní, el empeño de una muy extraña pareja -que ha abanderado y perorado la causa del banco mundial de uranio en los últimos años- ha permitido que el proyecto cobre cuerpo.

El primer protagonista es el premio Nobel de la Paz y director del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), Mohamed El Baradei. "Es una idea muy audaz, pero en estos tiempos las ideas audaces son más necesarias que nunca", ha escrito hace poco al respecto.

En esa cruzada, curiosamente, el mejor aliado de El Baradei ha sido el hombre más rico del mundo, según la revista Forbes: Warren Buffett. A través de la ONG Nuclear Threat Initiative, el célebre inversor y filántropo estadounidense ha impulsado con vigor la causa y ofrecido un fondo de 50 millones de dólares para su realización, a condición de que Gobiernos nacionales pusieran otros 100. El objetivo se logró en marzo, gracias a contribuciones de EE UU (50 millones), la UE (36), Emiratos Árabes y Kuwait (10 cada uno) y Noruega (5).

"Ésta es una idea que viene de lejos, pero históricamente no se ha concretado porque no había una verdadera necesidad", explica Luis Echávarri, director de la Agencia Nuclear de la OCDE. "Las circunstancias han cambiado recientemente, con la iniciativa iraní y con el renovado interés en la energía nuclear por parte de varios países, y ahora los Gobiernos occidentales están trabajando seriamente en la idea, incluida la Administración de Obama. Yo creo que sería bueno que este proyecto fuera adelante, pero los obstáculos son tan serios como los esfuerzos para superarlos".

En la mesa hay al menos una docena de proyectos. Los más realistas se limitan a proponer un depósito de una determinada cantidad de uranio enriquecido gestionado por el OIEA y que intervendría para garantizar el suministro a países que sufrieran un corte del abastecimiento comercial ordinario por razones políticas.

Los planes más ambiciosos apuntan a poner el conjunto de la producción mundial de uranio enriquecido bajo la égida de la ONU. "Aquí lo que hace falta es una disciplina y un gobierno internacional de todo el proceso", opina Kennette Benedict, directora de Bullettin of Atomic Scientists, prestigiosa revista del sector. "Simplemente hay que asumir que no siempre el libre mercado es la mejor solución, y desde luego no lo es cuando se trata de la más destructiva tecnología que el ser humano haya inventado".

"Tenga usted en cuenta que además de 430 reactores de generación de energía, existen en el mundo otros 140 experimentales", prosigue Benedict. "Hay mucho material muy peligroso circulando a veces en países no muy estables".

Pese a la variedad de ideas, sin embargo, todos los proyectos se enfrentan a obstáculos muy duros. El primero de ellos es la industria del sector, que en los procesos clave -la conversión y enriquecimiento del uranio- se configura como una suerte de oligopolio de un puñado de empresas que son las únicas que tienen capacidad de producción comercial. Éstas son la francesa Areva, las estadounidenses Urenco, USEC y ConverDyn, la rusa Atomenergoprom y el consorcio británico-canadiense Cameco. A ellas se suman, pero con una presencia muy marginal, empresas japonesas, chinas y brasileñas. Eso es todo.

"Estos planes no son necesarios, ni bienvenidos", dice Stephen Kidd, director de estrategia e investigación de la World Nuclear Association, que reúne la práctica totalidad de las empresas del sector. "Hay un mercado vivo en este sector, nadie se ha quedado sin abastecimiento hasta ahora y nadie debería tener preocupaciones. Sería una innecesaria intrusión en un mercado eficiente".

Kidd explica que, según las perspectivas actuales, "hay como mucho cinco países que entrarán en el club de la energía nuclear de aquí a 2020 y ninguno de ellos despierta preocupaciones". "No vemos en el horizonte especiales riesgos de proliferación", prosigue Kidd, "y por otra parte, el que quiere ir por ese camino lo hace de todas formas, como Corea del Norte, que ha avisado haciendo estallar una bomba. No creo que un banco mundial de uranio le hubiese detenido".

La industria se resiste y pide que -en caso de que se concretara algún proyecto- toda intervención sea lo más residual posible, dejando que el mercado siga funcionando libremente.

