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Crítica:LIBROS | Ensayo
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El poder seductor de los animales

En las últimas dos décadas nos hemos ido acostumbrando a acercarnos al mundo de los animales silvestres, y a la naturaleza en general, a través de dos vertientes prioritarias. Por un lado, la apocalíptica: estamos destruyendo la biodiversidad, sólo quedan ya tantos o cuantos ejemplares de tal o cual especie, listas de mamíferos y aves que se encuentran en la lista roja, al borde del abismo, buceamos en las causas de su extinción y en la capacidad humana para destrozar el planeta... De ahí se deriva la segunda aproximación, la numérica: por alertar tanto sobre este indudable problema, nos hemos sumergido en una carrera de informes, análisis y tablas estadísticas que, a veces, aun reconociendo su importancia, nos resultan tan fríos y reiterativos que ya no nos impresionan. Y eso, que está bien y debe existir, llega a producir cierto hastío en el público, se le doma de tal manera el cerebro y la sensibilidad que ya ni le impacta ni repara en las consecuencias del cataclismo. Porque, para ver agitada su conciencia, el lector/espectador suele necesitar historias más que números, a veces anécdotas, para sentirse más implicado. A menudo, un detalle o una historia particular nos dibujan mejor la catástrofe. De ahí que frente a tanto duro informe y verdades incómodas se agradezcan películas con historias de animales como El viaje del emperador o Los reyes del Ártico o Nómadas del viento. O estos dos libros, originales, bien documentados y trabajados, sobre otros aspectos del mundo de los animales, que anda últimamente tan desapasionado. Libros que nos hacen sentir otras complicidades con nuestros vecinos de planeta.

El oso. Historia de un rey destronado

Michel Pastoureau

Traducción de Nuria Petit

Paidós. Barcelona, 2008

386 páginas. 26 euros

La jirafa de los Medici

Marina Belozerskaya

Traducción de Alcira Bixio

Gedisa. Barcelona, 2008

422 páginas. 23,50 euros

Ambos son laboriosos ensayos, pero se leen fácilmente como historias. Uno en formato de relatos cortos; de ahí su subtítulo: La jirafa de los Medici. Y otros relatos sobre los animales exóticos y el poder, que resulta ser una entretenida relación de retratos de seres humanos con gran poder y carisma en la historia, descritos a través de su afición a los animales. El otro, El oso. Historia de un rey destronado, se devora como una novela histórica que va desgranando las intrigas y argucias de la Iglesia católica para que desapareciera el culto en Europa al oso, al que veía demasiado cercano al humano, y sustituirlo por un mamífero más lejano y aséptico, el león, como indiscutible rey de los animales. En ambos hay que reconocer el trabajo de sus autores, primero para documentarse exhaustivamente, después para cocinar el conocimiento y servirlo de forma amena. En el caso de la jirafa, Marina Belozerskaya es una rusa emigrada a Estados Unidos, que puede representar bien eso de la mujer hecha a sí misma, que a fuerza de tesón y lectura y tras pasar por las universidades de Boston, Chicago y Harvard, se ha especializado en el Renacimiento. En el caso del oso, el antropólogo francés Michel Pastoureau, experto en simbología medieval y que ya nos sorprendió con sus historias de los colores y sus implicaciones sociológicas y psicológicas, demuestra su capacidad de divulgación a pesar de su intensidad de bibliotecario.

La jirafa de los Medici nos presenta a grandes hombres (y una mujer) de la historia; desde Cneo Pompeyo Magno a Lorenzo de Medici y Josefina Bonaparte, ésta en uno de los mejores capítulos del libro, 'Los cisnes negros de Malmaison'. Otra perspectiva -¿muy femenina?- del pasado a través de miradas domésticas. Estupendas las descripciones de cómo era Alejandría en su época de esplendor; los sangrientos combates entre gladiadores y animales en la Antigua Roma y cómo una manada de elefantes logró ganarse el fervor y la piedad del público; o las relaciones entre Hernán Cortés y Moctezuma. El último capítulo, dedicado al magnate estadounidense de la prensa del siglo XX William Randolph Hearst, que sentía una afición rayana en la obsesión por los animales (se enternecía hasta con los ratoncitos), ofrece jugosas anécdotas de cómo se mezclaban las estrellas de Hollywood con las fieras de su zoológico privado. Por ejemplo, Charles Chaplin escribió sobre sus visitas a la mansión de Hearst: "Desde el zoológico me llegaba el rugido ocasional de un león y el alarido constante de un orangután cuyos ecos retumbaban en la cima de las montañas. Era misterioso y aterrador, pues todas las noches, al caer el sol, el orangután comenzaba su lamento, al principio sereno y luego cada vez más alto hasta transformarse en un alarido horripilante que continuaba oyéndose toda la noche".

El oso repasa con abundantísima bibliografía los tejemanejes de la Iglesia católica a lo largo de la Edad Media para desproteger a este animal de su aura de poder. A la jerarquía que velaba por tenerlo todo bajo control no le hacían ninguna gracia estos desmanes del pueblo, que la fiera peluda fuera idolatrada, que se le tratara como ser humano y divino. A comienzos del segundo milenio, hasta los reyes de Dinamarca y Noruega se vanagloriaban de tener un origen ursino; de proceder de un antepasado de madre humana y padre oso; pues se pensaba que los plantígrados sentían gran atracción sexual por las doncellas más hermosas, copulaban con ellas y las dejaban preñadas al ser su esperma compatible; son muchas las leyendas de hombres mitad humanos-mitad osos. Es un sabroso repaso a la paciente labor de los clérigos para socavar su magnificencia, para humillarlo, demonizarlo y ridiculizarlo, atizando incluso que los titiriteros ofrecieran espectáculos con este animal anillado y disfrazado en las plazas públicas para escarnio público. Tan bien lo hicieron, como la gota de agua que horada la roca a fuerza de tiempo, que, al terminar la Edad Media, apenas quedaba rastro del poder icónico del oso, y había sido sustituido por un felino de tierras lejanas y desprovisto de cualquier connotación pecaminosa, el león. Un trabajo de orfebres durante siglos que sólo una institución como la Iglesia es capaz de hacer y que consigue incluso cambiar las raíces culturales de un continente. No le dolieron prendas ni reparó en esfuerzos. Hasta tuvo que manipular algunos pasajes de las Sagradas Escrituras para distinguir entre el león malo (sambenito que le cayó al leopardo) y el león auténtico, el bueno. Se emplearon a fondo. Colocaron festividades con gran despliegue de propaganda que eclipsaran los cultos paganos: San Martín en noviembre, coincidiendo con las celebraciones que se preparaban en torno al oso que se retiraba a hibernar; la Candelaria a comienzos de febrero para evitar los desmanes carnales que festejaban el triunfo de la luz y la salida del animal de la cueva, y que daban pie a que los mozos fornicaran en honor a la naturaleza. Pero Pastoureau concluye el libro reflexionando con humor y razón sobre la revancha del oso, que no es otra que la que se toma en forma de los muñecos de peluche que se han introducido en todas las casas y en todas las mentes infantiles como el mejor amigo de los niños, ese al que le puedes confiar cualquier secreto y travesura. Si vamos un poco más allá, también podemos detenernos en la cada vez más poderosa presencia de la tribu gay de los hombres fuertotes y peludos, que reivindican con orgullo los atributos de este animal, incluyendo su concupiscencia y habilidades seductoras y amatorias, que eran las que ponían de los nervios a los papas.

Dos osos, en una reserva en Nymfeo (Macedonia, Grecia).
Dos osos, en una reserva en Nymfeo (Macedonia, Grecia).

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