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Entrevista:Steven Pinker

'No podremos entender el lenguaje si no sabemos para qué evolucionó'

Javier Sampedro

Steven Pinker, uno de los neurocientíficos contemporáneos más brillantes, y heredero intelectual de Noam Chomsky en el Massachusetts Institute of Technology (MIT) de Cambridge (Estados Unidos), acaba de publicar en inglés The Blank Slate (la pizarra en blanco), un sólido intento de convencer a los humanistas y a los científicos sociales de que la mente humana no nace como una tábula rasa, y de que aceptar las evidencias aplastantes de que el cerebro está equipado con toda clase de dispositivos intelectuales innatos, genéticamente determinados, no implica avalar ninguna tesis racista, sexista, belicista, genocida ni reaccionaria, como parece suponer casi todo el mundo.

PREGUNTA. Algunos científicos creen que nuestra mente no es más que un cerebro de mono al que se suma el lenguaje. ¿Está de acuerdo?

Muchos atribuyen la estructura de la mente a una entidad autónoma llamada 'cultura' o 'sociedad'

RESPUESTA. Oh no, de ningún modo. Los seres humanos tienen una vida mental mucho más rica que los otros simios, incluso dejando de lado su capacidad para comunicarse. La gente puede inferir los estados mentales de otras personas, descifrar cómo funciona su entorno local con gran detalle, manufacturar herramientas con múltiples componentes y usarlas en cadenas complejas de comportamiento. Los humanos tienen emociones que en los monos no existen, o están apenas desarrolladas, como la capacidad de amar al cónyuge, el amor de los padres por sus hijos y las amistades de larga duración entre machos sin relación de parentesco. Me temo que un mono con lenguaje no sería un contertulio muy interesante.

P. Si el lenguaje es un órgano cerebral innato, ¿de dónde salió? ¿De una región cerebral que en los monos hacía otra cosa? ¿De la nada?

R. Si el lenguaje es un órgano, es un órgano como la sangre, la piel o el sistema linfático: un órgano que no está circunscrito a una región discreta del cerebro. Sospecho que surgió de varias áreas cerebrales preexistentes, incluidas las dedicadas al análisis de los sonidos, al control del aparato vocal y a la representación de las acciones de uno mismo y de los demás. La evolución del lenguaje consistió probablemente en la modificación de las conexiones entre esas áreas. También es probable que se dieran cambios en las conexiones internas de otras áreas que, en nuestros antecesores primates, no tenían ninguna función, o casi ninguna. Pero nada impide que un órgano especializado -sea físico o mental- se extienda por un amplio territorio.

P. Darwin convenció a muchos científicos de todo excepto de que la selección natural pudiera aplicarse al cerebro humano. ¿Cree usted que esto sigue pasando?

R. Sí, lo creo. Mucha gente atribuye la estructura de la mente humana a una entidad autónoma llamada 'cultura' o 'sociedad', y rechaza apasionadamente cualquier sugerencia de que el cerebro debe algunas de sus propiedades funcionales a la evolución biológica.

P. ¿Qué le pasó a nuestro cerebro hace 50.000 años [cuando la humanidad actual salió de África y aparecen los primeros signos arqueológicos de la actual creatividad de nuestra especie]? ¿Somos todavía los mismos tipos, o estamos aún evolucionando?

R. Nadie lo sabe realmente, pero sospecho que hace entre 50.000 y 100.000 años hubo numerosos cambios en los circuitos internos del cerebro. Es posible que estemos aún evolucionando: las diferencias en el color de la piel y en la tolerancia a la lactosa, por ejemplo, no tienen más que unas pocas decenas de miles de años. Pero en lo que respecta a nuestras mentes, es improbable que estén evolucionando muy deprisa. Las razas humanas, que divergen desde hace 50.000 años, son casi idénticas, si no totalmente idénticas, en sus propiedades psicológicas. Y parece improbable que las contingencias de la supervivencia y la reproducción (qué propiedades conducen a tener más descendencia viable) puedan permanecer constantes en cualquier parte del mundo durante las suficientes generaciones como para que tenga lugar una evolución sustancial.

P. Nuestro cerebro tiene 100.000 millones de neuronas, que forman entre sí unos mil billones de conexiones sinápticas, pero tiene que construirse con menos de 40.000 genes. Esto parece implicar que el control genético del desarrollo cerebral no puede ser muy estricto. Sin embargo, los hermanos gemelos separados en dos familas diferentes desde el nacimiento muestran unas asombrosas y detalladas similitudes psicológicas. ¿Qué significa todo esto?

R. Decir que el control genético del desarrollo cerebral es 'estricto' o 'laxo' es como preguntar si el vaso está medio vacío o medio lleno. Hay una influencia genética sustancial, pero no total. Sospecho que los genes especifican las condiciones de frontera para generar un ser humano funcional -uno que pueda ver, coger, hablar, comprender el mundo...-, pero que permiten una notable cantidad de variación aleatoria dentro de ese diseño general.

P. Cuando uno afirma que el cerebro es el producto de la selección natural, ¿hasta dónde puede llegar explicando cada faceta concreta de la psicología humana?

R. Uno puede responder a la pregunta '¿por qué tal o cual facultad del cerebro funciona como lo hace?'. Eso no dice nada sobre cómo funciona, pero identifica los problemas importantes que hay que explorar, y explica por qué el sistema funciona de cierta forma y no de otras. Una analogía: jamás lograríamos entender a fondo los mecanismos que subyacen a la sed, o a la visión estereoscópica, o a la reacción del cuerpo al estrés, si no entendiéramos que esos mecanismos fueron diseñados por la selección natural para resolver los problemas de la regulación de los fluidos y electrolitos corporales, de la percepción de la profundidad y de la movilización del organismo para luchar o para huir. De modo similar, no entenderemos el lenguaje, ni la amistad, ni el amor, ni la ira mientras no sepamos para qué evolucionaron esos sistemas.

