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Reportaje:

La ironía escéptica de Odo Marquard

Fernando Savater

Lo siento, me resisto a jubilar las obras de consulta de mi biblioteca en pro de wikipedias y similares. No dudo de que "entre todos lo sabemos todo", como señaló Cervantes, pero sigo prefiriendo acudir a mis especialistas en compendios impresos. Sin embargo, este caso es como para hacerle dudar a uno: busco referencias sobre Odo Marquard y no encuentro su nombre en ninguno de los dos diccionarios de filosofía que manejo habitualmente (el de Ferrater Mora, edición ampliada en cuatro volúmenes de 1994, y el editado por Espasa y dirigido por Jacobo Muñoz). Sin embargo, Marquard no es un principiante, porque está a punto de cumplir los ochenta años y por lo tanto pertenece a la ilustre generación alemana de los Habermas, Apel, Pöggeler, etcétera... De modo que ha habido tiempo para enterarse de su existencia... incluso en España. Sobre todo porque su obra es bastante más interesante y desde luego más grata al paladar literario que la de muchos de sus contemporáneos y sucesores. Rara avis, Odo Marquard es un filósofo cuya lectura hace realmente disfrutar. Quienes se han resignado a que los filósofos profundos deben ser enmarañados e indigestos y los legibles tienen que ser frívolos, harán bien en leer a Marquard: erudito pero ligero, profundo y divertido, profundamente divertido. Él mismo llama a lo que hace "literatura trascendental". Lo seguro es que dedicándonos a él no perdemos el tiempo ni tampoco -¡gracias, oh dioses!- el buen humor.

Dedicándonos a él no perdemos el tiempo ni tampoco -¡gracias, oh dioses!- el buen humor
Alguna vez se ha referido a su vocación de caballo de Troya vacío "porque no lleva dentro una carga secreta de viejos griegos"

Por supuesto, Marquard también ha vivido su parte correspondiente en los padecimientos del siglo XX: en la infancia estuvo recluido en un internado nazi, para después ser movilizado como soldado adolescente y más tarde conocer el cautiverio. Su primer libro de ensayos (el último, si no me equivoco, traducido al castellano), Las dificultades con la filosofía de la historia, se inicia con el siguiente lema: "Tristesse obligue". Y va dedicado a la memoria de Joachim Ritter, su maestro, bajo cuya dirección estudió filosofía, germanística y teología en Münster y Friburgo. De él dice que aprendió "que percatarse es más importante que deducir; que nadie puede empezar desde el principio, que cada uno tiene que enlazar con lo anterior... que las contradicciones están presentes de una manera más impresionante mediante las personas que por las lecturas, lo cual requiere ser capaz de convivir con puntos de vista extraños y aprender de ellos; que la constelación filosófica más plural es la mejor; además (aprendí) la sensibilidad para lo institucional y sus deberes; y por último, que la experiencia vital es insustituible para la filosofía". Marquard fue catedrático durante treinta años de la Universidad de Giessen, de la que actualmente es emérito, y ha sido presidente de la Sociedad General Alemana de Filosofía. Ha recibido por su obra ensayística el Premio Sigmund Freud y el Premio Ernst Robert Curtius, entre otros galardones.

Odo Marquard hace una filosofía que podíamos denominar minimalista. Sus libros nunca son demasiado extensos y están compuestos por breves ensayos o conferencias, a su vez divididos en porciones aún más concisas. Siempre están precedidas o acompañadas de notas irónicamente deprecatorias de comprensión o benevolencia. Pero sus contenidos también tienden a lo rebajado, el semitono, la demolición irónica de lo altisonante. Eso le opuso desde un principio a la filosofía de la historia que a fines de los sesenta y comienzos de los setenta del pasado siglo obligaba al mundo a marcar el paso del proceso revolucionario. "La filosofía de la historia revolucionaria no es la filosofía del mundo moderno, sino la filosofía del ataque al mundo moderno", sostiene. Y se unió a los que defendían la República Federal Alemana contra quienes llevados por su celo transformador la acusaban prácticamente de fascismo, frente a los paraísos del Este o a la utopía en devenir. Incluso diagnosticó certeramente esta batalla truculenta a toro pasado: "Con la resistencia a la no-tiranía se pretende suplir la no-resistencia a la tiranía". Dictamen, por cierto, que también puede aplicarse a esa parte de nuestra izquierda que se acomoda prudentemente al fascismo batasunero pero no renuncia al heroísmo de imponerse a título póstumo sobre el franquismo.

De ahí también su apología de lo contingente en un contexto congestionado en el que a toda costa y con todo pretexto se busca el sentido absoluto. Aconseja renunciar a la búsqueda sensacional de sentido, "porque lo que nos saca adelante no es el gran lamento por la pérdida de sentido, sino una reducción de la pretensión excesiva de sentido, una dieta en relación a la expectativa de sentido". Algunas de las grandes palabras, como por ejemplo la de felicidad, deberíamos tomarlas junto al proceso reductor que convierte a su opuesto en el camino necesario del fin buscado: así la infelicidad será la base de lo que nos llegue como feliz, por el mecanismo de compensación sin el cual no hay dicha humanamente inteligible. Este minimalismo no conlleva abandonar las cuestiones esenciales de la filosofía, sólo sugiere afrontarlas con la modestia que impone nuestra contingencia o, por decirlo aún más claramente, nuestra mortalidad: "Hay problemas humanos en relación a los cuales sería antihumano (sería un error en el arte de la vida) no tenerlos, y sería sobrehumano (sería un error en el arte de la vida) resolverlos".

Alguna vez Odo Marquard se ha referido a su vocación innata de caballo de Troya pero vacío "porque no lleva dentro una carga secreta de viejos griegos". En cualquier caso, pocos como él saben responder sonriendo a la pregunta entre despectiva y acusatoria de muchos robotizados sobre a qué viene hoy en día, cuando tanto las ciencias adelantan, el empeño de seguir filosofando: "El antiquísimo vicio de los filósofos (su déficit crónico de consenso) se revela una virtud interdisciplinar ultramoderna: sobre todo si lo entendemos como la capacidad de sobrevivir a las confusiones en el diálogo sin perder el ánimo. Los filósofos son útiles también para otras cosas; pues, por cuanto respecta a su jurisdicción, no tienen un coto de caza propio, sino una licencia general de furtivos". -

Obras de Odo Marquard publicadas en castellano: Las dificultades con la filosofía de la historia. Traducción de Enrique Ocaña. Pre-Textos. 2007. 268 páginas. 19 euros. Felicidad en la infelicidad. Traducción de Norberto Espinosa. Katz editores. Buenos Aires, 2006. 180 páginas. 15,90 euros. Filosofía de la compensación. Traducción de Marta Tafalla. Paidós. Barcelona, 2001. 146 páginas. 9,90 euros. Adiós a los principios. Traducción de Enrique Ocaña. Institució Alfons el Magnánim. Valencia, 2000. 200 páginas. 10,82 euros. Apología de lo contingente. Traducción de Jorge Navarro Pérez. Institució Alfons el Magnánim. Valencia, 1999. 151 páginas. 7,22 euros.

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