El Atlético se despide sin hacer ruido
Abel deja 53 minutos en el banquillo a Forlán y el Oporto pasa por encima de su inofensivo rival
El Atlético salió malherido de Oporto. Malherido y eliminado. Le castigó su fútbol (ninguno), su falta de argumentos, alguna que otra decisión técnica y la mayor valía de un Oporto que volvió a pasarle por encima. Apenas asustó el equipo en ataque y sólo las intervenciones de un inspirado Leo Franco impidieron que abandonara la Liga de Campeones apaleado. Es el Atlético un equipo mal cosido, al que puede salvar de vez en cuando, y de hecho lo hacen, alguna genialidad de sus mejores futbolistas. Y eso es mucho más fácil que ocurra cuando éstos juegan.
Porque el mejor futbolista del Atlético no vale para disputar los octavos de la Liga de Campeones. No tiene argumentos, ni fútbol, ni gol, por lo visto, para medirse a la defensa del Oporto. Así lo cree, al menos, Abel Resino, que pronto se ha contagiado del virus del entrenador, ése que lleva a tomar decisiones incomprensibles para el común de los mortales, o al menos, para los que no muestran un título académico en esto del fútbol. A Abel le entró tan extendida enfermedad y el Atlético se presentó ante un reto mayúsculo sin su mejor jugador, Diego Forlán, ese chico que sólo lleva 18 goles en la Liga y cuya ascendencia en este equipo es sencillamente impagable.
OPORTO 0 - ATLÉTICO 0
Oporto: Helton; Sapunaru (Tomás Costa m.83), Bruno Alves, Rolando, Cissokho; Lucho González, Fernando, Raúl Meireles; Lisandro (Farías, m.92), Hulk (Mariano González, m.88) y Cristian Rodríguez.
Atlético de Madrid: Leo Franco; Perea, Pablo, Ujfalusi, Antonio López; Maxi Rodríguez (Forlán, m. 53), Paulo Assuncao, Raúl García (Maniche, m. 72), Simao; Sinama Pongolle (Miguel de las Cuevas, m.79) y Kun Agüero.
Árbitro: Pieter Vink (Holanda). Amonestó a los locales Hulk (m. 67) y a los visitantes Perea (m. 70), Ujfalusi (m. 75)
Incidencias: partido de vuelta de los octavos de final de la Liga de Campeones, disputado en el Do Dragao de Oporto ante unos 46.000 espectadores, con presencia de cerca de 3.000 seguidores del Atlético.
Con una apariencia poco reconocible, con Sinama apoyando al centro del campo por la derecha y Maxi en auxilio -es un decir, porque jugó a 20 metros de él-, del solitario Agüero, se plantó el Atlético ante un Oporto que, pese a lo benigno del resultado de la ida, saltó a escena con todo su arsenal. El Atlético aguantó entero las primeras andanadas, pero fue incapaz de dar señales de vida en ataque. Sin embargo, la resistencia del Atlético cortó las alas al Oporto, que prefirió esperar acontecimientos. Especular, en suma. Hulk barría todo el frente ofensivo sin éxito. Comenzó a menguar el impulso portugués, que apenas logró hacerse presente en un chutazo monumental de Fernando que sacó Leo Franco a media altura.
Maniatados Lisandro y Hulk, el Atlético se fue desperezando y logró hacerse con el balón. Dio señales de vida Agüero en una arrancada por la izquierda a la velocidad de la luz, resuelta con un centro al área al que Maxi no llegó. Se atrevió incluso a progresar Assunçao, a quien el público acribilló a gritos en cada aparición, pero la jugada acabó en una falta que Simão convirtió en intrascendente.
Llegó entero el Atlético al descanso y entonces, sobre el deshabitado césped, se proyectó la rubia sombra de Forlán, que comenzó a calentar. Si el Atlético había aguantado medio partido con tanto decoro como inocencia, qué no conseguiría con su mejor futbolista en escena. Pero aún tardó en salir el uruguayo. Cincuenta y tres minutos de paz había regalado Abel al Oporto no se sabe bien por qué. Maxi fue el sacrificado y al ralentí se fue del césped, más herido por haber sido borrado que porque su equipo tuviera prisa por remontar. El Oporto había encarado esta segunda parte igual que la primera: con todo el empuje del mundo. Y apretó. Y Leo tuvo que estar ágil para rechazar el disparo raso de Lisandro, tanto como Antonio López para sacar abajo un centro envenenado de Hulk. Eran momentos de incertidumbre del Atlético, rescatado de nuevo por Leo, que despejó a córner una falta lejana que Meireles colocó en la escuadra y al poco se lució en un disparo a bocajarro de Lisandro.
El marcador castigaba al Atlético, cuyo juego tampoco le redimía. El Kun se hartaba de recibir de espaldas y Forlán apenas entraba en contacto con el balón. Todo lo contrario que el pluriempleado Leo Franco, que sacó arriba un chutazo de Lucho. Estaba semiinconsciente el Atlético cuando Hulk colocó un córner directo en el larguero. Eran momentos en los que el increíble brasileño estaba en todas las batallas y nadie en el Atlético conseguía detenerle. El partido y la eliminatoria eran del Oporto, al que no premiaba el marcador. Lisandro regateó a Leo y mandó el balón al poste. Que no ganara el Oporto entraba en el terreno de lo esotérico. El Atlético acabó desesperado, volcado el ataque y persiguiendo una victoria imposible, que no mereció, ni en Madrid ni en Oporto, lastrado por su falta de imaginación y por un rival que toda la eliminatoria fue insultantemente superior. Y que le dejó donde merece: en la calle.
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