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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

¿Somos todos Pamuk?

Desde que supo que se le había concedido el Nobel de Literatura, el novelista Orhan Pamuk optó por eclipsarse en Estados Unidos y aplazar su regreso a Estambul hasta las vísperas de la entrega del galardón. El regreso iba a coincidir casualmente con la controvertida visita del Papa a Turquía. Ante tan peculiar decisión proveniente de alguien que casi ha vivido recluido en su casa natal de Estambul, surge el interrogante sobre si el motivo de su ausencia fue poner temporalmente tierra de por medio tras sus problemas con la justicia turca por meter el dedo en la llaga de la cuestión armenia, o a causa de la ambigüedad con que la sociedad turca acogió su galardón.

Pamuk afirmó que la noticia le hizo sentirse como la víctima de un accidente; herido pero sin capacidad de sentir nada. El escritor señaló que no podía sentirse feliz de recibir el galardón mientras muchos de sus congéneres envidian su logro. Pamuk, a quienes sus detractores consideran un oportunista en lo referente a la denuncia del genocidio armenio (alegan que jamás en su vida u obra se había preocupado por el tema), se molesta ante quienes dicen que su Nobel es político. Una bagatela de debate, ya que en realidad todo en esta vida es fruto de la política.

Este premio debería servir de puente entre la refinada cultura turca y Occidente

El escritor Yasar Kemal, eterno candidato al Nobel y antiguo referente internacional de la narrativa turca a partir de su serie de novelas épicas en torno al personaje de Mehmet, el bandido justiciero, fue llevado a los tribunales por sus opiniones críticas contra el Estado turco y absuelto al igual que Pamuk. Confiesa que el Quijote ha ejercido una gran influencia en su obra, y sobre el premio literario de la Academia Sueca opina que cada año se tendrían que repartir una docena o más, dado que el mundo está lleno de excelentes escritores. Yasar Kemal también hizo política, pero no por ello resultó nobelizado. La disidencia no siempre implica un pasaporte a la gloria. Pamuk se ha dedicado a las letras diríamos que con un individualismo casi obsesivo, como cientos de literatos pensarán muchos, paradigma que no quita mérito al conjunto de una obra de impecable estructura narrativa y estimulante mutabilidad. Por ello es posible que quisiera tomarse un respiro, para contemplar Estambul desde la distancia. El caos y su bullicio diurno no se han visto alterados por la concesión del Nobel a uno de sus compatriotas. Sus ciudadanos parecen más interesados (e indignados) por cómo fue tratado el primer ministro Erdogan por sus guardaespaldas y médicos al sufrir una lipotimia provocada por el ayuno del Ramadán, por la controvertida visita del pontífice o por la teoría creacionista en versión musulmana, considerada origen del actual terrorismo. Piensan que la UE necesita más a Turquía que no a la inversa. Sin embargo, los intelectuales turcos miran con admiración al modelo cultural español y que no se considere como traidores a los escritores que criticaron las arbitrariedades del régimen. La autora Elif Shafak, que vivió parte de su adolescencia en Madrid, es una de esas inquietas intelectuales. Hace poco fue enjuiciada, y también indultada, por denigrar a la nación turca al poner en boca de uno de los personajes de su novela El bastardo de Estambul, palabras que reconocían el genocidio armenio. Considera que ser novelista en Turquía implica ser un interlocutor público expuesto a la crítica de su persona antes que a la de su talento narrativo.

La intelectualidad turca, que siempre ha intentado poner en práctica atajos históricos para alcanzar los niveles de la civilización europea, entendió que el vehículo más rápido hacia ese objetivo de diseminación cultural era la novela. El reemplazo de la grafía árabe por el alfabeto latino a raíz de las traumáticas reformas de Kemal Atatürk, que obligó a dejar atrás la literatura clásica de las élites (divan), la tradición oral popular (halk) y la poesía religiosa (tekke), hizo revivir a la lengua turca. En 1910 el escritor Abdullah Cevdet sentenció que sólo existía una civilización en el mundo y era la occidental, que debía ser abrazada sin reparos, aceptando tanto sus rosas como sus espinas. Europa no puede permitirse el lujo de perder a Turquía. El Nobel a Pamuk debería servir de puente entre la refinada cultura turca y Occidente.

No obstante, sólo en contados escaparates de las librerías se expone la obra de Pamuk en turco y en inglés. En su último libro sobre Estambul relata que cuando tenía unos cinco años le querían hacer creer que era el mismo niño del retrato que colgaba en la pared de la casa de sus tíos, aunque el futuro escritor sabía que en realidad se trataba del retrato de un niño europeo, lo cual no le desanimó a seguir pensando durante mucho tiempo que en otra casa quizás viviera otro Orhan. ¿Ese niño occidental era alguno de nosotros? ¿Fuimos el otro Pamuk? Todo parece sugerir que se viaja a Estambul para constatar que allí es factible reencontrarse con esa identidad separada. Si uno va a buscarse a Estambul colisionará con un ambiente similar al de la España de la transición o de la Unión Soviética a punto de desintegrarse. El grupo musical Baba Zula, influenciado por la psicodelia de Frank Zappa y los ritmos otomanos, confirma que en Estambul el tiempo se despliega sobre sí mismo. Para descubrir algo de su laberíntica esencia hay que dejar de pensar y permitirse ser transportado por la purificadora marea humana que desborda los límites de cualquier silogismo reduccionista.

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