_
_
_
_
_
LIGA | REAL MADRID 4 - BARCELONA 1

El Barça saca a hombros al Madrid

El campeón arrolla y baila a un equipo azulgrana sin tensión alguna, el peor que se recuerda en Chamartín

Un año después de haber igualado a puntos en la Liga, el Real Madrid confirmó metro a metro el enorme boquete que ha abierto con el Barça. Al equipo de Schuster le bastó con mostrar la pujanza que le ha distinguido para bailar sobre un adversario sin pulso, desvigorizado, con ese aspecto acorchado que le ha hecho descarrilar por segundo curso consecutivo. En Chamartín hubo tanto partido como quiso el Madrid, que jugó el duelo más cómodo de la temporada. El cuadro de Rijkaard fue la nadería, se desenvolvió de principio a fin con una pesadumbre extraordinaria y entregó la cuchara desde la fanfarria del pasillo. Homenajeó a su rival en los prolegómenos, en el campo y en el palco. No tuvo más que decir. A la espera de Guardiola, un entrenador con botas, son tiempos de extravío azulgrana. El título ha fortalecido de tal forma al Madrid, que cada jugador, uno a uno, pareció un mariscal ante los barcelonistas. El conjunto local tuvo todo lo que le faltó al catalán: velocidad, sangre, tensión, coraje.

Especial: el Real Madrid gana la Liga
Vota al mejor de los blancos
Más información
Real Madrid 4 - FC. Barcelona 1
La "camiseta fantasma" blanca del Barça
Frank Rijkaard: ''Hemos sufrido mucho''

Aplicado, Schuster sorprendió de entrada al prescindir de un socio de Raúl y ordenar un pelotón en el centro del campo. Una medida para quitar la respiración al Barça, al que sólo le oxigena la posesión de la pelota. El alemán acertó y los azulgrana se quedaron en tanga. Cada apretón madridista retrataba el patético ecosistema del Barça, anoche pifiado de Valdés a Bojan, de punta a punta. El empuje de Gago, Diarra, que ante la debilidad contraria, por una vez en su carrera se permitió ciertos barroquismos, en la jugada del gol de Higuaín, Sneijder y Guti anticipó el gol local. Sólo faltaba la irrupción de Raúl, ese agitador surgido del arrabal tan ajeno a las modas que siempre reaparece. Su gol (el 18º en Liga) vino precedido de una falta de Guti a Márquez, y el posterior cabezazo triunfador de Robben, de un inmerecido castigo a Abidal tras un piscinazo de Sergio Ramos. Lo mismo da. El Madrid hubiera ganado sí o sí. Su superioridad fue infinita. El Barça no tuvo qué decir, por mucho que Rijkaard se despechara y lanzara un órdago con Giovani por Gudjohnsen. El equipo se partió por el eje, con sólo dos anclas -Touré y Xavi-, y dos líneas de cuatro futbolistas, una para la trinchera y otra para asustar. Un fiasco descomunal, con once azulgrana con los pies cuadrados y mantequilla en las venas. No hubo pistas de Xavi, Messi, Henry, Bojan... Lo contrario que en el bando campeón, donde la mayoría se sintió agradecida ante un contrincante tan angelical.

Cada madridista, a excepción de Casillas, al que ningún azulgrana inquietó en su hamaca salvo un tiro final de Messi y la propinilla de Henry en su tanto, se vio ante la ocasión de su vida. Todos se soltaron los grilletes: hubo momentos sublimes de Diarra, instantes para la hemeroteca de Gago, minutos imborrables para la videoteca de Sneijder, tramos del mejor Guti. Nadie tuvo oposición ante un Barça tan afeitado, pero ello no resta méritos al Madrid, que bien pudo holgazanear después de tres días de resaca. Pero el grupo de Schuster interpretó el clásico con la dimensión que dichas citas tienen. El Barça no supo digerir que este tipo de partidos, como los años bisiestos, tocan cuando tocan, y no queda más remedio que apretar los dientes. Con uno y otro enfrente no hay aficionado que advierta tintes amistosos, son partidos que dejan cicatrices y la hecatombe azulgrana puede tener consecuencias imprevisibles. Hace dos temporadas que este Barça perdió aquella condición homérica relacionada con lo excepcional, que le hizo discutir la historia con el dream team. Las pitonisas desmentirán las casualidades, pero la ópera de Johan Cruyff se desmoronó tras un 4-0 en Atenas, en la final de la Copa de Europa ante el Milan. El Barça más efímero de Ronaldinho sucumbió en Chamartín un 7 de mayo, la misma fecha que en 1986 fulminó al nuñismo y, con Schuster en calzón corto, derivó en el motín del Hesperia. Para los culés la de anoche fue una derrota tan dolorosa como aquellas, pero con algo más de ácido: ante el rival con mayúsculas. Sin perdón. El club, con los jugadores a la cabeza, se olvidó del escudo. Una amarga despedida para un buen técnico y un caballero como Rijkaard, un personaje que no debería perder el fútbol español.

El Madrid no tuvo piedad, como le obliga su rivalidad deportiva. Estas ocasiones perpetúan durante décadas las chanzas sobre el lucife del madridismo. Este Madrid corajudo, aplicado y con una actitud tan saludable regaló ayer a su hinchada un día memorable al que muchos rebobinarán. No será fácil ver de nuevo al Barça sacar a hombros al Madrid en Chamartín. Un campeón justo y voraz, acorde con lo que demanda su historia. El Barça, con Joan Laporta a la vista, se traicionó a sí mismo.

Los futbolistas más famosos de Real Madrid

Los jugadores de Rijkaard homenajean al nuevo campeón de ligaVídeo: Imágenes tomadas de Telecinco
Vídeo: ELPAIS.com
Unos cuarenta aficionados han recibido al Barça en El PratVídeo: ATLAS

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_