P. ¿Hay un fundamento genético de la estética?

R. Probablemente sí. Unas especies encuentran más placenteras ciertas pautas visuales y auditivas, y otras especies prefieren otras distintas. En la especie humana hay reacciones estéticas comunes a todas las culturas: al aroma de las flores, al rostro de las mujeres jóvenes y saludables, al ritmo en la música, y a las pautas visuales que revelan simetría, regularidad y repetición. Los gemelos separados al nacer muestran gustos similares en el vestir, en la música y hasta en los nombres que prefieren.

P. El órgano del lenguaje es sólo uno de los dispositivos innatos del cerebro humano. ¿Cuántos más hay?

R. Depende de cómo los cuente uno. ¿Cuántos dispositivos tiene el cuerpo? ¿Cuenta cada hueso como un dispositivo diferente, o cuenta todo el esqueleto como uno solo? ¿Es la nariz un dispositivo, o tenemos que distinguir su cartílago, su piel, sus receptores del olor y demás? Pues lo mismo pasa con la organización de la mente. Mi predicción, desde luego, es que la mente no resultará ser menos compleja que el cuerpo. El cerebro es al menos tan complejo como todo el resto del cuerpo junto.

P. Sus libros son ciencia de vanguardia, pero se venden bastante bien. ¿Cuál es el secreto?

R. Creo que cualquier persona curiosa está interesada en las materias objeto de la ciencia, en especial cuando se trata de las actividades de la mente humana, y muy en especial si se trata del lenguaje. Así que partí con suerte en la elección de los temas. Mi 'secreto' viene del consejo que me dio una editora: no trates de escribir para todos los camioneros y desplumadores de pollos del país. Lo más probable es que no lean tus libros, independientemente de lo que pongas en ellos. Escribe para tu compañero de habitación del colegio mayor: alguien tan inteligente como tú, pero que eligió otra carrera y por tanto no conoce tu jerga ni tu materia de estudio. Puede ser un médico, un maestro, un ejecutivo, un librero o cualquier lector curioso. Recordar ese consejo evita escribir como quien le habla a un niño, que es lo que hacen muchos científicos cuando escriben para el gran público. Pensar en los lectores como en gente inteligente y curiosa es la clave para escribir un buen libro de ciencia. Y saber que no conocen los mismos experimentos y tecnicismos que yo me fuerza a explicar cada paso de un argumento.

P. ¿Cuál es la moraleja para la percepción social de la ciencia?

R. Creo que la sociedad apreciaría mucho más los prodigios de la ciencia y la tecnología si más científicos compartieran su entusiasmo con el público y se tomaran en serio el duro trabajo de hacerlo accesible.

P. ¿Qué es el sentido común?

R. No entiendo la pregunta.

El fin de un mito

LA TEORÍA de que la mente nace como una tábula rasa para ser moldeada en cualquier sentido por la cultura hunde sus raíces en Aristóteles, debe su renacimiento al filósofo británico John Locke y sigue en gran medida vigente en las ciencias sociales. Cualquier sugerencia de que la herencia y los dispositivos innatos del cerebro tienen alguna relación con el intelecto y el comportamiento suele ser aplastada por reaccionaria, y no sin fundamento histórico. Sin embargo, desde que Chomsky formuló en los años cincuenta la gramática generativa, y su corolario de que la capacidad del lenguaje es un órgano cerebral innato, las neurociencias han dibujado un panorama por completo incompatible con la tábula rasa. La mente humana nace equipada con todo tipo de circuitos especializados, y es gracias a ellos que podemos no sólo hablar, sino también pensar, sentir, imaginar, predecir y formarnos una teoría del mundo. Los dos libros de Steven Pinker traducidos al castellano (Cómo funciona la mente, en Destino, y El instinto del lenguaje, en Alianza) ya presentaron los argumentos científicos sobre la estructura innata de la mente humana. Su obra más ambiciosa, The Blank Slate (la pizarra en blanco), recién editada en inglés por Viking, es un elocuente manifiesto que quiere animar a los lectores de cualquier formación y tendencia a aceptar esas evidencias sin renunciar a un milímetro de sus convicciones democráticas, igualitarias y humanistas. Así lo ve Pinker: 'Si no queremos abandonar valores como la paz y la igualdad, ni nuestro compromiso con la ciencia y la verdad, haremos mejor en desvincular esos valores de unas propuestas sobre nuestra constitución psicológica (las derivadas de la tábula rasa) que son susceptibles de refutación'. Pinker rechaza que la aceptación de la estructura innata de la mente deba conducir a los desastres que predicen sus críticos, y nos propone un 'humanismo informado biológicamente' que confirme que las capacidades universales de nuestra especie se imponen siempre a las diferencias superficiales que alimentan todo racismo; que nos lleve a tratar a las personas con arreglo a cómo se sienten, y no con arreglo a lo que alguna dudosa teoría dice sobre cómo se deberían sentir; que nos permita identificar mejor el sufrimiento y la opresión debajo de los argumentos tranquilizadores del poder; que nos ayude a desconfiar de los reformadores sociales empeñados en salvarnos, a apreciar más que nunca el inmenso logro histórico que supone la democracia y a admirar con menos complejos las intuiciones que el arte y la literatura nos han revelado sobre la condición humana durante milenios. Como escribió Chéjov: 'El hombre se volverá mejor cuando le muestres cómo es'.

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