Pero más que la industria, que podría ser doblegada por la voluntad de los Gobiernos, el gran obstáculo es la negativa de muchos países emergentes y en vías de desarrollo. "Varios Estados no ven con buenos ojos estas ideas", comenta Echávarri. "No quieren quedarse fuera de la tecnología, no quieren que se les discrimine. El régimen internacional reconoce a todos el derecho de acceso a la tecnología nuclear, a condición de que se respeten las normas del Tratado de No Proliferación".

"Un banco mundial de uranio ofrecería garantías de suministro pero consolidaría de facto una situación de exclusión en la que unos pocos tienen la tecnología y otros no", observa Benedict, interpretando las reticencias de algunos países.

Si en lugar de un mero almacenamiento se optara por un proyecto más ambicioso, con plantas de producción bajo el control del OIEA, podría darse un mayor acceso a los países emergentes y en desarrollo. Pero si las grandes potencias aceptaran dar a estos países acceso a la gestión de las plantas internacionales, difícilmente otorgarían un pleno acceso a la tecnología. A eso, hay que añadir la vertiginosa dificultad logística, financiera y política de un proyecto de semejante envergadura.

Aún con estas dificultades, la idea cuenta con el gran atractivo político de clarificar el campo de juego. De existir el banco, un país que se embarcara en la aventura del enriquecimiento de uranio sería más fácilmente tachable de sospechoso.

Es importante tener en cuenta, según señala Echávarri, que un programa de enriquecimiento de uranio a nivel industrial tiene racionalidad económica sólo si está dirigido a abastecer un amplio parque de reactores nucleares, al menos 20 o 30. Sólo ocho Estados tienen programas nucleares que se acercan o superan ese tamaño, y eso explica porqué tan pocos países se han lanzado en esa senda, aparte de porque la iniciativa de Irán, que centrifuga uranio sin tener ni siquiera un reactor activo, despierta especiales sospechas. Un reactor está siendo ultimado en Irán con tecnología rusa y Moscú se ha comprometido a abastecerlo de combustible nuclear.

Para comprender las magnitudes, frente a los 1.500 kilogramos de uranio enriquecido producido por Irán en casi dos años, el reactor en construcción en su territorio necesitará de 37.000 kilogramos al año para funcionar. En cambio, los expertos indican que una masa de entre 1.000 y 1.700 kilogramos es suficiente, una vez reprocesada, para lograr el uranio altamente enriquecido requerido para fabricar una cabeza atómica. Sólo hay que reconfigurar las centrifugadoras y dejar que giren un poco más para "purificar" ulteriormente el uranio.

En la planta de Natanz, ese proceso no sería posible sin que el OIEA se enterara rápidamente. Pero Irán es un país muy grande y el OIEA sólo tiene derecho de inspeccionar las instalaciones declaradas, observan los escépticos.

El número de Estados con armas nucleares es una cifra en lento pero constante crecimiento. Actualmente son nueve, y acumulan juntos más de 20.000 cabezas nucleares. Muchos en el sector creen que la idea del banco de uranio tiene méritos y contribuiría a limitar los riesgos de no proliferación. Sin duda su eficacia se vería fortalecida enormemente si fuera acompañada por un claro esfuerzo de desarme de las grandes potencias.

El premio Nobel El Baradei lo ha sintetizado así: "Los cinco principales Estados con armas nucleares no se han tomado en serio su obligación, según el Tratado de No Proliferación, de trabajar para el desarme nuclear. Esto naturalmente los priva de autoridad moral para persuadir a otros de no adquirir armas nucleares, lo que se sigue percibiendo como una fuente de poder e influencia, y una póliza de seguro contra un ataque".

El presidente iraní, Mahmud Ahmadinejad, visita la planta de enriquecimiento de uranio de Natanz en abril de 2008.
El presidente iraní, Mahmud Ahmadinejad, visita la planta de enriquecimiento de uranio de Natanz en abril de 2008.AP/ OFICINA DE LA PRESIDENCIA IRANÍ

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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